Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 22 de marzo de 2015

Comer y curarse en Hefang Jie


Es decir –explico el título–, si uno deambula por mi barrio de Hangzhou, puede hacerlo durante una semana entera sin agotar lo que le gusta o lo que le admira; pero yo solo me detendré en dos lugares, primero el sitio donde se puede comer con los demás, con los chinos –sigo sin ver occidentales–: una callecita en Hefang Jie, estrecha, con sombrillas y farolitos, con mesas en el centro y puestos a los dos lados. Según va uno pasando puede ir comprando lo que le apetezca comer: las vendedoras –normalmente mujeres, aunque hay de todo– te ofrecen lo que preparan, que también se anuncia en pequeños carteles, con su precio. 





Los precios son sumamente asequibles y van de los 0,50 céntimos a los dos euros, como mucho, de manera que uno puede darse un hartazgo por tres o cuatro euros, un banquete. Mucha gente come de pie o sigue paseando con lo que ha comprado, mientras lo come. Dominan las barbacoas y los platos de verdura al vapor: también el pescado "espetado" o "amojamado". Este menda lerenda no pudo probar todo, fue con cuidado, aunque, como diré enseguida, unos metros más allá de la misma calle estaba la farmacia de Huqingyi Tang, una de las más famosas de China. Entraremos en ella. El lector puede hacer la prueba de identificar y nombrar platos (yo suspendí):

























La farmacia tradicional china es antiquísima: la que se muestra en el centro de Hangzhou es una de las más venerables (hay un cartel enorme que habla de 1649, unos años después de morir Quevedo), aunque su remodelación, como ahora se ve, es de finales del siglo XIX, nacionalizada –como todo– a mediados del siglo pasado. 



Impresiona ver cómo se ha mantenido viva, no solo por su marcado acento histórico en el lugar (en donde hay un museo), la disposición de los medicamentos, el modo de organizarse, etc., sino cómo acude la gente a buscar los remedios de su enfermedad, los más comunes y los más sofisticados, que se tratan por un prestigioso equipo de médicos. 



¡Aquí se pueden encontrar muchos de los viejos remedios médicos, que aparecen en nuestra literatura clásica o que hoy se esconden en los productos industrializados de la medicina moderna! Por ejemplo, la piedra "bezoar". He visto gente que compraba en las taquillas de la entrada algo, que luego se lo pesaban y vendían en otro de los mostradores fotografiados, ¡y que se tomaba el remedio y se quedaba sentado en alguna de las curiosas salas de la farmacia!, seguramente porque así se lo prescribieron.


Aquí se encuentran plantas disecadas de todo tipo, huesos de animales, raíces de árboles, cuernos, todo tipo de pieles curtidas.... y con todo ello se preparan medicinas, con fórmulas milenarias que pertenecen al prestigio de la tradición.



El viajero vuelve a salir a la calle. De una de las tiendas de enfrente le llaman para que pruebe algo: tres mozos vestidos de blanco golpean con mazas y gritos una pasta que se va laminando y que, cortada por otro mozo, se termina por convertir en algo (¿pasta, galleta....?) que todavía no he probado. Mañana.


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