Este año voy a dejar que se mueran; es una pena, pero está decidido. Durante los periodos de ausencia de años anteriores buscaba siempre una persona que viniera regularmente y regara, con amor y cuidado, las veinte o treinta plantas que han ido conviviendo conmigo y que son, como en cualquier casa urbana española que se precie, las de siempre: espatifilo, calanchoe, ciclamen, cintas, potos,
coleos, columneas, begonias, flor de flamenco, maranta, helechos, gardenias,
ficus, aechmeas, peperomías, kentia, singonias, aglaonema...
Uno de esos años el riego me supuso un desembolso cercano a los doscientos euros –cada cinco días acudía una persona a regar–, lo que no salvó de la muerte por calentura y asfixia a las más débiles (se secó un granado de tiesto, desmedraron los geranios, etc.) y, además, hube de dar clases de mimo a plantas a la dama, que emborrachó a los coleos y begonias –que se pudrieron. Quedan algunas viejas que probablemente van a morir, a pesar de que los depósitos y artilugios con agua para los primeros desconciertos están prevenidos: pero ninguno alcanza más allá de la semana –y ya es mucho– con estos calores y sequedad madrileñas (concuerdo en femenino porque sí, por lo de la prima de riesgo, quizá; o quizás por los últimos disparates léxicos de la RAE). Y necesito irme para todo prácticamente: para ensayar mi lengua de trapo en lenguas que hablo mal, pero que he de seguir manejando; para ver cómo se ve españa desde lejos; para acordarme con la pasión debida de la distancia de la mujer a la que he amado –barbolilla, clara....– y sentir la intensidad de la melancolía por el bien perdido, o por el nunca alcanzado, como el de la dama italiana de ojos verdes; para cultivar la lejanía y la soledad en mares remotos; para contemplar la nimiedad y la miseria de mi contexto universitario; para decir tacos que nadie entiende; para reencontrar la condición humana por todos los rincones; para no sé qué.... En realidad me voy con la justificación ejemplar y gloriosa de La Pícara Justina, cuando, al tomar el manto para echarse a la calle, le preguntan que adónde se va, a hacer qué. ¿Como que adónde me voy? ¡A la calle! ¿Que a qué? !A irme!
Uno de esos años el riego me supuso un desembolso cercano a los doscientos euros –cada cinco días acudía una persona a regar–, lo que no salvó de la muerte por calentura y asfixia a las más débiles (se secó un granado de tiesto, desmedraron los geranios, etc.) y, además, hube de dar clases de mimo a plantas a la dama, que emborrachó a los coleos y begonias –que se pudrieron. Quedan algunas viejas que probablemente van a morir, a pesar de que los depósitos y artilugios con agua para los primeros desconciertos están prevenidos: pero ninguno alcanza más allá de la semana –y ya es mucho– con estos calores y sequedad madrileñas (concuerdo en femenino porque sí, por lo de la prima de riesgo, quizá; o quizás por los últimos disparates léxicos de la RAE). Y necesito irme para todo prácticamente: para ensayar mi lengua de trapo en lenguas que hablo mal, pero que he de seguir manejando; para ver cómo se ve españa desde lejos; para acordarme con la pasión debida de la distancia de la mujer a la que he amado –barbolilla, clara....– y sentir la intensidad de la melancolía por el bien perdido, o por el nunca alcanzado, como el de la dama italiana de ojos verdes; para cultivar la lejanía y la soledad en mares remotos; para contemplar la nimiedad y la miseria de mi contexto universitario; para decir tacos que nadie entiende; para reencontrar la condición humana por todos los rincones; para no sé qué.... En realidad me voy con la justificación ejemplar y gloriosa de La Pícara Justina, cuando, al tomar el manto para echarse a la calle, le preguntan que adónde se va, a hacer qué. ¿Como que adónde me voy? ¡A la calle! ¿Que a qué? !A irme!
A irse. No existe mejor razón.
Pasillo arriba he ido de la gardenia –de dos años– a la aglaonema que me regaló Gema. Encima de la mesa, el helecho que encontró su lugar sombreado y me obliga a barrer esa zona casi a diario. Las violetas africanas gustan de ausencia, porque si les dejas con humedad, te reciben cuajadas de flor; pero esta vez va a ser una despedida dura. Y ls cintas, me dicen, no piensan morirse, se enquistan en su raíz tuberculosa y así te esperan. Lo mismo que los potos y probablemente el aloe.... La verdad es que son plantas fieles, resistentes, habituadas a largos periodos de soledad, perrillos fieles, que este año voy a dejar morir dulcemente en el letargo del verano madrileño.
Y así, cuando llegue el otoño, habrá que volver a empezar.
¡Viva Grecia!
¡Viva Grecia!
Nooooo, yo que he regado esas plantas, lloro su pérdida.
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