Como suelo hacer todos los lunes, he ido a la Biblioteca Nacional de España (Madrid), en donde cumplo tareas que parecen no acabarse nunca. En la verja de la entrada he visto a Marta Ortiz y Carolina, dos antiguas alumnas; la primera acaba de comisariar (¿existe este verbo?) un exposición sobre el Inca Garcilaso; la segunda, probablemente siga trabajando sobre Galdós. Creo que las dos tiene algún tipo de trabajo en la sala Cervantes de la propia BNE, pero no sé de qué ni en qué condiciones.
Luego, al entrar en la BNE, justo en la sala primera que distribuye espacios, he visto una cartel –el de la foto– que anuncia el centenario de Alonso Zamora Vicente (había nacido el 1 de febrero de 1616); su mirada burlona con la cabeza ladeada y un ligerísimo movimiento de cejas, detrás del cual se esboza una sonrisa, era uno de sus modos de saludar y de estar. He seguido hasta la sala Cervantes con su mirada detrás. Y en la sala Cervantes he estado trabajando –comida de por medio, con María, otra antigua alumna, ya doctora, y he podido intercambiar impresiones con Laura –otra antigua alumna, ahora en Pavía– que forma parte del Consejo de Redacción de Clásicos Hispánicos. Tanto Pilar como Cristina, en la sala, me han ayudado con problemas bibliográficos, para localizar la digitalización de los dos volúmenes de la Biblioteca Oriental, de Luis Vindel, por la confusión de nombres (Francisco, Luis, Pedro....) y porque el bibliógrafo, que los había empezado a publicar en 1902, los insertó luego en colecciones mayores. Incluso he tenido que escapar un rato a la sección de Bibliografía, en donde he charlado con Eduardo y Félix sobre esos libros y sobre el portal de hispanoamericana que han abierto. Y cada vez que cruzaba la sala de entrada, don Alonso me seguía con la mirada entre curiosa, burlona y afectuosa.
Luego, al entrar en la BNE, justo en la sala primera que distribuye espacios, he visto una cartel –el de la foto– que anuncia el centenario de Alonso Zamora Vicente (había nacido el 1 de febrero de 1616); su mirada burlona con la cabeza ladeada y un ligerísimo movimiento de cejas, detrás del cual se esboza una sonrisa, era uno de sus modos de saludar y de estar. He seguido hasta la sala Cervantes con su mirada detrás. Y en la sala Cervantes he estado trabajando –comida de por medio, con María, otra antigua alumna, ya doctora, y he podido intercambiar impresiones con Laura –otra antigua alumna, ahora en Pavía– que forma parte del Consejo de Redacción de Clásicos Hispánicos. Tanto Pilar como Cristina, en la sala, me han ayudado con problemas bibliográficos, para localizar la digitalización de los dos volúmenes de la Biblioteca Oriental, de Luis Vindel, por la confusión de nombres (Francisco, Luis, Pedro....) y porque el bibliógrafo, que los había empezado a publicar en 1902, los insertó luego en colecciones mayores. Incluso he tenido que escapar un rato a la sección de Bibliografía, en donde he charlado con Eduardo y Félix sobre esos libros y sobre el portal de hispanoamericana que han abierto. Y cada vez que cruzaba la sala de entrada, don Alonso me seguía con la mirada entre curiosa, burlona y afectuosa.
Es la misma que recuerdo cuando, al volver a España, me concedió un par de minutos en un pasillo de la Complutense, en medio de varias citas –recuerdo que me precedía Enrique Miralles–: yo buscaba un director de tesis, pues venía de Salamanca, adonde hube de irme después de manifestaciones y depuraciones estudiantiles, había conseguido terminar la licenciatura en Madrid y quería un tema de doctorado: Mateo Alemán. Lapesa, con quien había conectado bien, estaba rodeado de miles de alumnos y colaboradores, entre ellos algunos de mis antiguos compañeros: Marcos Marín, Ariza, Carmen Monedero...
Mi relación con Alonso Zamora prosiguió, desigualmente, durante muchos años y se acentuó poco a poco, a medida que él entraba en la espiral de cargos, tareas, obligaciones... Merecería muchos capítulos, que no son de aquí; pero se incrementó especialmente durante los últimos diez o quince años, cuando –ya en Madrid, había estado en Granada– comencé a colaborar en la editorial Castalia, enfermó su mujer y se fue a vivir a una casa en La Granjilla, a unos 20 kms. de Madrid. Me integró entre sus colaboradores de la Escuela de Verano, en donde conocí a Jesús Lobato, Carmen Megía, Pedro Peira, los dos Juanes... Y luego asistí a una especie de desmantelamiento, cuando se fue de la RAE –de la que había sido secretario–, dejó en mis manos la colección de Clásicos Castalia y se retiró a cuidar a María Josefa Canellada, su mujer, enferma.
