Ocasión y causa del libro. Así encabeza Quevedo su libro –truncado–, en un gesto creador muy suyo, con el que suele anunciar el libro en el primer boceto o las primeras páginas, aunque luego no pase de esbozo o de borrajear su contenido. Esa vehemencia creadora se mantendrá hasta en sus últimas obras, por ejemplo en el esbozo de la vida del jesuita Marcelo Mastrilli, que emprende en la prisión de San Marcos, unas hojillas que se conservan autógrafas y que, probablemente, no siguió porque el prestigioso y activo padre Eusebio Nieremberg se le adelantó, con información más completa (Nieremberg era también jesuita).
España defendida, sin embargo alcanza la categoría de libro incompleto, como veremos, como una de las numerosas tareas que Quevedo emprende durante aquellos años, las más afectadas por el intento lipsiano de ser un humanista-consejero de la Monarquía Hispana. El tema es largo. He aquí ese pasaje liminar. El estilo es apresurado y vehemente, necesita de algún remanso editor –espaciado y puntuación– que lo acerque al lector actual sin tergiversarlo.
Y recuerdo brevemente que continúo la edición del autógrafo de Quevedo, hito de la leyenda negra, de difícil lectura, como dije en entrada de hace unos días.
No ambición de mostrar ingenio me buscó este asunto, solo el
ver maltratar con insolencia mi patria de los estranjeros y, los tiempos de
ahora, de los propios, no habiendo para ello más razón de tener a los
forasteros invidiosos y a los naturales
que en esto se ocupan despreciados; y callara con los demás si no viera que
vuelven en licencia desbocada nuestra humildad y silencio.
¿Qué cosa nació en España buena a ojos de otras naciones, ni
qué crio dios en ella que a ellas //
les pareciese obra de sus manos? Paciencia tuve, hasta
que vi a los franceses con sus soldados burlando de España; y vi a Josepho
Scalígero, por Holanda, hombre de buenas letras y de mala fe, cuya ciencia y
dotrina se cifró en saber morir peor que vivió, decir mal de Quintiliano,
Lucano y Séneca, y llamarlos “pingües isti cordubenses”; y a Mureto, un
charlatán francés, roedor de autores, llamar en un comento
a Catulo, con el cual, en lugar de darle a entender a otros,
muestra que él no le entendió, y lo confiesa así en muchas partes; y le va
mejor al poeta que, en las que pensando
le entiende, le levanta testimonios y le
deshonra; dice, pues, en el prólogo, comparando con su veronés Catulo a Marcial
español, y con Virgilio mantuano a Lucano el cordobés, no con pureza, que son
sus poetas mejores, sino, blasfemo y desvergonzado, trata a Lucano de inorante
y a Marcial de bufón y ridículo y sucio
//
solo por español; que el Mureto, de todos cuatro autores, para decir
bien o mal, solo entendió que los unos eran hijos de Roma y los otros de
España.
Más me enojo ver que cuando ligeramente pasábamos por estas
cosas, como buscando lo que mas debíamos
sentir, salió otro atreviéndosenos a la fe y a las tradiciones y a los santos,
y no quiso que Santiago hubiese sido patrón de España ni venido a ella. Y espero
a cuando otro escribirá que para los
españoles no hay dios //
que un aborrecimiento tan grande y tan mal fundado no hará
mucho en llegar a hereje un invidioso.
Llegose a esto ver que, cuando aguardaban ellos a tan
grandes injurias alguna respuesta, hubo quien escribió, quizá por lisonjearlos,
que no había habido Cid; y al revés de los griegos, alemanes y franceses, que hacen
de sus mentiras y sueños verdades, él hizo de nuestras verdades mentiras, y se
atrevió a contradecir papeles historias y tradiziones y sepulcros con sola su
incredulidad, que suele ser la autoridad mas poderosa para //
con los porfiados. Y no solo han aborrecido esto los mismos
hijos de España que lo vieron, pero hay quien, por imitarle, esta haciendo fábula
a Bernardo, y escribe que fue cuento y
que no le hubo, cosa con que por lo menos callaron los estranjeros, pues los
propios no los dejan qué dezir.
