Barrio y calle de Atocha en Pedro Texeira |
C/ Atocha en Google |
La vieja iglesia de Atocha, antes de su demolición |
En el
recorrido por el Madrid histórico, cuyos índices se encontrarán
en
http://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/search?q=Madrid+hist%C3%B3rico ,
el callejeo por barrios va a comenzar con el de Atocha y en la calle del mismo nombre, históricamente distinto –hasta en el nombre– del actual, cuando en realidad el barrio se entiende como ‘el de la estación de Atocha’ y, como mucho, de su arteria esencial, la calle que sube desde el Prado hasta el corazón del Madrid viejo. En sus orígenes más remotos (comienzos del siglo XVI) Atocha, sin embargo era la ermita y luego el convento de Atocha –posiblemente derivado de las muchas plantas silvestres que en aquellos descampados crecían. La historia de aquel lugar se ha contado muchas veces, remito a un manuscrito de la BNE, el 19311, “Primera parte de la Historia Eclesiástica de España....” por frey Juan de Marieta, dominico “natural de la ciudad de Victoria”, cuyas aprobaciones son de 1591 –es un manuscrito preparado para la imprenta, otra curiosidad– en cuyo cap. 9 (f. 173 y ss.) habla “De la fundación del convento de nuestra señora de Atocha, que hizo el bendito padre fray Juan Hurtado”; allí explica que había una ermita a una legua fuera de Madrid y que el emperador Carlos V se la dio a su confesor para que fundara convento de su orden, aunque estaba lindando con terrenos de la abadía de Santa Leocadia de Toledo. Además de noticias sobre su edificación y engrandecimiento, añade luego la retahíla de milagros que la Virgen había provocado. El convento de los dominicos de Atocha tendrá otra entrada en este blog; baste por ahora este dato histórico.
http://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/search?q=Madrid+hist%C3%B3rico ,
el callejeo por barrios va a comenzar con el de Atocha y en la calle del mismo nombre, históricamente distinto –hasta en el nombre– del actual, cuando en realidad el barrio se entiende como ‘el de la estación de Atocha’ y, como mucho, de su arteria esencial, la calle que sube desde el Prado hasta el corazón del Madrid viejo. En sus orígenes más remotos (comienzos del siglo XVI) Atocha, sin embargo era la ermita y luego el convento de Atocha –posiblemente derivado de las muchas plantas silvestres que en aquellos descampados crecían. La historia de aquel lugar se ha contado muchas veces, remito a un manuscrito de la BNE, el 19311, “Primera parte de la Historia Eclesiástica de España....” por frey Juan de Marieta, dominico “natural de la ciudad de Victoria”, cuyas aprobaciones son de 1591 –es un manuscrito preparado para la imprenta, otra curiosidad– en cuyo cap. 9 (f. 173 y ss.) habla “De la fundación del convento de nuestra señora de Atocha, que hizo el bendito padre fray Juan Hurtado”; allí explica que había una ermita a una legua fuera de Madrid y que el emperador Carlos V se la dio a su confesor para que fundara convento de su orden, aunque estaba lindando con terrenos de la abadía de Santa Leocadia de Toledo. Además de noticias sobre su edificación y engrandecimiento, añade luego la retahíla de milagros que la Virgen había provocado. El convento de los dominicos de Atocha tendrá otra entrada en este blog; baste por ahora este dato histórico.
Costanilla de los Desamparados esquina Atocha |
Era, pues, de dominicos, fundación del maestro Fray
Juan Hurtado, confesor de Carlos V, en 1523. Extramuros de la ciudad estaba, por tanto. Desde San Gerónimo se camina por el
delicioso paseo del Prado hasta el convento de padres dominicos... (Ponz).
Allí se colocaban las banderas y los escudos “tomados en batallas”. Lucía cuadros de Pereda, Ricci, Carreño, Lucas Jordán, el Greco.... Si uno no iba al convento, podía
bajar hacia el río por un paseo delicioso (el Paseo de las Delicias). Existen
bastantes estampas, reproducciones, etc. de esa zona del viejo Madrid, algunas
de las cuales ilustran esta entrada, obviamente no las he podido tomar yo.
