recorro de vez en cuando -y expurgo– la extensa, demasiado extensa, creación de versos o la exploración de rincones del conocimiento y de la investigación, sin demasiado convencimiento. Hoy me he parado en un viejo soneto –lo de los sonetos tiene su qué, para controlar la facilidad de la vena–, el que me lleva una y otra vez al remanso de los tilos, la plazoleta del jardín botánico de Madrid. He retocado muy poco. Suena todavía:
quietud
redonda y cinco tilos para
que de pensar descanse el pasajero
el
viejo sol de invierno apenas llega
a
trazar laberintos en el suelo
no
hay colores ni frutos solo verde
alguna
rama cruje se oye el vuelo
de
los pájaros y un rumor urbano
gente
que bulle cada vez más lejos
a
la plaza sentado como siempre
he
venido a dejar los pensamientos
necesito
llegar a la armonía
sentir
que nada soy que nada tengo
a
mirar he venido a respirar
a
llenarme de paz y de silencio
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