Un conocido gongorista ha escrito que lo más parecido al actual verso libre son las Soledades de Góngora. Aparte de que en le época, desde Garcilaso, existía el verso suelto, sin rima, lo más parecido al verso libre actual es el Sermón estoico de censura moral, de Quevedo, que escribió hacia 1625, cuando ya todo el ambiente poético respiraba con las Soledades y, un poco menos, con el Polifemo. Quiero decir que el poeta madrileño había leído --se había empapado– de los grandes poemas del cordobés, y que estaba optando por escribir la misma silva que estaba ensayando desde comienzos de siglo, pero más extensa, como la de Góngora, y sin embargo ahondando en el tema moral y en la advertencia a sus compatriotas. Quevedo jugaba, como todos los que tienen alguna inclinación política, a su favor: el sermón era, sobre todo, una oferta para que el nuevo gobernante, el Conde-duque de Olivares, le acogiera en su círculo de poder. Y así será. Pero no es eso lo que más nos interesa ahora, sino su forma.
Quevedo diferencia meridianamente el tema, pero también la forma, sin renunciar a las silvas, que invención suya habían sido. Del Sermón quedan varias copias, pero también se editó en el Parnaso español (1648), señal de que lo daba por acabado. González de Salas, que se ocupó, a su muerte (1645), de terminar la edición, escribió cuatro o cinco páginas a modo de delantal, en las que predispone al lector a leer un sermón horaciano.
En las ediciones actuales del poema, tanto Blecua como Alfonso Rey (1999) o Arellano (2020) transcriben adecuadamente la disposición del original con algún tipo de separación, muy marcada en el caso de Alfonso Rey –el más respetuoso–, pero no señalan la estructura métrica y, por tanto, se les escapan los versos sueltos, que son muchos, demasiados, como para que el poeta no lo haya hecho intencionadamente. Por ejemplo, a poco del arranque, se encuentra uno, no ya solo con el primer suelto (el 5), sino con tres seguidos (10-12) después de un cuarteto lira, al que sigue otro (13-16), con dos pareados (17-20), que se continúa con otro suelto (20)… Pronto uno aprende que la estructura melódica del Sermón es muy peculiar, y está bien trabado, pero concediendo amplio lugar a los versos sueltos. Quevedo prefiere la estrofa corta, frente a Góngora, que las dilata según va entrando en materia; y además, cuando emplea sueltos, muchas veces recuerda la melodía con la asonancia, que enlaza sutilmente los sueltos con alguna consonancia próxima, por ejemplo en el caso del v. 124, que rima en asonante con el pareado anterior (122-123).
La crítica ecdótica debería fijarse en los vv. 142-148, y 184-194 en donde hay alguna irregularidad. Y debería fijarse en a acumulación de sueltos (24, 27, 32, 62, 68-69, 74, 84, 87, 109, 112, 118-119, 124, 129-130, 132, 140, 147, 153, 161-162, 169, 172-174, 179, 182,185-187, 190, 192, 194, 196, 199-200, 207, 212, 217, 220228, 230, 243-244, 260, 263, 268, 274, 277-278, 283, 285, 289, 294, 307, 316, 325-326, 329-330, 336, 342, 347, 350, 353-354, 357, 364-365, 368-369….) Con este final majestuoso:……………
Y la encina en la cumbre
teme lo que desprecia la legumbre.
Lección te son las hojas
[Sigo siempre la edición de Arellano –2020–, y señalo en negrita los sueltos].
Es curioso que frente a las Soledades, Quevedo opte –y digo conscientemente “opte”– por acumular sueltos hacia el final, lo mismo que Góngora acumulaba catedrales métricas, que es otro de los rasgos a los que “opta” Quevedo, pareados, cuartetos, algún quinteto-lira (se abren en 47-52, reitera en 96-100), una sola sexteto-lira, su estrofa preferida antes (42-47); todo lo demás son pareados y cuartetos. Qué austeridad.
A la severidad de tema acompaña la austeridad métrica, qué duda cabe. Eso sí, la estructura de los versos sueltos exigiría algún tipo de análisis posterior. En otro momento.
Quevedo
es, como se ve, quien más cerca está de la moderna poesía libre.
Qué le parece la poesía completa de Quevedo, de Rey, en Castalia? A la altura del Parnaso de Arellano?
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