Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 14 de febrero de 2016

Habla Gil de Biedma y otros poetas


Porque así volví a escuchar y leer poesía de Gil de Biedma, en el Museo de la Biblioteca Nacional de España, donde compartía visitas con el Inca Garcilaso, el Retablo de Maese Pedro, Alonso Zamora Vicente.... y un montoncillo de cosas más, que suelo pasear y ver, aunque nunca los lunes, que son los días en los que acudo a hurgar manuscritos y otros papeles sabrosos, día por lo demás que es el de cierre semanal de los museos y museíllos. Hojeaba los prospectos de las exposiciones, y en el cartel desplegable de Gil de Biedma se había insertado, entre otras cosas, un texto quebrado y feote. Pensé que era el riesgo de este poeta catalán de tanto predicamento, que va de bruces a la prosa sencilla, porque quiere que le lean y le entiendan, y de vez en cuando –es casi obligado– incurre en esos pedruscos. 
La otra cara de la moneda es la amplitud de audiencia: y en el quicio anda el peligro. ¿Por qué? Porque aligerar el tono y acercarlo al oído y la inteligencia de amplios lectores sin incurrir en banalidades es tarea ardua. Lo saben perfectamente quienes, en la estela de Biedma, pero también de toda una corriente artística, han apostado por la literalidad o el objetivismo, aunque ambas cosas no sean lo mismo: durante estos días el Museo Tyssen abre exposición en la que el objetivismo –sí, el del Jarama– presenta su historia moderna, su deslumbrante historia moderna, y baste con traer a colación, además de a Sánchez Ferlosio, del lado de la escritura, a Antonio López.

La literalidad de una importante corriente poética actual, refrendada por el último libro de Luis García Montero, una  Balada en la muerte de la poesía, que es el escritor que de modo más consciente, continuado y contagioso ha predicado y escrito de esa manera. El libro se abre con una cita de Gil de Biedma. 

La audiencia se abre, y puedo dar fe –he leído con mis alumnos durante mucho tiempo "poesía actual", un curso que propuse que se llamará así, por el que me expedientaron, por cierto– se engolosina: allí se puede encontrar llanamente la resonancia propia de la emoción y la experiencia, en buenos versos, porque LGM escribe buenos versos –otra cosa son sus epígonos. Detrás de ese modo de escribir late un modo de pensar, obviamente, que se manifiesta así; otra de las bondades de LGM estriba en esa coherencia, que uno aplaude tanto en sus ensayos como en su actuación real, dicho sea de paso: el intelectual anda en la calle, como dios manda. Hay una honestidad intelectual de mucho valor y una pincelada versal que intenta el equilibrio de la literalidad. En esta entrega final lo más llamativo es la llegada de la prosa, pues es poesía sobre la poesía no en verso: es curioso como en esa mar han desembocado muchos poetas anteriores: Machado, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Blas de Otero... El reencuentro de poetas de trayectoria larga con la prosa nos llevaría muy lejos ahora. 


No es si embargo la única voz poética, lo que no deja de ser normal, pero solo en algunos momentos de nuestra historia, pues también suele ser normal que el paraguas ideológico o estético imponga la monodia (poetas del cancionero, románticos, pastores del Renacimiento...). Creo que atravesamos un largo periodo histórico en el que voces y corrientes se han disparado en busca de los rincones, la marginalidad, las fronteras; o se han aquilatado para quintaesenciar lo que ya se practicaba. 

Si elijo –y no al azar– poetas actuales de calidad, me topo con esa sinfonía extravagante que forma el mapa: del tono literal y emotivo de Biedma-Montero salto al rigor estético de la iluminación poética de Carvajal, que es otra de las luminarias; al extravío afortunado de Peru Saíz Pérez o María Salgado; al tenebrismo de toda una mancha poética que lee y blasfema con L. María Panero, y ya son tropa; al difícil y calculado descendimiento objetivo de Rafael Juárez; al cultivo casi familiar de la vieja poesía (Rosillo); etc. Las viejas y nuevas familias poéticas se apiñan para crear un panorama que, sinceramente, creo extremadamente rico. Confieso, de la misma manera, que de todo el mapa encuentro la voz poética que representa Carlos Piera como la más original e intensa: porque se ha situado en un lugar distinto y ha conjugado literalidad –que solo es aparente– con sabiduría poética –su poesía se hace desde dentro, una vez asimilada la tradición– e intensidad emocional e intelectual en una sola voz. Y es voz sin coro.
Creo, en fin, que es bondad de los nuevos tiempos el que podamos elegir el espacio artístico que mejor nos convenga en cada caso. Eso sí: me temo que a ellos no les gusta andar juntos.

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