Se ha abierto el verano en Madrid; me dispongo a contar una jornada poética y me sale la veta biográfica. Recuerdo que Juan Carlos (Rodríguez), con su birrete de doctor honorífico, me comentó que todos los blogueros son unos narcisistas. Lo pienso; y es verdad. En realidad todos los que escriben son unos narcisistas. En realidad el género humano es narcisista. ¿Qué otra cosa se puede ser sino uno mismo o desde uno mismo? Lo da naturaleza.
Y se ha abierto el verano por todos los barrios. Junio pide calle. Yo tenía un día poético, que luego se ha ido enredando con mil circunstancias, sobre las que prevalece esta sensación de helados y terrazas, sobre todo ahora que me encuentro al final de la jornada, después de haber atravesado la Plaza del Dos de Mayo, en la que no había ni una sola mesa libre de las muchas que suelen invadir aquel espacio.
Y la jornada se encarriló poéticamente porque, después de mi clase de chino, había quedado a comer con una joven poetisa –espero que no lo lea, no le gusta el cambio de género morfológico– que anda terminando el doctorado–.
De allí –en los alrededores de Chueca, el restaurante se llamaba El Armario, ni fu ni fa– pasamos a la Biblioteca Nacional, donde perdí un par de horas intentando obtener unas páginas de una revista de 1918 (el BRAH). Esfuerzo inútil: por un lado no dejan consultar el original porque dicen que lo han microfilmado; pero la microfilmación se ha encerrado en rollos inmensos mal etiquetados sin guardar el debido respeto a numeración, índices, etc. con lo que la búsqueda es francamente imposible. Esa revista, como tantas otras, ha pasado a ser un objeto inservible más, lejos del alcance del investigador. Alguien debería indicar a la actual dirección que se preocupe menos por las jaranas sociales y más por el recto funcionamiento del servicio a la investigación, que es la razón fundamental de ser de la BNE. La encargada de aquella sección –que me comprendió perfectamente– me pidió queja formal por escrito y todo eso; pero ya son demasiadas las quejas para llenar papeleras: no me quedan reclamaciones ni banderas. La queja ahora queda en para mí mismo, y así hago un leixaprende con la vanidad de ut supra. Por otro lado, desconfío siempre de las personas e instituciones que te dicen cómo tienes que quejarte, porque de ese modo suprimen la espontaneidad insultante de la queja, el resorte encabronado, vaya.
El bochorno a la salida preludiaba ese estallido nocturno de Madrid en calles y plazas. Volví Goya arriba y paré en el HM de Velázquez –los HM me dan vicio, como las máquinas tragaperras a las amas de casa– para comprarme unos pantalones fresquitos, de lino me dijo le dependienta, sobre lo que hubo un ameno coloquio para dilucidar qué era eso de la "lana fresca" y si existía un tejido parejo de lino. Los compré. Tengo en perspectiva un congreso (¡en julio!) en Venecia, que me río yo del adagietto de la quinta de Mahler. Para sus góndolas el lino de HM.
recital de Roger Wolf en Malasaña |
Por la noche quería ir a un recital en Malasaña; y eso hice. En el bulevar, de camino, me encontré con una colega –Lola, de Lola sí que puedo decir la gracia– con la que di un repaso al universo, que quedó hecho un trapo. Luego el metro de Goya a Bilbao, con las vagones llenos de viernes.
Juan Carlos Rodríguez, investido doctor honoris causa por la universidad de Almería |
Impertérrito y capaz el vate recitaba en castellano y en inglés –alguna– con voz grave, arrastrada, de una sonoridad apabullante. La poesía de Wolfe recuerda el realismo sucio claramente y no tiene ninguna relevancia artística formal, de modo que el recital se encomendaba a la exageración de la gravedad, la lentitud y el arrastrado tonal de los sintagmas: "Vamos a esperar la ausencia de ruido dentro y fuera...." Es algo normal en poetas que han prescindido del verso y encomiendan el valor de los poemas a lo que dice y al momento de su declamación. Tomé notas sobre su modo de actuar, ensimismado, sin concesiones de ningún tipo, casi como una ceremonia del más allá, con recuerdos explícitos de Bukowsky, Rosalía, Poe... y no sé si conscientes de fray Luis de León ("La luz no usada de otro amanecer....") Al final de su lectura, sonó –como un eco– el I'm a man de Leonard Cohen. Las cinco damas de las barras tecleaban insistentemente su móvil. Apuré el mojito y salí a la calle Ruiz, que me trajo un encendido recuerdo de damas que por allí vivían y de aventuras editoriales, pues en Pepe Botella, en la Plaza, tenían lugar nuestras reuniones habituales para proyectar la colección de Clásicos Hispánicos; y en esa misma cafetería hube el comienzo de un breve y arrebatado amor, de los perdidos al cabo.
