Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 10 de enero de 2014

Joaquín y Clotilde; el investigador se afana

El enorme madroño y un olivo centenario asomándose a las ventanas del que fue despacho de Ramón Menéndez Pidal
Los trabajos de campo –que yo suelo cumplir casi siempre martes y/o jueves– me llevaron intentar visitar dos o tres sitios que todavía no constaban en el directorio de "lugares para la investigación" filológica en Madrid, del que di cuenta en una primera entrega en este mismo blog, pero que he ido actualizando y remodelando, hasta que se aproxime a una realidad, cambiante bien es verdad, en estado latente. Tuve bastante suerte con el primero de ellos, la Fundación Ramón Menéndez Pidal, en la calle del mismo nombre –en su honor– del barrio de Chamartín, santuario de la Filología Española, sin duda, a la que dedicaré su propia entrada. 


Suerte doble, porque su director, el prestigioso y sabio profesor Antonio Cid, me hizo el honor de mostrarme el "estado latente" de aquel lugar. Y lo del "estado latente" es un recordatorio de Rafael Lapesa, que me gusta citar como buen maestro, quien con ese tecnicismo filológico se refería a las tesis de sus discípulos que no sabía muy bien si iban a progresar o a desecharse. Lapesa fue el primer director de aquel santuario al fallecimiento de don Ramón. Pero el barrio y sus alrededores recordaba más cosas de sabor filológico, pues Castellana arriba acompañaba en sus tiempos a Eugenio Asensio cuando iba a charlar con su amigo y colega Dámaso Alonso, que vivía y murió allí a la vuelta, en la C/ Alberto Alcocer (hay lápida). En fin, que la visita fue sumamente provechosa, por la generosidad de Antonio Cid: es notable el tesoro literario y filológico que allí se conserva, bien compartimentado. Además, encontré una de las piezas bibliográficas que buscaba, cosa que no siempre ocurre y pude verla y extraer los datos necesarios, facilidad en la investigación que se suele producir cuando quien enseña o conserva es también investigador. Solo lamento no haber reconocido por su envergadura al notable madroño que aparece en la primera foto. 

De los fondos, de los que trataré en otro momento, si me alcanza, doy tan solo una muestra rápida y curiosa: un ejemplar de Marinero en tierra que Alberti dedica a Menéndez Pidal, en donde el "muy agradecido" es discreta referencia a que –creo recordar– don Ramón formaba parte del jurado que concedió a Alberti el premio nacional de poesía aquel año, por este libro. También Antonio Machado formó parte del mismo jurado, mientras escribía Nuevas canciones .

Un reproche tan solo, cuando salí pedí sugerencias para mantener las fuerzas –era el mediodía– en yantar cercano, y el colega me sugirió a "Tamara", allí a la vuelta. Solo una vez dentro del lugar me di cuenta de que se trataba de "casa Lorenzo", es decir, un excelente restaurante palentino –y yo soy palentino– que saltó a Madrid y en una de sus ubicaciones en la Avenida de América había estado filológicamente un par de veces, filológicamente, pues allí me invitó Francisco Rico el día que iba a contestar a Marías el discurso den la RAE, y allí se organizó al gratísimo homenaje a Mario Hernández–también palentino–  hace un par de años. Restaurante filológico, pues; su inconveniente es que los filólogos somos gentes arruinadas y la tortilla de patata –plato "estrella", como dicen ahora–, para dos, costaba 18 euros, y la menestra palentina 17, y de ese tenor lo demás, hasta llegar a un melón de postre por seis euros. Y la menestra –estamos en enero– apenas tenía unos buenos guisantes de la huerta del Carrión, probablemente de los mejores de la península, de los que se congelan en junio, como me explicó Lorenzo. Ha de saberse que la menestra palentina se distingue de las de otros lugares por la calidad de los productos naturales de la huerta, uno, por aderezarse con carnes y menudos varios, previamente rebozados y fritos. No era el mejor momento para una menestra. Un problema que el filólogo quiera mantener la comida a la altura de la investigación; malos tiempos.  Hubo podido ocurrir aquello porque yo no supe distinguir prima facie que aquel enorme árbol que se ramificaba a ras de suelo, era un madroño, un enorme madroño, que mezclaba sus drupas rojas con las olivas negras, entre jaras y romero.

