Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 26 de diciembre de 2010

Canciones que arrastran música, músicas que llevan canciones

Hace muy pocos días en el “cuaderno de pantalla” de persona querida volví a leer el hermoso poema de Paul Éluard a la libertad: “Sur mes cahiers d’écolier ... j’écris ton nom...”. En conversacion sencilla, más tarde, observé que había pasado a versiones castellanas y, a la postre, había perdido su raíz, todavía mentada, por ejemplo en la hermosa versión que de él hizo Nacha Guevara, hacia los años setenta.
Ese proceso de ósmosis, comunicación, impregnación, etc. es harto conocido para los filólogos, pues se remonta nada menos –con las lógicas variantes históricas, cada vez más complejas– que a los estudios de Menéndez Pidal sobre la poesía tradicional, a su vez conectados –polémicas, reflejos, etc.– con toda la poesía de transmisión oral. Por supuesto que no será cuestión ahora de todo eso, que ha desatado ríos de tinta; y lo que te rondaré, morena.
Me atrae sobremanera el proceso de tradicionalización que impregna muchas manifestaciones musicales de hoy, provenientes de campos muy distintos, sobre todo en aquellos casos en los que el recuerdo de los versos –de la letra– parece haberse perdido. Siempre me maravilló que la versión con que Lole y Manuel terminaron uno de sus discos (“Dios está azul, la flauta y el tambor anuncian ya la cruz de primavera....”) fuera la balada de Juan Ramón Jiménez, eso sí, sin atribución de autoría por ningún lado. Algo parecido me ocurría con el “Guantanamera....”, tan popularizado en canciones latinoamericanas, cuyo primer apoyo son los versos de Martí; pero cuyo camino se inicia, para Martí, probablemente, en el folclore. Martí, por otro lado, aparece frecuentemente como “letrista”, por ejemplo en el disco que he citado antes de Nacha Guevara, en donde hay letras de Benedetti, entre otros.
A poco que uno hurgue en el campo afloran hermosísimas canciones (música + letra) en las que lo importante es la nueva criatura, no solo la letra, no solo la música; y como lógica consecuencia, los creadores que se han movido en ese campo unas veces toman y otras crean, dejando retazos lírico expresivos que prenden en nuestra memoria para jugar con nuestra emoción: son los “Gracias a la vida....” de Violeta Parra y semejantes, que pueden pasar a versiones múltiples o provocar la creación original, como en las muy logradas letras de Joaquín Sabina.
Por supuesto que en esa deliciosa marea musical de la poesía hay que situar toda una batería de clásicos, con sus raíces: las canciones populares de Lorca, pero también las versiones lorquianas (de Carlos Cano, por ejemplo); las viejas y míticas versiones de Paco Ibáñez, las más modernas de Serrat... En latinoamérica la voz popular llega por todos lados y tiene sus nombres clásicos, como el de A. Yupanqui (con decenas de versiones, entre ellas las de Mercedes Sosa) o el universo musical de Chavela Vargas. El campo es inmenso porque afecta a milongas, tangos, boleros, salsa, flamenco... Y en esa inmensidad se puede producir, de vez en cuando, un cruce más novedoso, como el de Falla cantado por Rocío Jurado, creo recordar que con la sinfónica de Nueva York; o o por la misma Lole, esta vez por orquesta sinfónica de Londres.

