Esta entrada comienza con una foto en la que una ventana se abre sobre un valle: domina la vista una secuoya. Todo se explicará debidamente un poco después.
Como en casa de don Quijote, un expurgo de mi biblioteca,
que se está aligerando, me zarandea con recuerdos de todo tipo, porque como
decía Luis Landero en su breve colaboración hoy en El País –de lo poquito que a veces leo en este periódico; Landero es uno de los
mejores prosistas que conozco– un libro es como una ventana a la libertad, a la
ilusión. Y es el caso que resuelto al desprendimiento de los más de veinte mil
libros que alcanzaban ya a cocina y otros rincones, he logrado desterrar a unos cuatro mil.
Quiero pensar que se han “beneficiado” mis mejores alumnos,
que vienen a casa y hacen “sacas” según su vocación. Así se
han ido revistas, crítica literaria y teoría de la literatura, sobre todo –digamos–
aquella de la que nos empapamos hacia los 60-70 del siglo que se fue, novela y
poesía actual (los poetas escribimos demasiado, nos dio mal ejemplo Juan
Ramón), todo el teatro de los siglos XVI-XVII….
Este fin de semana me había
impuesto una nueva saca: la de la literatura de los siglos XVIII y XIX. Y ahí lo de don Quijote, las penas y las
consideraciones. ¿Todavía tendrá algo
qué decir Casalduero sobre Galdós? Los ensayos de Montesinos siguen siendo
fundamentales; un poco escorada la monografía de Amorós sobre Varela, pero su epistolario es de lectura amena y casi obligada de vez en cuando…. Dudas,
lecturas, recuerdos, más dudas…. ¿Y para cuándo el desprendimiento de los libros sobre la Edad Media, si ya no quedan medievalistas?
En una de esas me ha aparecido el generoso
recuerdo que colegas y alumnos me hicieron cuando celebré el último Edad de Oro
en la UAM. El primor del tríptico (que acompaña en las fotos) se habrá debido a
Mario Hernández, mi colega en la UAM, habida cuenta de lo que pasa entre Rejón y Pablo Iglesias, creo que puedo decir "mi amado colega".
Y allí veo las firmas de los asistentes a
una cena final en Cuenca: distingo las del propio Mario, Lía Schwartz, Laura
Dolfi, Antonio Carreira, Manuel Alvar,
Delia Gavela, Julio Varas, Luis Peinador, Mercedes Sánchez, Ángel
Gabilondo, Nuria Martínez del Castillo, Enrique Rodríguez Cepeda, Nicasio
Salvador Miguel, Pedro Rojo…. Y las de colegas que ya han fallecido, Claudio
Guillén, Isaías Lerner entre otros. Recuerdos y recuerdos, también pegados a
los regalos que acompañaron al tríptico, la cerámica antigua, la edición
facsímil del Nicolás Antonio y un arbolito, una secuoya, que planté en mi
ferrado de Cedeira y que amenaza con cubrir todo el valle. Sobre él y sobre el ciprés de al lado se encaraman los cuervos para otear el valle de Santalla y controlar la "ingesta" (¡qué palabra!) de nueces. Ahora hemos llegado a la explicación de la foto que abre esta entrada.
A su recuerdo,
presentes tengo también el puñado de alumnos –casi un centenar– que pasaron por
nuestras clases, seminarios, reuniones, las más de las veces como becarios o
doctorandos, y con los que me atreví –porque contaba con ellos, claro– a
empresas que ahora veo bastante arduas, como la catalogación de los fondos
manuscritos de la BNE (ocho o nueve volúmenes); los tres volúmenes del Diccionario Filológico de
Literatura Española (en Castalia); los cuatro de la Biblioteca de Autógrafos
Españoles (en Calambur), y otras muchas publicaciones y revistas, siempre contando con
su ayuda y colaboración y con la continua oposición del departamento y de la propia UAM.
La última revista que comenzamos ex ovo fue la RNBEC
(“Revista de la Nueva Biblioteca de
Erudición y Crítica”), que tuvo seis números en Castalia y que dirigíamos
colectivamente –en Castalia– el propio Mario Hernández, Pablo Moíño (¿por dónde andará?), María
Fernández o Salgado y yo mismo.
Como siga hilvanando recuerdos no sé si voy a seguir sacando libros. Eso sí, he encontrado un método nuevo para los huérfanos: depositarlos en el tenderete del Retiro que recuerda a una biblioteca pública. Desaparecen enseguida.
Además, la historia sigue, ahora con una colección de clásicos (Clásicos Hispánicos) otras revistas y la empresa de Oriente.
Vamos a terminar con otra vista, invernal, del valle de Santaya (¿será con dos eles?) y la secuoya.
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