Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Al sur del río amarillo


Desolador paisaje el de Jinan
todo lo que se puede fabricar
en la viejísima ciudad budista
para que nadie sufra ni pase hambre

aunque sea en los barrios de edificios
uniformados y alineados casi
militarmente, en competencia extraña
con naves, chimeneas y arboledas.

Cruzo en un tren de alta velocidad;
todo se queda atrás, desaparece,
el tren va buscando Qingdao, el mar,
donde dicen que todo se termina,

espacio y luz para sentir el viento
y detener un viaje sin destino.









Entre Hangzhou y Qingdao, el cielo gris,
la tierra parda, extensos arrozales,
cosechas recogidas, autopistas,
churretes grises de las chimeneas

y muchas ciudades de nombre antiguo:
Chuzou, Tengzhou, Taian, Jinan, Nanjing....
cada vez que las cruzo se distingue 
el hormigueo humano: bicis, coches.... 

Cambiamos en Jinan hacia Levante.
Zibo es una ciudad destartalada;
no he podido copiar su nombre al paso,
lo escribe en mi libreta la azafata;

le doy las gracias con una sonrisa;
el hanyu todavía está muy flojo.



No se puede comprar primera clase,
el pasajero va en una burbuja
atravesando zonas industriales
invernaderos   arrozales   ríos

Tampoco se ve gente, es muy temprano,
pero al cruzar el tren por las afueras
se adivina el latido de la vida
en esa extraña mezcla de lo viejo

y lo nuevo: los carros y los coches,
las bicicletas y los trenes nuevos
de alta velocidad, con pasajeros
que arrastran equipajes y mochilas

y desayunan sopa de fideos.
El cielo sigue gris, encapotado.




Estación del este (Hangzhou)
El viajero ha tenido que darse un buen madrugón, a las 4 de la mañana, para ir a la imponente estación del este, de ferrocarriles, en Hangzhou. Aun así, a las seis de la mañana es notable la presencia de gente, y a las siete compruebo que ya está abriendo todo. El orden es exquisito y la limpieza extrema: con cortesía se pide a los viajeros que no se acuesten en los asientos de la estación. He sacado un billete relativamente barato, de primera me dijeron, pensando que era un billete normal, pero está en el vagón número 1 y se trata de un compartimento único –la "burbuja" del soneto anterior– en que tan solo viaja un "rico", una pareja de damas –presuntamente madre e hija– con un niño, y yo. 

El exceso de comodidades es notable: yo no las uso, pero el rico, vamos a llamarle así, se cambia zapatos por pantuflas, convierte su sillón en cama y llama por el micro a la azafata que le trae un zumo embotellado; luego habla aparatosamente por teléfono. Durante el viaje, me entretengo mirando al niño, de una expresividad especial y tan emprendedor que la madre ha de proporcionarle continuamente actividades nuevas. El viaje,  de algo más de mil kilómetros, dura siete horas.

La azafata me mira entre despectiva e indiferente y me deja mi zumo embotellado cerca. A las tres o cuatro horas me doy cuenta de que hubiera debido traerme algo de comer, como hacen los pasajeros de los otros vagones. Busco en la mochila por si queda algún resto de galleta.... ¡y encuento un par de liches! Estoy salvado. 


1 comentario:

  1. ¡Qué gran desastre de urbanismo, qué desastre de paisajes!
    Es bueno que nos haga ver de todo, acostumbrados a las películas tan preciosas de Zang Yimu, etc. El vagón de tren parece estupendo si es que no olía mucho a pies. Disfrute del largo viaje, hoy día ya no tan largo como el de Marco Polo.

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