Si volviera a dar clase a erasmus y otros alumnos extranjeros impondría, sin pudor, como parte del programa el descenso de la calle de Bravo Murillo, desde la plaza de Castilla a Cuatro Caminos, para conocer adecuadamente el Madrid actual, extraordinaria mixtura del viejo y el nuevo, y sus gentes, el rompeolas machadiano, pero no de las provincias españolas solo, sino de los pueblos de todo el mundo, ahora sin el refinamiento festivo de otro de los centros universales de la capital: Lavapiés.
La glorieta de Cuatro Caminos |
He vuelto a hacerlo hoy, aprovechando que hube de solicitar visado en la embajada china creada ad hoc, en Agustín de Foxa, sin duda la mayor dificultad para poder viajar a lejas tierras, casi a la altura del idioma, del precio del viaje y de otras circunstancias, aderezada con curiosas disposiciones fuera de toda lógica, al menos para el que lo solicita.
El descenso de la calle Bravo Murillo, sin embargo, distrajo mi espíritu y compensó la desazón de las gestiones, mientras sucedían las callejuelas y las viejas estaciones de metro: Valdeacederas, Tetuán, Alvarado, Estrecho.... He ido haciendo estación en lugares de la historia de Madrid –¿quién lo sabe ahora?– y de mi propia biografía, desde el mercado de Maravillas y los capuchinos, donde se encerraban los "rojos" en época de Franco, hasta los cines (queda el Lido) y las cocheras desaparecidas de la Calle Doctor Santero, en donde se instaló mi familia cuando desembarcamos en Madrid, hasta la parada del "F" y del 45, en la propia glorieta. El "F" llevaba a la Universidad Complutense; y el 45 era una línea de tranvías que descendía a la Castellana para acudir al Instituto de Enseñanza Media Cervantes, donde estudié. El autobús sigue haciendo el mismo trayecto. Y reconozco todavía establecimientos y casas de antaño.
Calle del Doctor Santero |
Sin embargo, lo que ha cambiado ha sido la gente. Quizá lo que más abunde en el barrio sean los latinoamericanos, que las más de las veces no soy capaz de distinguir unos de otros, al menos si no me paro, hablo y, a veces, pregunto. Me he parado, he hablado y he preguntado. La media mañana ha sido en un bar peruano. También he hablado con los santeros de la calle Almansa, aunque ninguna de las ofertas que me brindaban me servía: el barco va muy roto y al desguace, sin muchas posibilidades de arreglo.
La población oriental es también muy numerosa. Vuelve a ser imposible distinguir origen cierto: las peluquerías "de uñas", una cada veinte metros, suelen ser chinas; pero imposible una vez que me he cortado el pelo volver a entrar en otras, aunque sí que lo he hecho en la batería de tiendas que ocupan, al menos para comprarme un blog (¡sesenta céntimos!) y poder hablar con uno de los dueños. Los portales que ofrecen otro tipo de servicio marcan en rojo el pulsador del timbre, pero no sé si lo hacen ellos o es marca ajena. He pulsado en uno. Mi visita ha sido estupenda: he tenido ocasión de charlar mi poco chino durante un rato, sobre todo del comercio del barrio, de las cosas que se encuentran a buen precio y de la mucha vida que tiene. Me ha maravillado que no conocieran más que este barrio y sus alrededores: habían oído hablar lejanamente del Retiro. Solo un par de veces habían ido –en metro– a Usera, a supermercados chinos.
He observado que también hay bastantes indios y ¿magrebíes?, aunque no tantos como latinos y chinos. En otro descenso –también se puede ascender– hablaré con ellos.
He llegado tarde a la calle del doctor Santero, que es la calle más triste del barrio, como se ve en la foto, y para resarcirme he tomado un aperitivo en "Norte-Sur", frente a "San Mamés", al cruzar la glorieta, en donde comienza el nuevo mundo: el de Chamberí.
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