Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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jueves, 21 de enero de 2016

Con un paraguas rojo



Había que elegir para el último día algo quizá especial, porque el avión hacia Hongkong salía a primera hora de la noche. Imaginé varias aventuras, sabiendo de antemano la que iba a elegir, porque el día estaba lluvioso –la lluvia cálida del trópico– y no había podido visitar todos los rincones del Botánico, que, según el mapa que me dieron al comprar la entrada, era inmenso. Y allí que me fui, después de comprar el paraguas rojo que el hotel ofrecía por 58 yuanes a los huéspedes, provisto de un calzado ad hoc que siempre me llevo a China: unos camper, para decir la verdad y hacer la debida propaganda a la casa mallorquina, que me ha suministrado ese viejo calzado con el que he recorrido todos los rincones de China, y que tiene la propiedad de que pueden mojarse, y por tanto lavarse.   




El Botánico de Xiamen estaba prácticamente vacío, aunque entiéndase que vacío no hay nada en China; pero vamos, de vez en cuando una pareja, un grupito, a veces nadie, sobre todo cuando eché a andar por los caminos de piedra o tierra que se internaban lejos de la carretera asfaltada (hay un autobús que va recogiendo y dejando visitantes).... La mayoría de las fotos, con el paraguas rojo, que he respetado casi siempre en lo que ilustra esta entrada. Eso sí, no me podía parar a traducir adecuadamente las inscripciones y avisos, sobre todo en las piedras y en los asientos, porque no tenía manos suficientes para el paraguas, la pequeña cámara de fotos, la mochila.... De modo que fue el paseo menos meditado de todos, orientándome por la luz, los ruidos, la cantidad de giros que el camino daba; pero como era día sin sol y el camino quebraba constantemente y yo no tenía prisa, me perdí pero que bien perdido en medio de aquella masa de floraciones y plantaciones gigantescas. 

Y así anduve, anduve, anduve –como el poeta–, desprecié una zona de cactus muy extensa, no sé por qué nunca me han interesado mucho, y sin embargo me interné en otra de parras. Huí del templo que arriba existe, porque ya lo había visitado la primera vez, y hablé muchísimo conmigo mismo, diciéndome cosas que ya me había dicho muchas veces, pero que debajo de mi paraguas rojo, con el olor de la lluvia y cuidando de no resbalar en aquellos páramos humanos, me sonaron como flores frescas del pensamiento.



No alcancé ninguna conclusión, si no fue la de que estos viajes y sus correspondientes meditaciones no tienen por qué abocar a conclusiones, sino que se producen como tránsitos, tampoco sé muy bien de dónde a dónde.



Agotado y feliz –las reflexiones no fueron pesimistas, ya se ve– hube de salir, sintiendo arriba de las copas un ruido extraño, que descubrí como el de los cangilones de un funicular, hube de salir, decía, a un barrio alejado del oeste del parque. El mapa (el "ditu, 地图)del IPad, que me había abandonado dentro del parque, volvió a ser mi amigo a poco de salir, y me indicó con su flechita azul que estaba lejísimos de mi alojamiento, en donde me guardaban la maletita de viaje.


Decidí volver andando y por el camino, tomarme unos fideos chinos en algún sitio lleno de colegiales. Y así lo hice, con postre de mandarinas y un helado. Lo he contado ya.





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