No tuve la misma fortuna con el olivar de Castillejo, la finca de al lado, que solo abre los domingos, y que curioseé empinándome por encima de las tapias. La relativa frustración se compensó acercándome a la casa-museo Sorolla, en la calle General Martínez Campos, en donde se exhibía algo, que yo quería ver, relacionado con los frescos de la Hispanic Society, goloso encargo a Sorolla, que cumplió, como se sabe. Y allí que fui, acompañado, volví a sentirme desequilibrado por las mil figuraciones de Clotilde, la mujer del pintor, en tanto que mi acompañante se prendaba del hijo, Joaquín, y perseguimos sus múltiples retratos, fotos y alusiones hasta terminar por llamarnos "Clotilde" y "Joaquín", porque con esas voces onomásticas nos avisábamos cada nuevo hallazgo. Quedé bautizado como Joaquín y mi acompañante como Clotilde. Lo malo es que no me gusta "Clotilde" como nombre poético, lo cambiaré, como hago otras veces, por el de "Clara", en honor y amor a una Clara en donde deposité todas las obras de platón durante los últimos cinco años, mientras ella terminaba sus estudios.

Clotilde se asoma al mar
La exposición era entre costumbrista y etnográfica, bien explicada en las cartelas, menos interesante de lo que esperaba la exposición de trajes –quizá no lo sé ver–, al lado de los cuadros costumbristas de Sorolla, en parte bocetos y ensayos para cumplir con su encargo neoyorquino. Eso sí, un paseo por el Museo Sorolla es siempre refrescante, emotivo: por todos los rincones de aquel hermoso lugar encuentra uno motivos para limpiar nieblas y aderezar nocturnos. Al final, apetece irse a la Malvarrosa.

Joaquín, a los 19 años, de caballerito


Como la Malvarrosa está por ahora muy lejos para una tarde, el investigador decidió descansar con otra película de Zhang Yimou, del que hay un ciclo en el Doré. Lo de descansar con películas de este director es un modo de hablar, porque "Semilla de crisantemo", que era la segunda del ciclo, es una tragedia histórica (circa 1935, la película es de 1990) en toda regla, envuelta con belleza, que es lo que acentúa aun más la amargura. Cierto que durante la película, en la oscuridad de la sala 1 del cine Doré –la más bella sala de cine a la que uno puede asistir en Madrid– traicioné a Clotilde y me enamoré de Gong Li, cosa que hago siempre que veo alguna película suya –lo mismo me pasa con los conciertos de Yuja Wang– y que termina por deprimirme, porque Gong Li tiene ya demasiado amantes.

Gong Li en "Semilla de Crisantemo"
Mi cansancio la aceptó, porque antes, en el intervalo entre tareas, había redescubierto en Lavapiés un rincón acogedor, una vieja tetería remodelada en lugar grato con el nombre de Los Porfiados en la calle Buenavista, 18, en donde tes y tartas de media tarde relajaron el trabajo; y la carta de picoteo para noches, por ejemplo, engolosina, y  lo de "comida hecha a mano" me explicaron que es a mano argentina. Le pedí al responsable permiso para un par de fotos y para que me dejara terminar parte de este día con la referencia de este blog. En adelante, procuraré tomarme media hora de más cuando vaya a la filmoteca, para leer la prensa en Los porfiados de Lavapiés, que ya tiene una serie de estaciones gloriosas que le convierten en uno de los barrios más apetitosos de Madrid.

Gong Li
Yuja Wang interpreta a Chopin



Habrá que recopilarlos cuando se estabilicen, pues aun parece que el barrio y sus aledaños, hasta Antón Martín, se encuentra en estado latente.





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