Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 5 de febrero de 2020

Sobre "Campos de Castilla", de Antonio Machado, fragmentos de la edición


manifestación nacionalista reciente en la calle Goya de Madrid
La imagen final de Antonio Machado (julio de 1875-enero de 1939), mirando al mar de invierno en Colliure, soñando quizá en rehacer lo que le queda de vida en aquel pueblecito francés de pescadores, cercano a la frontera, se mantiene solo durante unos instantes; las noticias y, sobre todo, las imágenes que han quedado de su fallecimiento, traslado del cuerpo, entierro…. resultan sobrecogedoras para cualquier lector de los escritos –y las poesías– del último de los grandes clásicos españoles. Este extraño país de enemigos, pendencias, incomprensiones maltrató a media España –como él había predicho– y enfrentó irremediablemente a unos y otros; además, “ganaron los malos”, que se cebaron en sus enemigos y encerraron a la triste y espaciosa españa en cuarenta años de sordidez. Sobre lo que ha quedado luego…. baste con decir que la lectura de Machado sigue siendo actual. Y no me engaño: durante aquellos años y en la españa vencedora y triunfante, claro que hubo ramalazos de belleza, logros, focos de nobleza, momentos de resolución, generosidad y todo lo que se quiera. Pero la imagen del quinto viaje de Antonio Machado a Francia, con su aire desgarbado y el gabán roto por la ceniza del cigarro, huyendo en condiciones trágicas durante el invierno de 1939 hacia Francia, quedará siempre como una realidad de nuestra historia, que se asoma de vez en cuando y gesticula hacia el horror, el miedo, la tristeza. Porque todo eso es España, mal que nos pese.

Una de las últimas fotos de Machado, en Colliure (de la reciente exposición
en el Instituto Cervantes)
Este editor va a publicar, cuando se cumplen ochenta años de su muerte –y los herederos ya no pueden prohibirlo, ni vivir de la herencia de la creación, como Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez y tantos otros–, va a publicar Campos de Castilla, al menos si Clásicos Hispánicos alcanza su número 100. No va un paréntesis para señalar el año, que hubiera podido ser 1912, pues la obrita que aparece entonces con ese título no tiene prácticamente nada que ver con la que usualmente se lee. Para que nadie se llame a engaño: no existe Campos de Castilla de 1917, no existe ese libro. El pequeño y frágil libro que aparece en 1912 termina con “humoradas”, proverbios, cantares y dos poesías en homenaje a Juan Ramón Jiménez y a Unamuno. Hacia el final se sitúa también el largo romance “La tierra de Alvargonzález”, dedicada a JRJ, que ya andaba bastante lejos de lo que escribía su amigo sevillano. Biográficamente contiene apuntes de todo tipo, pero en aquella edición se encuentra uno de los poemas más frescos y vitales del poeta, Pascua de Resurrección, escrito hacia el verano de 1909, poco antes de casarse con Leonor.
https://hanganadolosmalos.blogspot.com/2014/04/pascua-de-resurreccion-armonias-poeticas.html

Es curioso que nadie defienda que el clasicismo de Antonio Machado es culpable, primero, de su permanencia como poeta que resuena constantemente; y segundo, de una especie de apagamiento que se va operando poco a poco en su vena poética, germinal en Campos de Castilla, evidente en Nuevas Canciones (1924). La guerra y la tensión social reavivan su vena poética, determinada obviamente por las circunstancias y por un amor tardío; pero el referente de la poesía clásica será una buena antología que recoja casi todo de los dos primeros libros y una selección de su etapa final, entreverada de apócrifos, prosas y otras páginas. Terminará por escribir una veintena de páginas ensayísticas en La Vanguardia de Barcelona, cuando allí se detenga camino del exilio –y la muerte– en 1938-39. Y es curioso, con toda evidencia asoman en toda su obra, pero particularmente en su obra final, defectillos técnicos a modo de ripios, reiteraciones, desapegos…. que nadie va a admitir nunca, pero que son una muestra de cómo el poeta piensa más que canta.

En realidad Campos de Castilla se prepara para su edición (1912) mientras que están ocurriendo todos los grandes cambios estéticos que preceden e la primera guerra mundial (1914) –Picasso, Mallarme, Stravinsky…– y cuya onda alcanza al Ulyses de James Joyce y Tierra Baldía de Eliot, al poco de comenzar la década de los veinte, cuando Machado –en Baeza– ya ha descendido de sus versos, y las nuevas generaciones poéticas, entre ellos Lorca, han iniciado el asenso al arte del siglo XX. Poco se entenderá de la poesía de Antonio Machado si no se sitúan sus versos en aquella formación histórica.
Antonio Machado es el último gran poeta clásico antes de que el siglo XX se encarrile hacia las vanguardias. Eso quiere decir sencillamente que sus versos se entienden en una lectura directa, sin necesidad de una explicación crítica, como voz común.












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