Durante los años finales acudía a su casa, le ayudaba y trabajaba con él Mario Pedrazuela, que como alumno mío en la UAM, trabajaba en "los lunes de la BNE", mi grupo de investigación, y que, después de algunas indecisiones, terminó por hacer su tesis doctoral sobre don Alonso, o mejor dicho, sobre su trayectoria intelectual, lo que permitía una perspectiva más amplia y menos personal. Pedrazuela presentó su tesis y ha debido publicarla, además de tal cual, con algunos volúmenes cercanos más. Creo que ahora es profesor o trabaja en la Universidad Carlos III de Madrid.
Durante los años finales acudía a su casa, le ayudaba y trabajaba con él Mario Pedrazuela, que como alumno mío en la UAM, trabajaba en "los lunes de la BNE", mi grupo de investigación, y que, después de algunas indecisiones, terminó por hacer su tesis doctoral sobre don Alonso, o mejor dicho, sobre su trayectoria intelectual, lo que permitía una perspectiva más amplia y menos personal. Pedrazuela presentó su tesis y ha debido publicarla, además de tal cual, con algunos volúmenes cercanos más. Creo que ahora es profesor o trabaja en la Universidad Carlos III de Madrid.
BNE, el rincón de Antonio Machado |
Durante los años finales, don Alonso me llamaba a casa ya tarde, noche ("¡Pablooooo!"), hablábamos, acudía a visitarle; él mantenía una cierta inquietud desde su abandono, que salpicaba con comentarios casi nunca malintencionados, pero sí desconcertados, sobre lo que ocurría a su alrededor: las derivaciones de conducta Cela –de su quinta y buen amigo; las incidencias de la RAE y cada uno de sus integrantes; sobre los cuentos, que aun conseguía publicar en algún periódico. Escribió una monografía ejemplar de la RAE, de la que existe una versión pacata, lujosa y desmedrada a nombre de Víctor García de la Concha. Este tipo de descensos son al parecer habituales.
Con frecuencia historias y anécdotas –¿él se daba cuenta?– que a mí me resultaban esclarecedoras: la vez que llegó Julio Cortázar a Salamanca, desamparado, y tuvieron que alojarle y darle de cenar María José y él mismo; las burlas con Borges; historias argentinas –en donde estuvo bastante tiempo, como director del Instituto de Filología– relaciones con Daniel Devoto, Sánchez Albornoz, Henríquez Ureña... El legado de Amado Alonso, su devoción por Dámaso Alonso y Rodríguez Moñino... Multitud de historias, que a mí me fueron enriqueciendo, particularmente las más largas, que desgranaba en alguno de los viajes que hicimos juntos (a Granada, a Sevilla, por la Mancha... )
Siempre prevalecía su vocación literaria y su deseo vehemente de ocupar un espacio en la creación narrativa, desde que publicó Primeras hojas y sobre todo Smith y Ramírez, la primera vez –encarecía– que se utiliza en la prosa española la "corriente de conciencia", lo que es cierto, aunque sus obras en prosa, que se ha definido como "azoriniana", es decir, rica en matices, vocabulario y de sintaxis con filigrana, se dio a conocer precisamente durante los años en los que los jóvenes imponían el objetivismo cinematográfico. Él hacia lo contrario, se colocaba dentro de un personaje o del narrador, que derramaba todo su caudal verbal, a partir del cual trazaba el desamparo del individuo en medio de la sociedad moderna.
Con frecuencia historias y anécdotas –¿él se daba cuenta?– que a mí me resultaban esclarecedoras: la vez que llegó Julio Cortázar a Salamanca, desamparado, y tuvieron que alojarle y darle de cenar María José y él mismo; las burlas con Borges; historias argentinas –en donde estuvo bastante tiempo, como director del Instituto de Filología– relaciones con Daniel Devoto, Sánchez Albornoz, Henríquez Ureña... El legado de Amado Alonso, su devoción por Dámaso Alonso y Rodríguez Moñino... Multitud de historias, que a mí me fueron enriqueciendo, particularmente las más largas, que desgranaba en alguno de los viajes que hicimos juntos (a Granada, a Sevilla, por la Mancha... )
Siempre prevalecía su vocación literaria y su deseo vehemente de ocupar un espacio en la creación narrativa, desde que publicó Primeras hojas y sobre todo Smith y Ramírez, la primera vez –encarecía– que se utiliza en la prosa española la "corriente de conciencia", lo que es cierto, aunque sus obras en prosa, que se ha definido como "azoriniana", es decir, rica en matices, vocabulario y de sintaxis con filigrana, se dio a conocer precisamente durante los años en los que los jóvenes imponían el objetivismo cinematográfico. Él hacia lo contrario, se colocaba dentro de un personaje o del narrador, que derramaba todo su caudal verbal, a partir del cual trazaba el desamparo del individuo en medio de la sociedad moderna.
Cuando descubres un lugar nuevo tratas de descubrir si estás cómoda (en mi caso) en ese espacio.
ResponderEliminarGracias.