Placa en la fachada del teatroMonumental |
Si comparamos los trazados de Texeira con los mapas
de Google, el viejo cartógrafo muestra un Madrid mucho más ordenado, lógico y
asequible que el actual, sobre todo cuando se mira el trazado de la parte este,
que linda con las huertas del Prado y el Retiro. Para el Prado de Atocha y el
de San Jerónimo, que será cuestión en este primer paseo, llama la atención que
solo dos grandes caminos o calles alcanzan desde el centro el final de la urbe,
y que tienen la forma de afluentes en declive –tanto Huertas como Moratín–
hacia el pequeño valle (actual paseo del Prado) por donde corría un arroyo y en
donde se abrían varias fuentes; valle, porque luego la cota subía hacia donde
antes se levantaba el monasterio de San Jerónimo, y donde ahora, cruzado el
Prado y su barrio, se levanta el Retiro. De esas dos calles una mantiene su
dominación lógica y descriptiva: la
calle de las Huertas (que recoge como afluente antes de terminar a la calle de San Juan, hoy de Moratín). La otra gran bajada es la de
la Carrera de San Jerónimo, que
desembocaba frente a la fuente del Caño Dorado. Las otras calles que desembocan
en el Prado lo hacían más al norte o son las mucho más estrechas y cortas del
sur que bajan de la Calle de los Desamparados, es decir: calles de la Verónica, del
Gobernador y de Jesús. Modernamente, sin embargo, se ha abierto al Prado la
calle de Almadén, que termina en un centro cultural, Caixa Forum. Si situamos al oeste el otro límite, en la Plaza de
Antón Martín, ese gajo enorme del Madrid viejo está lleno de interés.
El sol que sube de Lavapiés |
Los edificios y lugares históricos más antiguos de
interés son, en la Calle de Santa Isabel,
el Hospital General, el palacio Sabatini (1769) o Conservatorio de Música, que era el Hospital de la Pasión; la Iglesia de San Lorenzo y el Convento
e iglesia de Santa Isabel. En la calle
de Atocha, el Hospital de los Desamparados, la Imprenta de Juan de la Cuesta; el Hospital de Antón
Martín, también llamado del “amor de dios”, lo que dio nombre a la calle que
enfrente sale; el Hospital de Aragón; el Hospital de la Misericordia y el Colegio
de Loreto. En cuanto a la calle Huertas,
allí estaban los Trintitarios
descalzos y allí permanecen las Trinitarias. En fin, en la otra arteria que
baja al valle del Prado, la Carrera de
san Jerónimo, habrá que anotar como desaparecidos el Convento de San
Antonio, de capuchinos, fundado en 1609 por el Duque de Lerma; el Convento de
Santa Catalina de Sena, de dominicas, fundado por una camarera de la Reina
Católica; el Convento del Espíritu Santo, de la orden de frailes menores; el Hospital
de los italianos; y las llamadas Monjas de Pinto.
Joli (mediados del s. XVIII), Calle de Atocha, creo que lo que se ve a la derecha han de ser los Agustinos Recoletos (hoy desaparecidos; en aprte de su solar se levanta la Biblioteca Nacional) |
Cada uno de estos lugares ha tenido o tendrá su
entrada en este blog (por ejemplo, ya han tenido entradas Santa Isabel y la biblioteca del Conservatorio) y sobre cada uno de ellos hay
información documental; sin embargo, lo que va ahora es el paseo actual por el
barrio y por su artería fundamental, la calle de Atocha, que si se toma en su
arranque, es decir en el Prado de Atocha, y se va subiendo hacia la plaza de Antón
Martín, nos ofrecerá un curioso trazado semiarbolado, con una mezcla de recuerdos, novedades, destrozos, etc. que son, para bien y para mal, típicos de Madrid. Bastará con señalar que alli vivió el
novelista Pedro Antonio de Alarcón (hay placa, en el nº 94), que se encuentra la
imprenta donde se imprimió el Quijote, que se han levantado dos lujoso hoteles (pero hay otro excepcional de mediados del siglo pasado), que se
abre una de las salas más grande de artículos eróticos y pornográficos de la
capital, que tiene viviendas que son muestra exacta de lo mejor del XIX español
(como las de Atocha, nº 81) y que culmina –ya lo veremos– en la plaza más ridícula e
irregular que se pueda ver, con una iglesia desangelada y un teatro llamado –parece escarnio en aquella plaza– Monumental, que lo es por su papel en
la historia de la música y de la cultura en la España de la segunda mitad del
siglo XX…. Azares, misterios y caprichos del tiempo.