Si echo la vista atrás, me doy cuenta de que puedo reconstruir este mestizaje entre letras y músicas con bastante facilidad, incluso para alcanzar los orígenes en albores del idioma, y que también puedo adivinar cuándo se adelgaza la comunión y casi se pierde, para que cada una de las modalidades se vaya cerrando sobre sí misma. Garcilaso fue antes cantado que impreso, como he publicado alguna vez –siguiendo datos de E.L. Rivers–, pero con la poesía de aquel siglo desciende esa veta y aparecen las dos modalidades del divorcio: la poesía “culta” o intelectual, con su hito esencial en la aparición de la “silva” a comienzos del siglo XVII y los antecedentes de epístolas y subgéneros de largas tiradas, muy difíciles de cantar; y la música de salón y cortesana, como mero placer sonoro. La larga travesía que espera durante los siglos siguientes va madurando ambas posibilidades: música de cámara y sinfónica al lado de la poesía culta, sin que nunca desaparezca en ambientes populares y folklóricos la versión musical de letras (tonadillas, canciones, zarzuela....) Los músicos cultos, cuando recogen la voz humana como instrumento, se apoyan casi exclusivamente en letras cultas (los “lieder”); aunque en algunos casos –la ópera, la zarzuela...– se mantiene viva la popularidad; pero la música y la poesía cultas iniciaron a finales del siglo XIX su camino hacia ¿dónde?, se fueron cerrando sobre sí mismas, hasta llegar a ser lo que son hoy.

Mientras tanto, desde la segunda mitad del siglo que se fue, comenzó a surgir con fuerza, con gracia, prendiendo en la memoria colectiva de quienes quieren seguir escuchando letras musicadas, este proceso de enriquecimiento expresivo que no sabemos a dónde nos lleva, pero que tanto nos hace disfrutar.
“Lo mismo que el fuego fatuo, lo mismito es el querer; le huyes y te persigues; le llamas y te echa a correr... Malhaya los ojos negros que le alcanzaron ver; malhaya el corazón triste....” (estoy escuchando a Lole, mientras escribo esta nota, cantando “El amor brujo”, de Manuel de Falla).

5 comentarios:

  1. "Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?", decía Voltaire. Aprovecho este comentario para felicitarle -disculpe el retraso- la navidad, Dr. Jauralde. Algo parecido a lo que piensa usted respecto a las versiones pensaba García Lorca tal y como pude leer en alguna ocasión: "la traducción destroza el espíritu del idioma" aunque es, sin duda, mucho más fino decir que “ha perdido su raíz”. El problema viene cuando confundimos los verdaderos autores con los que “musican” o cantan las letras. Yo, sin ir más lejos, estaba plenamente convencida, hasta hace no mucho tiempo, de que la Guantanamera se la debíamos a la gran Celia Cruz. Espléndida entrada, Dr. Jauralde. Por favor, no deje de reconstruir ese mestizaje del que habla y de deleitarnos con su asombrosa sabiduría musical. Yo no perderé mis raíces, ¡descuide!, para que usted cuando quiera las pueda arrancar y consiga así hacerme más fuerte.

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  2. Me apasiona el tema, también.
    ¿Se me permite la corrección de una mínima errata? Es Atahualpa Yupanqui, no Yupanki.

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  3. Les regalo una tonada llanera.
    http://www.youtube.com/watch?v=RwL1IZ6oemA

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  4. "Es imposible traducir la poesía. ¿Acaso se puede traducir la música?", decía Voltaire (obviamente tomo la traducción de la cita). Aprovecho este comentario para felicitarle -disculpe el retraso- la navidad Dr. Jauralde. Algo parecido a lo que piensa usted pensaba García Lorca, tal y como pude leer en alguna ocasión: "la traducción destroza el espíritu del idioma" aunque es -sin duda- mucho más fino decir que "ha perdido su raíz". El problema viene cuando confundimos a los verdaderos autores con los que "musican" o cantan las letras. Fíjese, sin ir más lejos, yo, hasta hace no mucho tiempo, creía que la guantanamera era de la mítica Celia Cruz. Espléndida entrada, Dr. Jauralde y por favor, no deje de reconstruir ese mestizaje del que habla y de deleitarnos con sus palabras y su sabiduría. Yo no perderé mis raíces, ¡descuide!, para que usted las pueda arrancar cuando lo desee y así rebroten con más fuerza.

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  5. Al no aparecer el primer comentario pensé que no le había llegado correctamente -claro que también podía no haberlo incluido usted por alguna razón-. Por eso se le envié otra vez. Discúlpeme.

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