Unos días en la playa, un fin de semana lluvioso, una tarde desintoxicándose de otras cosas.... solían conducir a la lectura de una novela, que, cuando las cosas iban más o menos bien, nos llevaba la tarde o las jornadas y nos reducía a nuestra lectura intensa, a la postre enriquecedora y feliz. La fruición de esas lecturas nos llevaba a otras y nuevas lecturas, producía esa deliciosa adicción.
Dicen que se está perdiendo ese hábito, que puede tener sus prolongaciones naturales en la mesita de noche, los viajes rutinarios con paradas o trayectos frecuentes, quizá el hartazgo de jaranas que vacían o la tarea demoledora de estar en un lugar sin hacer prácticamente nada; y en el lado positivo, el runrún de una buena música que acompaña, el parque cercano, la sala de la biblioteca....
Sea como sea, leer novelas puede convertirse en un hábito feliz, que enriquece, por la vía de la imaginación, nuestras experiencias, y por la vía del lenguaje aceptado, nuestra competencia lingüística, entre otras cosas que ni siquiera nombro, pero que conciernen a la capacidad reflexiva e introspectiva, si es que no es lo mismo.
Hay lectores, sin embargo –tengo cierta inclinación a ser uno de ellos– que a veces se inclinan por la intensidad del lenguaje poético más que por la variedad extensa de la novela. Antaño, cuando era profesor más o menos pedante –como debe de ser un profesor– aunque sin llegar nunca al grado de Paco Rico, distinguía géneros a partir la "conciencia verbal inmediata" de la poesía, que incluso en algún lugar académico se habrá enterrado como publicación. Lograr esa intensidad en el caso de la lectura de novelas es cuestión de mucho tiempo y capacidad de asimilación; en el caso de la poesía, esa intensidad –aunque cada vez menos– se alcanza frecuentemente con un solo verso.
El rodeo sirve para recomendar mis tres últimas novelas, pues sigo a trancas y barrancas el género, que son, obviamente, muy recientes, las de dos consagrados e diferente estilo, Luis Landero y Vila Matas, y las de un narrador más reciente, Pedro Domene.
No es la mejor novela de Landero, pero mantiene en ella el trazado limpio y acertado de todo el lienzo narrativo, que está en ocasiones a punto de perderse, a partir de un arranque y una primera parte casi en paralelo con la vieja picaresca, la trayectoria vital de un adolescente desarraigado.
Vila Matas vuelve a romper el traje narrativo por mil lugares y a sus asomadas irónicas –a veces tan excesivas que el lector se extravía– se nutren tanto de lugares literarios como de presuntos escenarios naturales. Contraste acertado con la linealidad narrativa de Landero, por cierto. No parece sino que mientras Landero ahonda en la vieja estructura de la narración, Vila Matas busca cómo escaparse de ella.
El caso de Pedro Domene, que también es de actualidad, busca el equilibrio de la novela seudohistórica –que tan de moda ha puesto la televisión–, sin caer en sus redes de cartón piedra, ni en falsedades e idealizaciones patrioteras. Se va a 1604, a Brujas, para novelar desde perspectiva actual –la suya y la de dos de sus protagonistas– un nudo de pasiones humanas desatadas.
Tres estilos, tres novelas, tres modos de narrar.
Nos seguiremos llevando novelas en viajes y vacaciones.
Contraste mayor, el regalo de una antigua alumna, uno de los grandes textos clásicos de la literatura china, en preciosa edición conmemorativa de sus 500 años de edad, de la que doy noticia: El pabellón de las peonías o Historia del alma que regresó, de Tang Xianzu, en edición y traducción de Alicia Relinque Eleta, Madrid: Trotta, 2016. El libro viene con su caja (¿de pino?), un facsímil ( 牡丹亭。。。) y otros objetos más o menos golosos.
Merece la pena la meritoria colección "Pliegos de Oriente" de esta editorial.
No es la mejor novela de Landero, pero mantiene en ella el trazado limpio y acertado de todo el lienzo narrativo, que está en ocasiones a punto de perderse, a partir de un arranque y una primera parte casi en paralelo con la vieja picaresca, la trayectoria vital de un adolescente desarraigado.
Vila Matas vuelve a romper el traje narrativo por mil lugares y a sus asomadas irónicas –a veces tan excesivas que el lector se extravía– se nutren tanto de lugares literarios como de presuntos escenarios naturales. Contraste acertado con la linealidad narrativa de Landero, por cierto. No parece sino que mientras Landero ahonda en la vieja estructura de la narración, Vila Matas busca cómo escaparse de ella.
El caso de Pedro Domene, que también es de actualidad, busca el equilibrio de la novela seudohistórica –que tan de moda ha puesto la televisión–, sin caer en sus redes de cartón piedra, ni en falsedades e idealizaciones patrioteras. Se va a 1604, a Brujas, para novelar desde perspectiva actual –la suya y la de dos de sus protagonistas– un nudo de pasiones humanas desatadas.
Tres estilos, tres novelas, tres modos de narrar.
Nos seguiremos llevando novelas en viajes y vacaciones.
Contraste mayor, el regalo de una antigua alumna, uno de los grandes textos clásicos de la literatura china, en preciosa edición conmemorativa de sus 500 años de edad, de la que doy noticia: El pabellón de las peonías o Historia del alma que regresó, de Tang Xianzu, en edición y traducción de Alicia Relinque Eleta, Madrid: Trotta, 2016. El libro viene con su caja (¿de pino?), un facsímil ( 牡丹亭。。。) y otros objetos más o menos golosos.
Merece la pena la meritoria colección "Pliegos de Oriente" de esta editorial.
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