Día de fiesta por la mañana, como el título de Zabaleta. Hay bailes
tradicionales en todo el parque, orillas del lago; y las parejas –mayores, por lo general–
bailan algo parecido a un pasodoble (mano en alto, compás largo, ritmo marcado)
pero más lento; no me he atrevido a rogar a ninguna dama que me enseñara,
porque –la verdad– no he visto todavía ningún occidental, y ya bailando me
parecería demasiado; pero me he quedado con ganas. Cuando he vuelto, me adelanto, tres o cuatro horas más tarde, el baile se había multiplicado y ya había cuatro o cinco lugares, muy animados, con el baile de la plaza. Eso sí, los instrumentos son tradicionales chinos, excepto
en una banda de viento. He preguntado, se trata del "baile de la plaza", me dicen.
También hay muchas interpretaciones de solistas, con
voz, aunque la mas interesante me ha parecido la del círculo en donde se
reclama participación del público: el intérprete de amarillo de la foto se ha
llevado todos los aplausos, y también el mío, pues interpretaba con voz de
tiple y gestos muy marcados y prolongados (¿ópera?), emotivamente.
He paseado a lo largo del lago, en donde
cada vez hay más gente y luego me he sentado en un banco a estudiar un poco, a
ver si consigo que la camarera que me sirve el café de las mañanas me entienda;
a mi lado se ha sentado una dama, ha abierto un paraguas para protegerse del
sol y se ha quedado dormida. Ronquiditos apacibles. No me he atrevido a fotografiarla. Al rato me he
levantado y he proseguido. Un grupo de chicas me ha dicho –en inglés– que me
haga una foto con ellas, y durante un rato hemos estado haciéndonos fotos,
luego me han dicho que me hacían una con mi cámara. Estupendo, pero les he avisado que no soy inglés, lo que parece haberles entusiasmado, sobre todo cuando he chapurreado han yu. La gente es muy simpática. Y yo no suelo aparecer en el noticiero del blog, pero como la foto ha quedado en mi cámara, sea por una vez: soy el segundo, con gorra, camisa de HM y alpargatas abiertas. El tiempo es Hangzhou es lluvioso, tibio, cálido.
No he quitado el vaso con la sopa de loto, que dejé en la barandilla para hacer la foto |
Me ha llamado la atención la cantidad de
parejas jóvenes, muy jóvenes, con niño pequeño: quizá el grupo humano que más
se deja ver; atienden por igual al vástago, con mucho cuidado y cariño. Hay casos en que casi parecen adolescentes.
Aunque se he de señalar materiales humanos, todos tan atractivos por alguna u otra razón, me voy a quedar con la chica de la moto y el teléfono, en medio del fragor del tráfico, un signo de la nueva China, quizá, en donde, si suprimieran los teléfonos digitales esta humanidad de Oriente no sabría qué hacer de su vida.
La mañana ha seguido felizmente. A mi
vuelta al hotel he ido derecho a la camarera y le he espetado shang wu hao (上 午好)más sencillo no puede ser mi
“buenos días”. Me ha puesto una cara de extrañeza especial. Y entonces le he
preguntado que si mi yu yin (语音) 弄色 no se entendía; allí ha sido ello,
porque ya han aparecido expresiones, palabras y tonos nuevos y me he retirado,
confuso y avergonzado. Me pasaré la tarde estudiando. Esto no puede ser.
Por la
noche he vuelto a pasear orillas del lago: los sauces con los que se alinean
los paseos son como los cabellos oscuros de las damas: todo desciende con un
gesto sencillo de hermosura, y el sol que se va ayuda a contemplar la belleza
en lo que se apaga. Los viejos plátanos no se podan como en Europa, para que suban, sino que se ramifican y se tuercen (¿cuál será lo natural?).
Antes
de volver, me han enseñado a comer el fruto del loto, una especie de avellanas
que hay que extraer primero del troncho de la flor y luego abrir: blancas, de
sabor suave. Es uno de ,los frutos de temporada –junto a los higos– que se
venden por la calle. La dama que me lo ha enseñado ha tenido luego la
delicadeza de invitarme a una sopa de loto, densa, casi cremosa, con tono dulce
al fondo, muy caliente, que me he ido tomando de vuelta. Dice que tranquiliza,
relaja. A ver si así consigo cuadrar las horas y no despertarme a hora Europea,
a media noche.
Mirando al lago escribí, pensé, me admiré, y la flor del loto terminó por serenarme.
Es bonito lo que escribes. Me gusta tu mirada, sorprendida y cariñosa, siempre penetrando, evitando siempre quedarse en la superficie.
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