Es un sol más débil, más amarillo, que parece llevado por una brisa húmeda que viene del mar; pero también un sol que, si te detienes, te quema. Callejeando por Helsinki me ha llamado la atención cómo la gente se sienta, sobre todo en el parque central (Johan Ludvi Runeberg, dice mi mapa, camino del puerto, hasta que ya casi no queda sol, aprovechando luz y calor hasta el final.Cruzan tranvías verdes y amarillos continuamente y la ciudad mantiene un aire de ajetreo en cierto modo sereno y divertido; eso sí, repleta de tiendas y sucursales de multinacionales, que para eso es la capital y el centro. El mar y las dos catedrales –la ortodoxa y la católica–, junto a uno de los quiebros del mar, ponen frontera.
La gente es internacional, con buena representación de orientales, indios, musulmanes.... 
Y es difícil encontrar algún lugar sensato para comer algo razonablemente, todavía no conozco la ciudad bien.
Mi intriga es saber cómo consiguen esos arbolitos con fucsias de pitiminí que adornan los espacios floreados de la explanada. Además de otras muchas flores, el límite lo marcan cercos de abrótanos machos, con su color grisáceo. Tampoco sé muy bien cómo lo habrán conseguido, tan crecidos y en tan poco tiempo, porque supongo que los habrán plantado en primavera tardía, cuando se hayan ido las nieves.
Muchos músicos callejeros. No en balde la "password" de la wifi en mi hostal es "Sibelius".
Por fin llegó a Finlandia
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