Ha subido el chocolate. En España ha subido el precio del chocolate, sin metáforas. Antes, cuando deambulaba por otros países, ocurría que en algún momento había que buscar el súper, la tienda, la pastelería en donde lograr el suministro necesario para seguir viviendo: carísimos los chocolates de lejas tierras, carísimos y no siempre generosamente desplegados en tipos y marcas, como ha venido ocurriendo en España, en donde, además de las marcas "de toda la vida", normalmente las multinacionales (Lindt, Nestle, Cadbury, etc.) aparecían las patrióticas, encabezadas por Valor, y hasta –si estabas en pueblo o región– las marcas regionales, provinciales, hasta del lugar, lo que era normal en Cataluña (Torras), País Vasco (Zahor), Aragón (Lacasa) o Galicia (Carmina), por ejemplo, por no hablar de los viejos chocolates, hoy o desaparecidos o adquiridos por otras marcas (La Trapa, Elgorriaga....) ¡Qué variedad! Llegó un momento en el que cada "superficie" (ahora se llaman así) ofrecía su marca "blanda" (también se llama así): chocolates de Mercadona, Ahorra Más, Eroski, el Corte Inglés (Aliada), etc. ¡Qué despliegue! ¡Qué belleza! ¡Qué satisfacción!.... Los más sencillos no pasaban del euro la tableta –el del azul sencillo de Lindt, cuando no se hincha artificialmente el precio. Entre el euro y los dos euros se movían los perfumados y exquisitos (con naranja, fresa, licor, avellanas, crema, con un poco de sal....), y en ese abanico se incluían los de Valor. Por encima se iban los lujosos chocolates de los aeropuertos (Leonidas, Rocher...), que no suelen ser tan familiares y ricos como los de la gama primera y se venden a precios desorbitados, imposibles para su consumo cotidiano.
Mi experiencia de chocolates está siendo muy peculiar: en Buenos Aires no encontraba más que los paquetes morados de Milka; en Suiza me enteré –y consumí– los edulcorados de Lindt; en París no hubo manera de encontrar chocolates sin azúcar, dominaba el Côte d'Or; y a China llegaban Rocher, Nestle y Ritchart (que está invadiendo poco a poco el mercado internacional y ya aparece en algunos súper, como los de Mercadona), pero a precios que triplicaban algunas extrañas marcas locales, que también probé, en momentos de suma necesidad... No entro en los infinitos chocolates artesanales que se fabrican aquí y allá, en su mayoría con irregular comercialización (véase entre muchos: http://www.trendenciaslifestyle.com/tiendas-gourmet/las-ocho-mejores-marcas-de-chocolate-del-mundon. Quizá mi dificultad para encontrar buenos chocolates en Francia (a pesar del Côte'd'Or) estriba en que hay infinidad de pastelerías y chocolaterías locales, que no se someten al imperio de las multinacionales. En este blog me he asombrado de la cantidad de tiendas de chocolates en ciudades como Burdeos o Troyes.
Es el caso que, finalmente, la vuelta a la patria representaba el consuelo de la vuelta al chocolate variado, cercano, barato.
Mas hete aquí que de repente y sin previo aviso les ha venido un subidón, en medio de la crisis. He ido entre anaqueles de todos los supermercados cercanos comparando precios y comprobando como mis chocolates preferidos, los de toda la vida, han subido bastante sus precios de mancomún. ¡Qué desbarajuste y qué tristeza! Pero bastante.
Sabido es que el maravilloso vicio del chocolate –casi, casi a la altura del vicio del sexo– se ha propagado sigilosamente por amplias capas de la sociedad y, al contrario que el del sexo, tan salvajemente denostado, goza de cierta simpatía social: uno puede comer chocolate en público, pedir chocolate, ofrecer chocolate y sonrisas a una dama de ojos inolvidables, etc. Ya se sabe cómo sigue la comparación: uno no puede ofrecer lo otro a una dama de ojos inolvidables.
Conozco gente que necesita saber que cerca, en casa, al alcance de la mano y del apetito o del capricho, hay chocolate, de manera que si súbitamente se apercibe de que no lo hay, aun a media noche, se levanta y sale a la calle –con el mono– en busca de su pasión, para tranquilizarse.
¿Qué haremos ahora que han concertado subir los precios y bajar los sueldos? Nos daremos a otros vicios –alguno he enumerado más arriba–, que ofrecen una gama popular no tan cara. Es verdad que entre las iniciativas de nuestros gobernantes se acaba de publicar la de perseguir la comercialización del sexo. No, no quiere decir que se vaya a perseguir a ricos, toreros, futbolistas, poderosos, banqueros, etc. cuando se les vea acompañados de modelos y señoritas de belleza imposible, en donde la comercialización opera de manera más sutil. La persecución descenderá a niveles de la calle, en donde la comercialización es más rudimentaria y no se guardan las maneras de una sociedad católica y refinada.
Necesito chocolate.
¡Oh humanidad condenada al sufrimiento por la codicia de los hombres!
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