El lunes, al llegar a la entrada de la Biblioteca Nacional, por la mañana, me di de bruces con Rafael Juárez, que salía, y bien pronto era, de sus consultas y asuntos. Fue coincidencia feliz, porque acabo de redactar unas breves páginas sobre su antología en prensa (Una conversación en la penumbra) y porque tenía pensado visitar la exposición sobre caligrafía japonesa en una de las salas de la propia BNE, como hice inmediatamente.
La coincidencia estriba en que me sorprendió gratísimamente la exposición y acabé hechizado por la abstracción de aquellos signos que se disponían normalmente en columnas de papel y proporciones exquisitas, con una armonía de trazados que todavía me resultaron más llamativos cuando leí en las cartelas de al lado lo que decían: los más decían poemas, y los poemas por lo general eran sucintas pinceladas descriptivas de un instante o un paisaje natural, tal vez derivando hacia alguna reflexión de carácter universal. Bien se veía que se basaban el la contención, el aquilatamiento, la decantación y la pura nominación. Pues bien, acabo de enunciar algunos de los rasgos que caracterizan la poesía de Rafael Juárez, poeta anclado en el clasicismo, que modela a su sabor para que el lector capte la emoción que puede producir pasar, mirar, contemplar y nombrar. Mientras recorría aquellas salas, hechizado, escuchaba el andante de la sonata para piano en si bemol mayor, de Andrea Lucha Luchesi (1741-1801): este tipo de conjunciones no buscadas deben ocurrir muy pocas veces. Sentí de verdad no saber japonés, como tampoco sé chino ni otras lenguas a donde ha ido a refugiarse sabe dios qué cantidad de vida.
He aquí unas cuantas muestras de los maestros de la caligrafía japonesa actual:
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Ropa tendida, bandera
del corazón cotidiano
en aquel patio lejano
y en esta calle extranjera.
Patria de la lavandera,
no hay nostalgia en mi sorpresa:
los manteles de tu mesa
y las sábanas mojadas
son alegrías coladas
con ceniza que no pesa.
(De Una emoción verdadera).
Entre la niebla imagino
la humedad de los sollozos,
los álamos amarillos.
Los álamos amarillos.
Donde hay álamos hay agua
y donde hay agua, caminos.
Los caminos del otoño.
Otra mañana con niebla
estaremos juntos, solos.
(De Pasar las cosas)
Gracias por la página, habré de ir igualmente a ver la exposición Japonismos antes de que se termine. No sé la razón pero la poesía oriental parece más preciosa aún por el sosiego y la calma que da al corazón, ¿será porque están sus imágenes y las sensaciones más cercanas a la naturaleza?. Igual ocurre con la poesía andalusí con sus imágenes de fuentes, de agua correr, de hojas, plantas ... emocionan antes de dar a pensar, llegan antes al alma. En fin, tal vez sea porque surgimos de lo mismo, los humanos -aunque nos creamos el engaño de que somos muy importantes en este mundo-, las plantas, árboles, animales, astros, lluvia.
ResponderEliminarY la lejanía nos ayuda a pensar todo aquello con mayor pureza, quizá.
EliminarGracias por el comentario. Creo que la exposición termina a comienzos de febrero. El catálogo, sin embargo, resultaba algo pobre.... y en blanco y negro.
En la poesía turca contemporánea de Ahmed Hashim y otros se escriben imágenes con la naturaleza que promueven el sosiego y calma espíritus agitados, aquí le va un trocito del poema, que es más largo,
ResponderEliminarMedianoche
Y de repente cuando la luna cae
en la lejanía de las aguas
La superficie del lago recuerda las aguas de mi alma
Dentro del alma un extraño nenúfar su luz descubre
Y con vigor y fuerza brilla sobre todas las penas
Poema del libro Los pájaros del lago, Valencia: Pre-textos, 1999
Yo suelo decir que por su propia simpleza y universalidad (luna, agua, lago...) enseguida se proyectan como símbolos primarios, de lo inmediato también.
EliminarGracias por el comentario.
Es siempre un placer leer los poemillas o poemazos de Rafael Juárez. Él es capaz de transformar cualquier experiencia de la vida, incluso las más cotidianas en algo sublime.
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