¡Oh desdichada España,
revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales y no he hallado
por qué causa seas digna de tan porfiada persecución! Solo cuando veo que eres
madre
de tales hijos, me parece que, ellos porque los criaste y
los estraños porque ven que los consientes, tienen razón de decir mal de ti.
Demos que se halle un libro u dos u tres que digan que no hubo Cid ni Bernardo,
¿por qué causa han de ser creídos antes que los muchos que dicen que les hubo?
Si no es que la malicia añada autoridad,
no sé cuál tengan mas; cuando la tuvieran para el estraño, para nosotros no
había de ser así, que el enemigo no es mucho que se muestre curioso, que es lo
mismo que malévolo. Así lo dijo el poeta: “Curiosus nisi malevolus”; //
pero el hijo de la republica lo que le toca es ser propicio
a su patria.
No nos basta ser tan aborrecidos en todas la naciones que
todo el mundo nos sea cárcel y castigo y peregrinación, siendo nuestra España
para todos patria igual y hospedaje. ¿Quién no nos llama bárbaros?; ¿quién no
dice que somos locos, inorantes y soberbios, no teniendo nosotros vicio que no
le debamos a su comunicación dellos? ¿Supieran en España que ley había para el que el lascivo ofendía las leyes
de la naturaleza si Italia no se lo hubiera
enseñado?; ¿hubiera el brindis //
repetido aumentado el gasto a las mesas castellanas si los
tudescos no lo hubieran traído? [Copiado en nota al
final de la hoja:] Ociosa hubiera estado la Santa Inquisición
si sus Melantones, Calvinos, Luteros y Zuinglios y Besas no hubieran atrevídose
a nuestra fe.
Y al fin nada nos pueden decir por oprobio si no es lo que
ellos tienen por honra y, averiguado, es en nosotros imitación suya.
Ya pues es razón que despertemos y logremos parte del ocio que
alcanzamos en mostrar lo que es España y
lo que ha sido siempre; y juntamente que nunca tan gloriosa triunfo de las
letras y armas como hoy, [el siguiente pasaje aparece
tachado:] a pesar de los discursos
del padre Mariana , que desde su celda quiso, no gobernar el mundo, sino
escandalizarlo, con saber que la advertencia es permitida, pero no la sediciosa
murmuración, y más de hombre que ni trata el estado ni la razón del hombre apartado de todo arrepentimiento. Pues si de la
histoira que hizo le hubiera tenido, no hubiera atrevidose a cosa en que le tendrá tarde y por dificultoso
camino; pues en esto paran los que. Pues tenemos] gobernada por don Philipe III, nuestro señor.
Dos cosas tenemos que llorar los españoles: la una, lo que
de nuestras cosas no se ha escrito; y lo otro, que hasta ahora lo que se ha
escrito ha sido tan malo, que viven contentas con su olvido las cosas a que no
se han atrevido nuestras cronistas
// escarmentadas de que las profanan y no de las celebran.
Y así, por castigo, ha permitido dios todas estas
calamidades, para que con nosotros acaben nuestra memoria. Pues aun lo que tan
dichosamente se ha descubierto y conquistado y reducido por nosotros en Indias
está disfamado con un libro impreso en Ginebra, cuyo autor fue un milanés,
Jerónimo Benzón, y cuyo título, porque convenga con la libertad del lugar y con
la insolencia del autor, dice: Nuevas
historias del nuevo mundo, de las cosas que los españoles han hecho en las Indias
Occidentales hasta ahora, y de su cruel tiranía entre aquellas gentes. Y añadiendo
la traición y crueldad que en la Florida usaron con los franceses los
españoles.
Causas son bastantes todas para tomar la defensa de España a
cargo, y de lástima y de amor quien la viere así afligida.
[No se trascribe la segunda hoja,
que es el comienzo del capítulo I, objeto que será de otra entrada].
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