Lo monumental es sentarse en los bancos de la plaza, un sábado a la caída de la tarde o comienzos de la noche, y observar al trasiego humano que allí se produce: podría ser cualquier "banlieu" parisino, o el alto Nueva York, el prohibido.
Lo monumental es sentarse en los bancos de la plaza, un sábado a la caída de la tarde o comienzos de la noche, y observar al trasiego humano que allí se produce: podría ser cualquier "banlieu" parisino, o el alto Nueva York, el prohibido.
Las bajadas de las calles desde Santa Isabel a Lavapiés (C/ Buenavista) |
También se puede hacer otra cosa de signo contrario: irse a los papeles y anotar el vecindario
–y los oficios– casa por casa, de este barrio del Madrid de los Austrias, cuyo centro era un hospital para locos bajo la tutela y advocación de un discípulo de San Juan de Dios: Antón Martín. Y así, si se va leyendo el ms. 5918 de la bne (estudiado por Roberto Castilla) se anotará que en la
calle de Atocha vivieron antes de 1650 (es una de las fechas del manuscrito,
que se comenzó mucho antes) pintores (Vicente Carducho, Francisco Ruiz, Sebastián
Gómez, por ejemplo), entalladores, sastres, médicos (entre ellos el doctor Morales), mercaderes,
oficiales, algún pudiente maestro de cámara de su majestad, el secretario
Mármol, etc. Hay media docena de tabernas y bodegones; algunas casas pertenecen
al propio hospital de Antón Martín. Allí estaba la casa del Conde la Puebla de
Montalbán, probablemente la del Marqués de la Torre y de otros caballeros de
hábito. Se cita en ese callejero la casa de María de Quiñones, viuda, que es
imprenta, antes de la iglesia de los Desamparados (es, por tanto, la de Juan de la Cuesta);
y puede que un Bocángel que allí aparece sea el escritor. Algunas veces asoma algun dato
menor y curioso: frente al Hospital de Antón Martín había una herrería, en
pleno funcionamiento; otros vecinos ilustres: Francisco de Robles –el que
detuvo a Quevedo, es un alcalde de casa y corte– vivió en la vecina Calle de
San Juan (hoy de Moratín), en donde habría sido vecino de Jerónimo de
Barrionuevo, que tenía varías casas repartidas por el barrio. Por allí parecía
haber vivido Felipa de Espinosa (¿la abuela de Quevedo o una homónima?), en la
calle del Gobernador. Etc.
Era una
calle activa, de prestigio, con lugares de culto importantes y muchos
servicios, obviamente con variaciones en la calidad y el precio de las casas
según su disposición y si estaban en callejones, traviesas, etc. o si tenían o
no cocheras, más o menos puertas, jardín. De todos los lugares, llama la
atención por su riqueza, prestigio y extensión el conjunto de Santa Isabel
(iglesia, convento, huerta, etc.) que ocup ó, como bien
se sabe, parte de las casas que habían sido de la lujosísima residencia de
Antonio Pérez (he dado noticias también en este blog), de lo que parece que algo
se les ha pegado a quienes regentan esos establecimientos –¡que pertenecen a
Patrimonio Nacional!–, pues no los he podido visitar.
