Como un resultado natural de mis lecturas de textos de los siglos XVI-XVII (confieso que he dejado medio millar de publicaciones detrás, y que cuando llegué a ese lugar decidí no publicar), he entrado últimamente en la lectura de textos relacionados con un campo que nosotros hemos desgajado, pero que era lectura y sabor en la época, y no solo por la curiosidad de los cuatro caballeros japoneses que se presentaron en El Escorial a saciar la curiosidad de cortesanos, sino porque Cervantes, Lope, Quevedo, artistas, escritores, gentes.... también leían los innumerables y curiosos relatos que llegaban de lejas tierras, en donde se estaban retrazando las fronteras constantemente, en acuerdo formal con el Consejo de Indias o con el monarca, que en el caso de Felipe II sobre todo, se conocía al dedillo lo que se cocía en las costas de América, en el Caribe o lo que cabía esperar de aquellos ocho mil kilómetros que se podían navegar para llegar a lo que hoy son las Islas Filipinas, pero de donde era muy difícil volver, que por eso mandó al bueno de Urdaeta, recogido entre los agustinos.
Lo que llegaba de allí eran las "relaciones" de los capitanes, pilotos, marineros, etc. que formaban parte de alguna expedición; o las "relaciones" de los primeros evangelizadores –por ahora les llamamos así–, que normalmente eran agustinos y franciscanos, enseguida incrementados con jesuitas y dominicos, entre otros. Eso es lo que llegaba. Lo que salía de la Corte –o a veces del lejano virreinato de América– eran prescripciones, mandatos, leyes, ordenanzas, nombramientos.... Y entre unos y otros, multitud de cartas. Todo ese inmenso corpus constituye la materia de trabajo e investigación de los sinólogos-hispanistas. Puedo encarecer sin exageración haberme quedado deslumbrado por ese continente histórico, que abarca desde Alaska a Australia, pasando por California, Japón, Formosa (Taiwan), Malasia....
Un alto rápido, también de carácter histórico: fueron los portugueses los primeros que iniciaron esa aventura, que dejó su huella por ejemplo en Macao, pero también en otros lugares; y fueron los europeos sin nacionalidad de entonces (¡qué felicidad poderlo decir, a ver si tomamos ejemplo!), como los italianos, los primeros que hollaron, por ejemplo, el continente asiático en China, Japón o Formosa. La incorporación de Portugal a la corona española (en 1580) y las relaciones con los virreinatos o no (Génova, Nápoles, Milán, Sicilia....) de la Monarquía Hispánica parece que borraron aquellas presencias, que sin embargo asoman constantemente al historiador cuando bucea en textos y documentos originales, la mayoría de los cuales, por cierto, o no se han reeditado nunca o lo han hecho de modo parcial y precario. Y buen ejemplo son las páginas del manuscrito que acompaño, en portugués.
El historiador va leyendo poco a poco todo lo que le aparece, primero en su lugar habitual de trabajo, bibliotecas y centros documentales de Madrid; luego lee a sus colegas de todo el mundo que andan estudiando lo mismo; finalmente vuelve para equilibrar lo que podría y lo que no podría abarcar, pues el material documental que encuentra es excesivo y anda disperso: necesita de la síntesis histórica.
Lo que estoy pretendiendo es, primero, crear una guía razonada de fuentes primarias para el estudio de los descubrimientos en el Pacífico, desde la óptica española; segundo, editar –en Clásicos hispánicos– lo más interesante de aquellas relaciones y documentos. Ambas cosas están en marcha.
En ese camino, muchas cosas, como la que he empleado para ilustrar esta entrada, probablemente uno de los primeros textos que difunde, en el siglo XVI, el conocimiento de China –lugar sobre el que estoy centrando la investigación–. Se trata de un texto manuscrito de un siglo XVI mediado, en un buen manuscrito de la Biblioteca Nacional de España, el 7096, que contiene, entre otros papeles anteriores o coetáneos (de 1533, de 1546, etc.) esa relación de las cosas de China, con detenimiento expreso en Gangzhou (Cantón), que era también el puerto y puerta normal por el que pretendían acceder curas y comerciantes españoles, como ya lo habían hecho los portugueses desde Macao.
El texto se entiende bastante bien. Relaçio das cidades, vilas e lugares de guarniçoes que contem en si o grande reino ou Imperio da China afora as aldeas e da situaçiao das treze cidades cabezas de treze Prohuincias em que he repartido e de suas distançias tirado tudo de livros seus impresos e de verdaderas informaçioes ....
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