He abierto esta página como se abrían las viejas páginas de mis cuadernos escolares: para escribir y, quizá, para no decir nada. O como hacía el buen Unamuno, para ir "de lo uno a lo otro", mejor que "contra esto y aquello", que es otro título. En realidad no me apetece mucho escribir en contra, cuando en realidad uno va de retirada, a sus propios cuarteles, buscando más bien el alivio de los respiraderos, cada vez más escasos. Leí mucho a Unamuno cuando vivía como estudiante universitario en la vieja calle Libreros, cerca de la parra del rectorado –a la que dedicó un buen soneto–, mientras trabajaba y soñaba. No encontré lo que buscaba Unamuno, siempre un poco perdido, incluyendo en la cinta de Amenábar: a veces me llegaban algunos versos de fuerza ciega, que todavía andan mal editados. Hubiera querido editar sus versos, que él ensayaba métricamente con infinita paciencia; pero he ido desechando poco a poco la tarea, para terminar refugiado en la edición de Campos de Castilla, que habría de ser el número 100 de Clásicos Hispánicos. Terminada está, con sus viajes a Soria, Almazán, Segovia, Baeza.... Machado sí que ofrece algún tipo de refugio –el último gran clásico de nuestra historia, como digo en la edición. Sirve para sentir con sus palabras la emoción de la "persona" que se aferra a lo que le va quedando, cada vez menos, y a la tierra: soy castellano, nací y viví la infancia en Palencia, en cuyas eras jugué con los amigos. Todo lejos, ahora, extraviado en los lejanos mares de China; en los países del norte; en los recorridos por tierras que ya no me dicen casi nada.
Me dice todavía el Retiro –que cruzo incansablemente, para admirar el ciclo inagotable de la naturaleza. Me dice la noche. Me dicen las viejas músicas, todas las músicas, con su dulzura anónima que no necesito identificar, al contrario de los versos. Y me dice cada vez más el silencio.
Pues sí, al final uno vuelve siempre al origen y descubre que lo que buscaba estaba allí; por eso me produce tanto respeto cuando escucho a alguien decir con una sonrisa que no ha salido nunca de su pueblo, que no lo ha necesitado. Quizás lo sabían intuitivamente y se han ahorrado todo el viaje. Hemos olvidado que abandonar tu paisaje y tus seres queridos ha sido siempre un castigo.
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