C/ Atocha, mirando hacia el Prado y desde su mitad |
Si subimos ahora desde el arranque de la calle, otra
cosa es lo que se encuentra, en verdad. La zona se ha contagiado del movimiento
de la cercana estación de Atocha, conserva el bullicio de una enorme discoteca
y el Hotel Mercator, en el 125, con vuelta a la calle Ceniceros y no exenta de
valor arquitectónico (es de mediados del siglo anterior, y allí hubo un cine)
–a cuyo amparo han crecido establecimientos de comida rápida– y también,
curiosamente, algo del Madrid artístico y turístico, no solo por la cercanía
del Centro de Arte Reina Sofía, el Prado, el conservatorio de Música (un antiguo palacio
esbozado por Sabatini)… muy cerca se encuentran Caixa Forum, el Jardín
Botánico, el Museo Thissen, de manera que es una babelia muy curiosa, de donde,
por ejemplo, arrancan muchas manifestaciones de todo tipo. Yo mismo recuerdo haber voceado a favor de la enseñanza pública delante de la parroquia del Salvador (y di noticia en el blog).
La calle Atocha, sin embargo, guarda el temblor de
una historia que será dificil borrar: desde haber sido el itinerario de reyes
para agradecimientos y festividades, cumplido incluso con la reciente boda del
heredero actual; pasando por las largas colas nocturnas de estudiantes y forofos
para hacerse con una entrada de concierto; hasta el trajinar de senegaleses que
dormían por horas en los cuchitriles de la calle de la Magdalena; y la matanza,
en enero de 1977 por ultras de derecha de los abogados laboralistas (en el
tercer piso del 55 de la calle).
En el camino hacia la plaza de Antón Martín uno observa la radical trasformación del barrio y las gentes, lo que
culmina en la propia plazoleta, la más pequeña, absurda y sin gracia que uno
imaginarse puede y, sin embargo, el centro de un Madrid que ha recogido
historias de todo tipo y gentes de todo el mundo: peluquerías chinas, fruterías
indias, carnicerías árabes, bares orientales, teatrillos pequeños, tiendas de
comida de todos los continentes…. , no en balde a la vuelta se encuentra el
mercado y el Ciné Doré, modernista (1919), es decir la Filmoteca Nacional, con
su acogedora cafetería, el mejor patio de butacas que conozco, el cine de
verano en la azotea…. al lado de locales de los de toda la vida, restaurantes,
bares de tapas callejuelas que bajan hacia Lavapiés, teatrillos, algunos establecimientos artesanales.... Y bastantes placas recordatorias, entre las cuales se ha perdido la que en la calle de Santa Isabel nos recordaba la pasión de Espronceda por Teresa. Lo contaremos más adelante, pues Santa Isabel tiene tanta o más historia como Atocha, y no se le termina, a juzgar por el Palacio Casablanca, que allí está.
El bullicio
humano a la salida de las bocas de metro es incesante y lo presiden, amontonados y sin aventuras estéticas
excesivas, algunas cosas más: la propia boca del metro ocupa la mitad de la
plazoleta y la deja sin aceras; la fachada del cine monumental –es decir: el lugar de los conciertos
de m úsica clasica, por lo general clásica, durante décadas,
aun lo es–, con su placa recordando el estreno del segundo concierto de
violín de Prokofief (1935); y la atinada escultura (El abrazo, de Juan Genovés) que recuerda la matanza de abogados de
izquierdas (1976), también haciendo bulto y montón entre las motos que utilizan el poco espacio que hay como aparcamiento. Si eso son monumentos, sin embargo el verdadero monumento es
aquel lugar y las calles que se abren (la calle de la Magdalena, del Amor de
Dios, de Moratín….), las gentes que pululan, la sensación de que,
definitivamente, Madrid es otra cosa.
Antón Martín vista desde el arranque de la C/ Moratín (antes San Juan) |
¿Y el hospital?, ¿el hospital de Antón Martín, para
locos? Ocupaba lo que hoy es la seda de las dos parroquias unificadas, la del
Salvador y San Nicolás, feotas, sin gracia –ya tendrá su historia–, un elemento
más de ese extraño rincón.
Ya iremos entrando poco a poco en cada uno de esos
lugares o recorriendo cada una de esas calles.
Me pondré calzado cómodo para seguirte, Pablo, :)
ResponderEliminarEntre otras cosas, para hablar de cosas sencillas, me encantan los tonos pastel de los edificios, creo que sólo es en el Madrid castizo, no? Y los nombres de las calles de ese mismo Madrid.
Bicos.