Pensando que iba en todo lo que se pierde, calle Fuencarral arriba, para no volver a coger tan pronto transporte público, cuando observé que llevaba al lado un mocetón fornido de color, que hablaba un español perfecto con todo lo que se le ponía al alcance; como observó que yo me sonreía, andando a mi lado, también a mí me dijo algo así como "¿Y tú por qué vas tan serio?". –"Tan serio, no, que me ha hecho gracia lo que les has dicho al grupo de chicas". Se animó. "Pues a mí lo que me pone de verdad son los que son un poco mayores como tú, o sea que si quieres, ya sabes". "Pues lo siento, ya ves lo triste que voy; y además dios me ha condenado a mujeres, que es el peor de los destinos". Ahí acabo todo.
Bach en la calle Fuencarral |
Llegué hasta Cibeles, para coger el autobús, canturreando ya a Cohen ya a Bach; y resistí la tentación de bajarme en la esquina de Ibiza con Narváez para tomarme un helado de sambayón y avellanas en Siena, la mejor heladería de Madrid. Y es que iba de retirada resistiendo tentaciones, porque quería llegar pronto a casa, ponerme la versión de Fournier de las partitas y llamar a la dama perdida del Pepe Botella, para ver si se acordaba de lo difícil que me fue pararme en sus ojos.
Ese mimo músico suele estar por Callao, Fuencarral y/o en el metro. Aquí un poco de Bach, alí un poco de Vivaldi... Unas veces a solo, otra en compañía. Es uno de los persoanjes musicales callejeros más entrañables e interesantes de Madrid, Pablo. Un abrazo
ResponderEliminarP.D. Con las debidas erratas a mi anterior miopía ortográfica, léase... ;)
ResponderEliminarHola, Sofìa. Creo que ya ha habido alguien que ha recogido la nómina de músicos ambulantes (¿habrán pasado el examen del Ayuntamiento?) que adornan Madrid. Criaturas adorables que ha hecho de su rincón musical su precario modo de vida. Lo de Fuencarral ayer –botellón, prostitución, restaurantes llenos....– me pareció de un contraste (¿o quizá no?) tremendo.
ResponderEliminar¿Dónde estás, Sofia, junto al Mar o junto al Manzanares?
El ambiente, la desigualdad, la carestía y la suciedad de Madrid va creciendo por momentos y por la noche se nota aún más. Pequeñas zonas están abarrotadas y barrios grandes muertos del todo. Nadie se preocupó del tejido urbano en condiciones. Parece que no haya quien lo pueda arreglar.
ResponderEliminarEs verdad, anónimo; hay verdaderos desiertos en Madrid, y la verdad es que es una capital relativamente pequeña. ¿Serán las mismas gentes las que abarrotan los cuatro o cinco lugares de expansión?
ResponderEliminarHola Pablo. En cuanto a 'teclear móviles' te sugiero el sintagma 'pellizcar cristales', que es lo que hacemos todos ya. Un saludo.
ResponderEliminarHola, Juan Pablo. En efecto, todo el mundo se ha dado a pellizcar cristales, como un modo de huida, quizá.
Eliminar¡Ligaste! ¡Y con mocetón moreno!
ResponderEliminarYo creo que andaba buscando una presa fácil, Merceditas, en el sentido económico, ni siquiera en otros. Qué le vamos a hacer.
EliminarNo te subestimes... ;-)
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