Eso es lo que hacen los mapas, lo que hacemos cada vez que viajamos, imaginar espacios, que necesitamos entender. Al entendimiento cabal se alía en estos casos la necesidad de enhebrarlo a un espacio, a un lugar. Como la imaginación humana es nuestra mejor facultad, los espacios a los que reducimos la realidad son muchos, en general se llaman "mapas", pero son algo más, desde luego. Y así se demuestra en cualquier exposición de mapas, como la de la BNE, que se va a terminar ahora, en donde hay hueco para espacios ficticios (mapa del cielo, del centro de la tierra, de una novela, en este caso del Quijote, aunque también lo hay de la "región" de Benet, etc.) y para espacios modernísimos, desde las galaxias hasta los ojos de pez (el segundo de los mapas, de la BNE).
Este viajero trasiega mucho con mapas; de hecho ando muy poco a poco recorriendo la espléndida colección de mapas del Palacio Real –gracias a la bondad y eficiencia de sus bibliotecarios– y cotejándolos con la historia, por un lado, y con la realidad, por otro, para un conocimiento más cumplido de cómo se fue trabando la historia común de China y España.
Por eso la visita a la exposición de la BNE me ha servido sobremanera, aunque yo no pienso acudir a espacios imaginarios, sino que prefiero los reales, casi siempre mentidos en los esquemas (por la famosa perspectiva); y por no traer una vez más a colación la Babilonia de Borges, el mejor mapa, la realidad..... aunque necesitamos hacerla nuestra mentalmente, es decir, necesitamos reducirla a esquema que nuestra cabeza piense.
Lo que de China hay en la exposición no es demasiado: un plano del viejo Pekín, las páginas de Kichner, los conocidos mapas de Ortelius, Mercator, etc. y como curiosidad, ya que sirve para el folleto publicictario, la isla de Haiku, uno de mis viajes, representada de modo muy peculiar. Es el que encabeza esta entradilla.
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