Creo que lo que más me ha impresionado de Malpartida de Cáceres, pueblecito (cinco mil habitantes) a unos diez kilómetros de la ciudad, en el camino hacia Portugal, es una cigüeña que se llama Antonia, de las más antiguas en esa ciudad de cigüeñas, que hace su travesía cuando los fríos llegan, a Senegal, y que lleva un gps en su macuto que permite averiguar muchas circunstancias de su travesía.
En segundo lugar pondría las casas de una planta y dos corrales, su disposición, fachada y otros accidentes, tal y como me la mostró rápidamente una de las señoras que se asomó a ver pasar al grupo cuando íbamos a ver una exposición de bordados.
Sea el tercer lugar para la exposición de bordados, encajes, vainicas, etc. que admiré y discutí al pormenor, dada mi natural tendencia a apoderarme de quehaceres tradicionalmente femeninos.
Y luego siguen ex aqueo (con mal latín se decía de los ciclistas que llegaban en pelotón), un montón o pelotón, que incluye el paisaje natural, los membrillos cargados de fruta, el burro más parecido a Platero que jamás haya visto, la patatera, el concierto de los Varga, la sonrisa de Inés, la cabra de bronce prerromana, mi conversación con el conductor de un autobús, la jara blanca otoñal, el olor de las higueras.... y mi propia melancolía por perder pronto todo eso.
Muchas cosas se reflejan en las ilustraciones de esta entrada.
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