Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

martes, 15 de noviembre de 2016

Cáceres




Al casco viejo de Cáceres se llega por un frondoso paseo de cuatro vías, con fuentes, bancos de hierro, quioscos y la estatua de Gabriel y Galán abriendo la avenida. La ciudad se reparte cómodamente entre el casco viejo y las extensiones modernas, que seguramente albergan a la mayoría de la población, por lo que se ve, acomodada, incluso adinerada, y feliz. Lo de la felicidad viene de hablar con la gente o de pasear arriba y abajo observando qué hacen y cómo son: alegres, generosos, entrañables....


La ciudad respira provincia sana, con sus domingos a cuestas, y el bullicio que converge en la Plaza Mayor, abarrotada de gente que va allí a "estar" sencillamente, o a tomarse lo que la hora diga, el vermú, el café, la cerveza.


Dominan los establecimientos culinarios por todos lados, con sugerencia de especialidades locales. En mi hostal me sugirieron "migas" para desayunar y un platillo de embutidos variados. Ya se ve por el contorno que es tierra de más carnes que huertas, aunque algún extremeño me ha argüido que Cáceres y Badajoz son un auténtico vergel. Como tapa suelo elegir el "magro", para que me den un cerdo guisado, que habría de ser bueno, por la carne y por el tomate. Sin embargo, los afamados cerdos de Jabugo, Cumbres Altas y otros lugares se crían realmente en las dehesas de Cáceres y se transportan, antes de la matanza, a aquellos lugares con "denominación de origen", para que reciban su ración –y denominación– de bellota. Es lo normal en todas las industrias alimenticias. Desde luego, la encina es el árbol omnipresente, aunque me ha llamado la atención la abundancia de catalpas, con menos fresnos, abundancia de palmeras, pinos y eucaliptos, que me dicen que son traídos de fuera. Entre los arbustos, los pitosporos y la jara blanca, por todos lados, preludiando primaveras cálidas y fragantes.


La cabaña ha de ser excelente; solo he tenido tiempo de probar un fortísimo y cremoso queso de oveja, artesano, del que no se podía tomar más que un bocadito, pues enseguida llenaba.



Lo más llamativo, volviendo a la impresionante ciudad vieja, es el contraste entre descubridores lejanos, con sus iglesias, plazas, palacios, casas y el provincianismo regional moderno. Por las callejuelas uno se pierde muy a gusto, en mi caso intentando en vano el rincón, la plazoleta, el atrio, el recodo.... la ciudad había sido invadida por un "mercado medieval", en el que además de muy pocos puestos artesanos (la cestería, algunos ceramistas....) la mayoría eran sitios de comer, y no solo los productos de la tierra, a no ser que Cáceres haya inventado las salchichas, la pizza y las naranjas.




No es cosa de descubrir una ciudad cargada de historia y de belleza, situada durante los últimos tiempos a trasmano de las riadas de veraneantes que inundan las playas, pero frontera –se nota– con un país acogedor y variado como es Portugal. Dicen que el turismo está volviendo a Cáceres y la comarca. Ojalá no destruya su belleza, como ha ocurrido en tantos lugares de la Península.


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