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Plaza Mayor |
Palencia ha crecido, como casi todas las ciudades españolas, y casi ha duplicado su superficie, que antaño terminaba en la fábrica de armas –ahora cerrada– y no iba mucho más allá de los Jardines de la Estación y la Huerta del Guadián; el Carrión hacia frontera al otro lado, discurriendo en paralelo a la calle Mayor. Al otro lado, la arteria de la calle Casado del Alisal y la línea de ferrocarril cuadraban la ciudad. Palencia es la imagen perfecta de una ciudad castellana, reposada, tranquila, recorrida por dos o tres calles esenciales, un par de jardines y un juego de iglesias tradicionales –dominicos, jesuitas, clarisas, etc. que se llaman como se deben llamar: San Pablo, San Francisco, La Compañía.... Y una hermosísima catedral, cuyo fondo bibliográfico es impagable –y tiene su catálogo, por cierto–.
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El mercado central ("la plaza") |
Quien allí vaya ha de cumplir el rito del buen paseante: recorrer de arriba abajo la calle Mayor, desde los jardines del Salón hasta los jardinillos de la Estación; pararse un buen rato en la Plaza Mayor, acercarse a la Catedral y callejear en los alrededores; entrar en San Pablo o San Francisco; ir al mercado central ("la plaza") y ver cómo andan los productos de la huerta, particularmente los guisantes y, cuando sea tiempo, las peras. Comprar algún queso añejo de oveja, pasear por la orilla del Carrión....
Este peregrino es palentino, de manera que ha de comedirse e intentar un relato breve de este lugar que yo tengo por castellano puro, intentar el relato objetivo y no señalar cómo le fue cuando era estudiante –muy malo, me expulsaron– en el Instituto Jorge Manrique; o cómo acechó a sus primeras novias en los Cuatro Cantones; y todo eso por no hablar de su Semana Santa, de sus Navidades, de las excursiones al Cristo del Otero (de Victorio Macho), etc.
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La calle Mayor |
He visto crecer la ciudad; cada vez que he pasado por ella he observado novedades, progresos quizá, aunque no siempre. Lo más llamativo: los barrios que crecen extraradio –en mis tiempos solo existía lo que se llamaba "corea", al otro lado de la vía del tren, por donde pasaban los enormes rebaños de ovejas trashumantes. Sigue siendo, no obstante, una tranquila ciudad castellana, de vida aparentemente apacible, con un campo abierto en casi toda la provincia, que se encumbra cuando vas hacia el norte en valles y montañas que el turista no suele conocer.
A mí me suele emocionar casi todo lo que veo y recuerdo, aunque comprendo que no todos lo podrán mirar así: la torre militar de la iglesia de san Miguel, el sotillo, el Cristo de las claras (el que inspiró a Unamuno), los soportales de la larga calle Mayor, las fiestas septembrinas, los modos recios de sus gentes, quesos, vinos (claretes) y productos de la huerta, la gravedad, a veces rudeza, de su modo de hablar, la belleza de sus mujeres....
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Otra vista de la calle Mayor |
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"La Compañía" |
Palencia es la ciudad de mi inancia, de mi madre. ¿No has cruzado por Puentecillas? El olor del pan de San Francisco. Ese pan de Palencia que sabe como ningún otro pan del mundo. Gracias por esta evocación, palentino.
ResponderEliminarClaro que he estado en más sitios, y que recuerdo el pan, entonces el candeal, de San Francisco, pues yo vivía en la calle Lope de Vega, primero, y en la plaza de Abilio Calderón después....; pero no quería abrumar con recuerdos demasiado personales. No sabía que por allí habías andado, Robin. ¿Quizá en los koskas de san Francisco?
EliminarRobin, me acorde de ti con esta entrada de Pablo...!
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