Siempre tuve el vicio de los helados, que cultivo con primor
místico; pero ese vicio se me acrecentó en china en donde tenía el hábito de
comer tan solo cuando sentía hambre –el hombre es el único animal con
ejemplares obesos, que comen cuando no tienen hambre–; pero ese primor místico
se doblegaba con los helados, de los que ofrezco una variación mozartiana,
porque tres son las variantes de los helados en china: aquellos que
despreciaremos, como son los europeos y americanos, que van de los Haggen Dazz
(nunca sabré cómo se escriben y no pienso esforzarme) a los de MacDonald, los
unos desechados porque cuestan el doble que una comida normal y además son pequeñitos; los otros porque
huelen a la fritanga de carnes desconocidas. Incrementan esas variedades
los italo-argentinos, que se van introduciendo poco a poco, también tan caros
como una cena. En segundo lugar se encuentran los helados “cremosos”, de solo
un par de sabores (blancos y rosas) que una máquina expende rellenando un cucurucho:
es un tipo de helado primitivo, que todavía se puede comer en España, en ferias
y puestos de poca monta. Era el helado dominante en china hasta hace poco,
insalubre, dulzón, grasiento…. No tenía mucha gracia.
Y dejo para el final
los auténticos pinchilines 冰激凌, los xuegao 雪糕,
que así se llaman; y solo de pronunciarlo me dan ganas de tirarme a la calle
para intentar buscarlos. Es una variedad generosa, pues engloba todos los que
se amontonan en los congeladores de las tiendas menudas, a la entrada de la tienda, es decir, prácticamente al alcance de la mano del paseante, suelen ser de muchos colores,
aspectos y sabores. Son baratísimos –aunque a veces aparece entre ellos algún
“Magnum”, que hay que despreciar, eh–. Entre todos hay una variedad, que
suele costar entre dos y cuatro yuanes, es decir, entre treinta y cincuenta
céntimos, que alcanza la plenitud del sabor cuando el viajero está a punto de
desmayar: el “pinchilin de niu nai”, 牛奶冰激林,el
helado de leche, que a modo de polo se envuelve en un papel blanco, de forma
rectangular, textura mordible y esponjosa, sabor celeste. He comido “pinchilines
de niunai” en Mongolia, en Xixuanbanna, en Hangzhou, en Giulin, en Jiuzaigou…..
Alivio y alimento del viajero hambriento, con su qué de azúcar para mantener el
ritmo.
Aun recuerdo lo que pasaba en Harbin, la gran ciudad rusa de Manchuria,
en donde por la noche –es verdad que era verano– producían cajas y cajas de
“pinchilines de niu nai” con ligeras y discretas variaciones en el sabor, por
el procedimiento de añadir semillas o al haber mezclado la leche con café
o chocolate. Según aparecían las cajas
de pinchilines, con cien o doscientos helados, hacíamos cola y los
despachábamos en un momento, hasta que traían otros. ¡Que orgías de helados! Y
por la calle todo el mundo iba con su “pinchilin”, gente feliz.
Hete aquí que en mi último viaje, en la estación de
Schenzhen, hice mi último descubrimiento, el “pinchilin de liuliá” (liulian, 榴莲)
que entre nosotros debe llamarse de “durián”, fruta desconocida por
estos pagos, medio tropical, que se suele vender por las calles de toda China
(en Chengdu, Lijiang, Jinghong….), normalmente pelada, y que se reconoce por lo
mal que güele (por eso lo escribo con g-) y lo bien que sabe. Naturalmente que
compré y me comí uno.
Pero antes, para que el placer fuera completo busqué una
sinestesia. Sí que saben ustedes lo que es una sinestesia: con el helado ya
descubierto, sin papel, y la ansiedad por hacerlo mío, miré alrededor en busca
de alguna dama hermosa, con exquisita discreción, de verdad; había varías, pero
finalmente me centré en una preciosa chica china de grandes gafas, ojos
almendrados, cola de caballo y vaqueros calzados a presión. Me senté enfrente y
empecé a comerme el helado de Durián. Sinestesia.
Es siempre un placer leer este blog sobre filología, literatura, viajes, comida , flora y hasta fauna universitaria. Un lector asiduo y agradecido.
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