Recopilo desde hace unos meses los textos sobre China en nuestra historia, sobre todo en la literaria. Hace poco, en Chengdu (Sichuan) tuve ocasión de releer poemas de Alberti allí escritos (c. 1957), en tanto Teresa León contaba la enfermedad de Aitana. Hoy, al leer la noticia de que ha muerto Marcos Ana, he recordado que también en esas mismas páginas (Memoria de la melancolía) Teresa León dirige un par de sentidas páginas al poeta ayer fallecido. De ellas extraigo este fragmento:
"Querido amigo nuestro, de Rafael y María Teresa: Hoy sabemos lo que es júbilo. Estamos contentos. Has salido de los años amargos, con tu juventud intacta. Estrenas la vida. Has ingresado por la puerta grande al amor de tus gentes. Tus gentes somos nosotros, tu familia, los que sufrían esperándote.
A veces ocurren estas cosas y un hombre con sus sufrimientos de hombre, aunque existan otros con las mismas penas, resume en él los símbolos dispersos. Esto te ocurrió a ti. Durante estos años t nombre ha corrido con sus pequeñas sílabas al rojo, despertando a los que dormitaban. Tuvo ese poder. Tus palabras rítmicas fueron las voces de muchos hombres, la angustia de las casas sin fuego, de las mujeres sin varón, de los niños llenos de preguntas sin respuesta. Nos acostumbramos a tender la mano por los encarcelados. Dos lágrimas en la mano derecha. Oyeron mucho, tanto que asombró a algunos lo vivo del recuerdo de nuestra lucha inacabada en los corazones mejores del mundo.
Durante años, te digo, hemos tendido la mano para detener a los que parecían tener prisa por olvidarnos. No, no, aunque parezcan mendigos, los españoles debemos seguir pidiendo, contando, hablando, iluminando las cárceles oscuras para que la gente mire, vea y compare. Has de saber, Marcos Ana, que tus compatriotas vigilaron siempre. Hubo mujeres tan llena de coraje que hubieras debido verlas contando, hablando, protestando con el valor que del amor al prójimo, protegiendo de lejos, desde América, vuestras noches de encarcelados. Pedía para vosotros la justicia, la luz, todo eso a lo que tienen derecho los hombres que están en libertad.
Así paso tu nombre de boca en boca desde la universidad a la calle de vecinos sentados al fresco. Eras para ellas, mujeres, el hijo que les salió poeta, el amante encadenado. España para todos nosotros, voz de alejamiento, hablaba otra vez. Tus palabras nos permitían presentar a las gentes una generación joven de españoles. Era la generación blanca, los hijos de vencedores y vencidos. Había protestado. Estaba encarcelada. "Pongo la mano sobre España y quema", nos decía López Pacheco. "Pongo la mano sobre España y tiembla". Ellos estaban libres y tú en un patio, en el frío patio de la cárcel de Burgos, pero tu voy y su voz eran el mismo llamamiento: "Tres largos años rojos / poblaron la ancha tierra de simiente infinita..."
Pensamos que era nuestra simiente la que se levantaba de las penas y nos sentíamos orgullosos. ¡Qué difícil resulta andar por la ancha tierra de la patria cuando parece ajena! Sí, nos hemos quedado sin patria. Ahora lo sentirás más porque estás libre, porque habrás de vivir tierras ajenas, porque tendrás que fiarte de tus recuerdos y no ya de tus ojos. Pero cantarás la tragedia inacabable de España, mientras nosotros seguiremos deteniendo a las gentes que pasan, tendiendo la mano por los que quedaron aun sin libertad: ¡eh! ¿no ven ustedes? En mi mano derecha llevo dos lágrimas que ningún viento puede secar. Se llaman España.
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