Ahora
que tanto se habla de la disolución de la novela, percibo quizá con mayor
nitidez el arte de nuevos y nuevos modos de narrar –nunca totalmente nuevos,
claro, siempre nos movemos en el ámbito de la narración– que atraen, inquietan
y, desde luego, satisfacen al impenitente lector en las playas, las última
horas del día –mesita de noche–, viajero de avión o tren.... Quiero
ejemplificarlo en tres modos narrativos, sutilmente renovados, que encuentro en
tres novelas de ahora (publicadas este año) por escritores, dos de ellos argentinos
y el tercero español.
Y lo
que leo en ellos podría analizarse ortodoxamente, desde la teoría del género,
concediendo siempre que la literatura no son las matemáticas y que la realidad
se define mejor sin definirse, entiéndase, sin cuadricular, sino como lugar de
conceptos que flotan y varían. ¿Cuándo aprenderemos eso?
En
el primero de los casos, que es una secuencia de dos novelas, de argumento
enlazado, casi como una primera y segunda parte, el lector se encuentra con una
narración de hilo argumental bajo, de intriga casi nula, narrado por la
protagonista. Otras muchas carencias podrían indicarse de modo nuevamente
teórico; pero la lupa no acaba por descubrir tantas anomalías que expliquen el
peculiar sabor de la novela. ¿Por qué?
Porque
la materia narrada, lo que constituye el texto de esas páginas, se ha
seleccionado de modo continuo y peculiar, hasta el punto de que termina por
configurar un estilo que crea el hábito del lector. La peculiaridad estriba en
que la narradora cuenta fragmentos, aspectos, de su biografía, aparentemente no
seleccionados –se impone el orden lineal y el tiempo sin estridencias–, de modo
que podría ser desaliñado, porque va de la observación externa al sucederse
objetivo, con exquisito cuidado para no profundizar en reflexiones profundas,
en vaivenes sicológicos complejos, en consideraciones sobre materia lejana; y
desde luego sin extraer ningún tipo de derivaciones ni conclusiones que vayan
más allá de una escueta exposición de lo que está pasando. Baroja, nos dirán, y
sus secuelas. Creo que es más que Baroja.
Hay
algo más que ese modo de desgranar materia narrable: existe, me parece, un
propósito tenaz –una voluntad de estilo– para que se pueda contar todo sin
traspasar nunca los límites de la descripción; pero en esa descripción cabe la
reflexión y la imaginación de la voz narradora –la protagonista–, que discurre
con una pasmosa superficialidad, aunque cuando a las páginas de la novela haya
llegado la muerte del compañero (Jaime), la grave enfermedad del hijo (Simón),
la degradación absoluta de la vida cotidiana.... No importa, la novela sigue
impeturbable su deshilvanar sucesos y enseñarnos personajes.
Las dos
novelas de Iosi Havilio a las que me refiero dan mucho más de sí, desde luego;
pero voy a enlazarlas ahora con otra bien distinta, también de este año, en la
que ocurre casi lo contrario y que, cuando estaba pensando en esta ventana, he
visto que se ha reseñado con admiración en muchos lugares. Me parece estupendo.
En
efecto, es una curiosa narración que
pivota sobre el encuentro de dos personajes en una situación espacio temporal
muy reducida, acotada, a partir de la cual se irrradia un extraño universo
interno, el de las reflexiones de los dos portagonistas, que se mueven con una
parsimonia y amplitud curiosísima, que utiliza el poder de la reflexión para
crear círculos de pensamiento cada vez más amplios y complejos, aunque casi nunca
más profundo, si por tal entendemos la trascendencia hacia universos ideológicos
de los que preocupan a la condición humana. Ese dominio de la intrascendencia a
partir de la riqueza de la reflexión es probablemente lo que hipnotiza al
lector. Nótese que es un movimiento hacia dentro contrapunto del que subrayábamos
en las novelas de Iosi Havilio. Es el único caso en el que voy a poner un ejemplo, y eso por razones logísticas y porque es el más difícil o alejado de un exposición teórica:
La tercera modalidad parece recoger de manera más completa toda la tradición actual de la novela moderna, desde los monólogos interiores hasta los diálogos insertados en variedades del relato, de manera que tanto por los cambios de perspectiva como por los juegos de variación en la voz del narrador, el punto de vista y los juegos muy logrados de estilos cambiantes el autor construye un universo casi total y –esto es lo importante– a partir de los personajes, su actuación y expresión, nunca como un narrador que mueve sus marionetas. En efecto, la gran novela de la “crisis”, En la orilla, de Rafael Chirbes, entre y sale en sus personajes y sus circunstancias de modo tan profundo como demoledor, pero en lo que son y hacen, no en lo que piensa Chirbes o un presunto lector. Añadamos que la competencia estilística de Chirbes resulta su mejor instrumento para mantenerse lejos de su credo y regular perfectamente lo que va al texto, con todos los cambios de registro que hagan falta.
La obsesión de las etiquetas, diría yo. De acuerdo con aquello que dice sobre la hibridación de los géneros literarios, nada científicos ni matemáticas cuadradas. Inflexión, reciprocidad, influencia. En cuanto al "hilo argumental bajo, de intriga casi nula" narrado por un yo que señala en su primer ejemplo, me recuerda en algo a los poemas en prosa: estáticos, reflexivos-descriptivos, ligados al flujo del pensamiento, pero breves en su mayoría. ¿Qué opina de este género?
ResponderEliminarPor otro lado, ¿desaparición de la novela? Creo que de esto ya se lleva hablando demasiado. ¿No será un complot por parte de los amantes del verso y los géneros bien definidos? Obviamente, bromeo.La obsesión de las etiquetas, de las categorías herméticas, de la no interrelación, como decía.
Un saludo. Grandes novelas y novelistas sus tres ejemplos.
Yo creo que la matización que haces al primer tipo de narración es para aludir a la novela lírica, estática, que prefiere tiempos detenidos –tipo Gabriel Miró–, y que omite verbos y por tanto tiempo; en tanto que en esta otra lo que se adelgaza es al contrario, lo lírico, por ejemplo, para dejar solo los verbos, lo que pasa. Aunque no queramos definir, de bruces nos vamos a etiquetas, pues la narración de carácter reflexiva, en efecto, se va a la novela sicológica. Es decir, son muchas las posibilidades de crear mundos imaginarios.
ResponderEliminar¡Muchas gracias!