Todavía no he visitado la exposición sobre los manuscritos de Leonardo de Vinci; presumo su valor al haber sido organizada por Elisa Ruiz, y al haber recibido directa o indirectamente comentarios de quienes sí la habían visto o de quienes pudieron disfrutar –internamente– de las explicaciones de Elisa Ruiz. Reservada tengo una mañana para ir, una vez que he cumplido con Góngora y con los epistolarios (las otras dos exposiciones abiertas). He terminado por hurgar en papeles viejos, recuperar documentación, enhebrar nombres, etc. que terminan por confluir en los manuscritos de Leonardo de Vinci. El hilo vuelve a ser Quevedo.
La foto que sigue es del protocolo (AHPM) que contiene buena parte de los papeles y de la testamentaría de Juan de Espina, de 1643 en su mayoría, y que, si tengo tiempo, reproduciré con otras curiosidades quevedescas. Una de ellas, por cierto, es que todo el juego notarial y burocrático se inicia y complica –sobre todo por la venta de las casas de Juan de Espina– en abril de 1643, después de haberse interrumpido el legajo en noviembre de 1639. Es decir: exactamente el periodo durante el que el escritor estuvo preso en San Marcos de León. ¿Causas? Las habrá, pero necesitan de exposición prolija.
En efecto, como habrán estudiado los historiadores, los dos grandes libracos autógrafos de Leonardo, base de la exposición, proceden de un legado de Juan de Espina, aparecen en testamentarías que confluyen en la de este curioso personaje, al que alude un capitulillo de una obra incompleta de Quevedo, una de las editadas más precariamente, Grandes anales de quince días. Desgraciadamente el único editor moderno, en la colección de Obras Completas que está publicando la editorial Castalia (Madrid, 2005, el vol. III) suprime ese capitulillo y no lo ofrece, como dice, en apéndice, y eso que sí lo había editado antes. En ese texto Quevedo habla en términos muy claros de su amigo Juan de Espina, espíritu afín al de Leonardo, que unió imaginación, inventiva y sabiduría para allegar un gabinete de curiosidades que legó al rey.
Según Quevedo, hizo tan delgada inquisición en las artes y ciencias que averiguó aquel punto donde no puede arribar el seso humano, con comentarios semejantes, que presentan a Espina más como un pequeño Leonardo hispánico que como un "nigromante", como se le calificó a veces en la época: aparece por ejemplo en el libelo La cueva de Meliso (de hacia 1643), en poesía satírica anónima (que yo mismo he publicado, véase el ms. 3920 de la BNE) y en la correspondencia del escritor, para terninar siendo fábula de obras dramáticas de Cañizares, ya entrado el siglo XVIII, claro.
Me gustaría señalar que a Quevedo no le convenía su trato una vez que fue acusado y encarcelado, porque parte de su defensa se apoyó en los jesuitas y Espina fue uno de los personajes más atacados por la caballería de Jesús. La redacción de esa obra no puede ser de determinadas fechas. De hecho, Quevedo comenta la muerte de Juan de Espina en una carta al padre Pimentel que lleva fecha enero de 1643; y el comentario resulta despegado; pero el padre Pimentel, segundón de los Benaventes, era un jesuita.
Con todos esos mimbres, harían bien los editores de Quevedo en volver a plantear el juego de fechas y redacciones de Grandes anales, que no es de recibo. Las aficiones y sabidurías de Espina llevan a la invención y, sobre todo, a la aplicación de las invenciones en pintura y música: Puso la atención en los primores de la música, en la perfección de los instrumentos, en disponer lo sumo del arte; y llegó en esto a tan alta cumbre, que oí decir a los que admiraba mi edad por maestros, que había hecho don Juan capaz la lira de la verdad de la ciencia, y que con su mano había verificado las fábulas, tocando prodigios y hallando obediencia en los sentidos y potencias... Pintura y música fueron dos aficiones del exquisito don Francisco de Quevedo, del que tan poco se habla.
El documento digitalizado refiere también la caja que se lega con los instrumentos de tortura y ejecución del Marqués de Siete Iglesias, don Rodrigo Calderón; la caja de fetiches, qué curioso, se cita en Grandes anales por Quevedo, quien, como es sabido, relató la ejecución del marqués en la Plaza Mayor, aunque él no estuvo presente (estaba desterrado en La Torre). Pero todo esto nos llevaría a otra curiosa senda de investigación, que estarán recorriendo mis colegas los historiadores y que irradia el clan de los Pompeo Leoni: quizá podría tirarse del hilo del retrato que conciertan con Pantoja de la Cruz (¿se conserva?, yo no lo he visto), o de las casas que compró a Barrionuevo Peralta en la calle del Reloj, en donde vivía don Rodrigo.... La madeja es tan curiosa como compleja.
Hace falta entrar en esa curiosa red social e histórica y casar todos los datos para que nuestra visión de Quevedo, de la época, de la admiración hacia los inventos de Leonardo, etc. se comprenda cabalmente. Y de paso se entenderán las cautelas del rey, el heredero, para que nadie le robe nada de aquel tesoro del coleccionista, una parte del cual podemos hoy admirar en la BNE.
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