Esa calle que termina en río es de Madrid, algo que saben solo los que viven cerca de San Antonio de la Florida, lugar de culto goyesco de los madrileños. Frente al puente, Goya, de hecho, mira hacia la ermita en monumento oscuro; y a sus espaldas, además del Manzanares, un tenderete de melones y sandías de los que antes tantos había en muchas ciudades españolas, entre ellas en Madrid. Sigue teniendo cierto sabor madrileño todo aquel barrio, el que va desde Principe Pío –borrado por el centro comercial– y sigue el río.
Como el mundo es ancho y ajeno –esta cita es inevitable a cada paso– yo tenía encuentro grato en un vegetariano del final del Paseo de la Florida (El Vergel), en donde íbamos a hablar de poesía –fundamentalmente– y de poesía china, de paso, con t.l.q.p.
Tratamos así mismo de cómo se podría ampliar la colección de Clásicos Hispánicos al campo de su competencia; en el horizonte Xhueng Zi, Wang Wei, Liu Lei... En tanto que desaparecía la Vichisoy de manzana yo me relamía, más que con la Vichisoy, con la lectura que me esperaba esa tarde noche de tres preciosos libros que me dio, una antología suya, dos traducciones, las dos con texto bilingüe y una de estas dos, además, la de Wang Wei, con transcripción casi literal y explicación crítica. Quienes anden con versos y padezcan de esa enfermedad poética adivinarán el relamido previo a la lectura que se espera, o dicho con un verso de mi interlocutora: Solo quiero que me salven las palabras. Recomiendo vivamente su antología Retráctiles (2011), en la que emoción y pasión consiguen pasar, más que al verso, a los estancos biensonantes de la prosa al comienzo, casi siempre anclados en universales (luz, mar, aire, cuerpo....) Y en donde hay toda una sección, después, que proviene de libro (De transmutaciones), metapoética, con ramalazos cordiales (Sonreír / a un hombre / y convertirlo / en agua), breves, quintaesenciados de una lograda calidad poética.
La sobremesa pasó tan rápido como el flan de coco del postre, de modo que aplazamos más versos para otras ocasiones.
Tuve que atravesar Madrid para mi próxima tarea; pero le prometí al Manzanares que volvería pronto, después de mirar quizá si Mercedes (http://artedemadrid.wordpress.com) ha escrito algo sobre los lugares cercanos. Tomé el metro y no pude resistir la tentación; la línea 10 es larga y la estación de Begoña está lejos: me dio tiempo a abrir la mochila e ir releyendo:... "ignoro si esa nube / por el tejado entrecortada // se irá // para derramar su lluvia / entre los hombres". Levanto la vista: vamos por un túnel (Tribunal...), a mi lado una chica oriental ha debido ver los signos chinos del libro que voy leyendo, absorto, porque un poema habla de la maravillosa flor de los cornejos
(http://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/search?q=cornejo, de la que tanto he hablado en este mismo blog (Dando frutos / ya rojos / ya verdes / como flores que se abrieran más aun / para aquel que permanezca en la montaña: / esta copa de vino de cornejo).
(http://hanganadolosmalos.blogspot.com.es/search?q=cornejo, de la que tanto he hablado en este mismo blog (Dando frutos / ya rojos / ya verdes / como flores que se abrieran más aun / para aquel que permanezca en la montaña: / esta copa de vino de cornejo).
bouquet de flores del cronejo |
Las drupas del cornejo |
Aparta los ojos y se convierte en estatua, como suelen hacer las chicas chinas. Yo sonrío: 怎 么 样?
Los poemas de Wang Wei, aunque suene cursi, acarician el alma, la sosiegan, en fin, provocan un efecto beneficioso y profundo. Es como si todo el mundo oriental cuidara más el corazón y la paz interna.
ResponderEliminarPablo, me gusta cómo vas a encontrar poesía, y hablar de ella, en cualquier lugar. Y la creas. Sí que he escrito sobre algunos lugares cercanos, espero que los hayas encontrado. No todos los rincones de Príncipe Pío están ocupados por el centro comercial, queda alguno que habría que salvar. Y hay jardines preciosos por ahí.
ResponderEliminarGracias.