Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 20 de noviembre de 2016

La lucha por la libertad



Buen momento para reconocer o explorar en Madrid la trayectoria de lo que siempre se ha llamado "arte moderno", hasta llegar a nuestros días, zascandileando entre museos, exposiciones y actividades culturales. Y que no se preocupe el lector, que terminaremos luchando por la libertad, a pesar de este comienzo in media res, como el de Straub, al que se va a aludir dentro de un rato, el que tardo en escribir esto a vuela pluma.

Se  podría empezar o con el fauvismo (en la Fundación Mapfre de Madrid), como nuevo intento de disolver el realismo en alguna de sus contemplaciones; o en la sala del CNARS, donde se expone el Transiberiano, (supongo que una de las muchas copias, pues el original está en Tolbiac, París) es decir, hacia 1913, para hacerlo coincidir con los estrenos escandalosos de los ballets de Strawinsky y, entre nosotros, con las primeras rupturas serias de Juan Ramón, etc.; pero si de lo que se trata es de llegar del tedio al hartazgo, atravesando revoluciones y vanguardias, propongo que se siga la travesía en la exposición "El sonido como arte" (Fundación Juan March, Madrid); y en la tercera planta del Reina Sofia, en donde del zaj, pasando por el happening, se llega ahí al lado, a "ficciones y territorios, o arte para pensar la nueva razón del mundo". Un tanto exhausto y perplejo se llega, porque una de las cosas que confiesan artistas y hacedores es que nada se sabe del porvenir. El itinerario no se termina allí, sino que se corona dejándose caer en el cine Doré, sesión de ayer sábado por la tarde (sala 1), para ver la última película de Straub, que nos aboca por fin a nuestro título, ya que "hacer la revolución es volver a colocar en su sitio cosas muy antiguas pero olvidadas" (del programa de mano).

Arte, artes y hartazgos, como se ha dicho correctamente. Se manifiesta el tedio por agotamiento, primero, del realismo; enseguida, por la velocidad de los tiempos, por consumación y hartazgo de todos los desvíos; finalmente -ya hemos llegado a los setenta del siglo que se fue, atravesando los traumas de las guerras- por el entredicho sobre el valor, la función, la historia, el soporte, los límites, etc. de la vieja tradición, lo que dispara la inspiración y abre definitivamente el llamado arte a una consecuencia casi directa e inmediata de la realidad, no de la realidad que nos dan, sino de la que ha sido escamoteada o escondida por el imparable desarrollo del neoliberalismo, y que subyace, late, está en la pobre condición humana de las gentes, entregadas con pasión a un mercantilismo feroz que todo lo arrasa, esto es, privadas de su libertad de elegir, porque se les ha escamoteado su capacidad de pensar e imaginar: y entonces los viajes a las fronteras, los márgenes, los destierros, los emigrantes....
No cabe en estos sitios que ahora frecuento una síntesis mayor. El espectáculo del arte actual estriba en contemplar el silenciosos paseo de los visitantes por las salas de la exposición sobre la palabra vista (en la fundación Juan March) o por las largas e impolutas salas del CNARS, planta 3, que exploran los territorios de la creación actual. Hay que cambiar el chip sobre la hermosura, cuando no produzca sensación de placer la contemplación de una película sobre el derribo de casas en Palestina, o la serie de fotos sobre temas tan actuales como los escaparates. O quizá admitir que el arte no produce placer, aunque he conocido personas de bien que disfrutaban más con los happening de Wolfe que con los cuadros de Ribera.


El Transiberiano del CNARS
No puedo seguir. El tema se hace digresivo. Y otra pregunta, ¿por qué, a pesar de que a mí me gusta también el insufrible desorden de Anne-Marie Scheneider sigo disfrutando con Ribera?  Y por qué no puedo disfrutar de Isidore Valcárcel Medina, del que son sus "poemas sonoros" (1992) sobre cuatro textos ("no te oigo bien el silencio", de Pedro Salinas; "no le dejaba dormir el ruido ensordecedor de las estrellas", de Gabriel García Márquez;  Azorín, Robbe Grillet) y de la larguísima lista de artistas o creadores que se han instalado en una innovación demoledora? 



Por cierto, convendría que de esta última exposición cambiaran el aldabonazo final, el soneto de Quevedo, traído a colación por el "oigo con mis ojos a los muertos", porque difícilmente puede ser de 1648, Quevedo murió en 1645.  

No pude comprar ningún catálogo, este menda está arruinado y, después de cuarenta años de enseñanza -dicen que de alto nivel- no puedo entrar en muchos museos ni comprar esas herramientas. Vaya. Ya se ve hasta dónde llega lo del neoliberalismo, dicho sea con mala idea, es decir, arrimando el ascua a mi sardina.


La venganza es ir al Doré, en donde ando siguiendo los ciclos del brutal cine coreano, de vanguardia y polaco (empieza esta tarde). Y allí, coronar el itinerario con "L'Aquarium et la Nation" (2014) del insobornable Jean-Marie Straub, vehementemente presentada por Albert Serra, que encontraba paradojas en vestidos, músicas y colores del cineasta –por su vanidad estética–. Durante sus 31 minutos, los diez primeros presentan una pecera de colores tras cámara fija, primero en silencio y luego con música barroca; sigue la lectura de unos preciosos textos de André Malraux (de 1943), verdadero centro de la obra, y termina con un fragmento de Renoir. Materialismo dialéctico; aunque a Straub –y a Serra– se les escapó que hay vanidosa búsqueda de la belleza en ese comienzo en suspense que desconcierta al espectador y que no puede interpretar hasta que no le lleguen los textos de Malraux.


Son los textos de Malraux los que justifican el antes y el después, pues en ellos, con claridad y precisión francesa, se discierne que los conceptos de nacimiento, religión y muerte son conceptos históricos puros que han determinado nuestra vida, aprisionada desde entonces, hasta que una revolución la libere.



En fin, materialista dialéctico impuro, impurísimo, a quien le admira tanto San Juan de la Cruz, como la escultura de Chillida sobre San Juan en el hermosísimo patio del Reina Sofia, que es lo que más me admira. He dejado prueba de esa vanidad estética, que me permite el extravío imaginario, en las fotos de la puesta de sol de un Madrid lejano, sobre el ladrillo rojo y la pizarra de Atocha, desde los ascensores transparentes del Reina Sofia. Y es que creo que hay cosas de las que no nos podremos librar más que teóricamente.







































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