Muchas entradas de este blog estuvieron dedicadas a la obra de Juan Carlos Rodríguez, fallecido ayer en Granada, en cuya universidad ejerció durante mucho tiempo, desde que terminó su formación parisina. Humorísticamente se decía –se dijo– que Althusser era dios en la tierra y JCR su profeta. El caso es que él enseñó a su alrededor –y a la generación que lo leyó bien– un modo de pensar a partir de los textos, que para él eran –consecuentemente– lo mismo textos literarios, sobre todo, que ensayos filosóficos o artículos de periódico.
Su obra se difundió, primero, entre sus alumnos, luego discípulos, finalmente compañeros y colegas; de manera que si uno llegaba a Granada se encontraba con el pensamiento de JCR cada vez que entraba en el campo de las humanidades. Muchas de las personas que, por alguna razón, han trabajado conmigo allí o desde allí –o con quienes mantuve alguna relación de profesor-alumno, pues yo coincidí en Granada como profesor con JCR–, descubrían la veta fecunda en la que JCR había dejado su semilla: José Luis Fernández de la Torre, Javier Maldonado, Luis García Montero, Sonia Fernández, Rafael Juárez.... y muchísimos más. Algunas veces he historiado las beneficiosas ramificaciones de aquella siembra: en un largo artículo de VOZ Y LETRA, por ejemplo. Por cierto, hay que recorrer esa revista para encontrar muchas de sus contribuciones, sobre Alberti, Aleixandre, Valle-Inclán....; incluso apostillas a su último libro sobre El Quijote.
Su estela ha sido fecunda, extensa, profunda.
Su estela ha sido fecunda, extensa, profunda.
¿Qué hacía JCR en sus clases y qué difundía en sus escritos y en sus libros, numerosos? Sencillamente leía de otra manera, lo que le llevaba a pensar de otra manera, y a extraer "otras" consecuencias del texto, de su lectura y de su crítica. Esa manera se suele calificar de "marxista". Puede servir, sobre todo si luego leemos uno de sus últimos libros, el de la ilustración anterior; pero no es tan fácil explicarlo como denominarlo.
Al situar la obra en su contexto histórico, como un manojo de ideas y no como un artefacto verbal tan solo, JCR rompía con los modos tradicionales de considerar los textos, que en España derivaban del absoluto dominio de la Escuela Filológica Española, en su etapa más rica e inicial como "lengua histórica" –Amado Alonso, por ejemplo–; pero luego degradada a mero conjunto de palabras que se mezclaban sin ton ni son, tal el caso de Lázaro Carreter y sus infinitas secuelas enfermizas, incapaces de ver más allá en los textos escritos que una "procesión de hormigas", queja del propio JCR cuando, en unas oposiciones, Florencio Sevilla quiso emular a Francisco Rico, empleando su tiempo en contar erratas, letras, líneas y cosas así. JCR hacía lo contrario, iba "a lo que decían" y a lo que decían en aquel momento de su creación. Algo en apariencia muy simple, pero que desde el último tercio del siglo que se fue se había tozudamente evitado en la crítica hispánica. Por ejemplo, para Lázaro Carreter, El Buscón era un juego verbal, como si de una composición de Lezama Lima se tratara. No hace falta señalar –no es lugar– que frente a la otra crítica, llamémosla europea, tampoco JCR adoptaba la pose ética o moral, desde la que se podían juzgar los textos, equivocadamente a mi modo de ver, violentando sus circunstancias históricas.
En principio es eso, tan sencillo como eso.
En principio es eso, tan sencillo como eso.
Pero la difusión de su modo de pensar y de su obra es mucho más rica; si uno tenía la suerte de acompañar a JCR fuera de circunstancias estrictamente académicas, su enorme cultura y su voracidad como lector y pensador abarcaba todos los terrenos y circunstancias, cosa que se puede observar también en sus múltiples ensayos, aunque, como dice uno de sus mejores colegas, también discípulo –Andrés Soria– de vez en cuando "se tire un farol", para engolosinar a quien le escucha o lee, probablemente, porque en el arte de la persuasión verbal, JCR utilizaba con frecuencia los comienzos "in media res".
No quisiera prolongar esta nota volviendo a explicar el choque académico que se produjo cuando, en Madrid, vino a reclamar un reconocimiento de su tarea como profesor y ensayista. Una recua de personajillos ignorantes –la mayoría de los cuales siguen siendo quienes organizan los tinglados oficiales en universidades y academias– le degradaron y tumbaron su entusiasmo de profesor....; tardó en reponerse, pero poco a poco volvió a ser el JCR de siempre.
Volveremos a releerlo.
Volveremos a releerlo.
Unas veinte entradas y nominaciones encuentro en mi blog sobre JCR, de ellas extraigo las ilustraciones y este soneto, al arrimo de sus ideas, de una de ellas, al fin y al cabo JCR sabía apreciar la poesía y se acompañaban –Ángeles y Juan Carlos, la poesía y él– felizmente:
las cosas se dirán que ya se han dicho
cada vez se dirán de otra manera
con pasión desencanto rubor miedo
y serán cada vez sin duda nuevas
porque el tiempo se trenza cada vez
a un momento a unos ojos a una tierra
y en el hueco que se abre al caminar
es nuevo lo que sientes lo que piensas
nadie podrá vivir aquel entonces
que vives que te asombra y que te lleva
suenan los viejos versos deslumbrantes
y otra vez los escuchas y te llegan
que es verdad que tu ser así sucede
mientras que vas contigo solo mientras
cada vez se dirán de otra manera
con pasión desencanto rubor miedo
y serán cada vez sin duda nuevas
porque el tiempo se trenza cada vez
a un momento a unos ojos a una tierra
y en el hueco que se abre al caminar
es nuevo lo que sientes lo que piensas
nadie podrá vivir aquel entonces
que vives que te asombra y que te lleva
suenan los viejos versos deslumbrantes
y otra vez los escuchas y te llegan
que es verdad que tu ser así sucede
mientras que vas contigo solo mientras
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarGracias Pablo. Genial la foto inicial con esos versos de Blas de Otero.
ResponderEliminarA mí me dio clase hace ya muchísimos años.El aula se abarrotaba de gente. A veces no había sitio donde sentarse.
ResponderEliminarCuando empezaba a hablar, se hacía el silencio y empezabamos a tomar apuntes con voracidad.
Sin duda todo lo que decía era interesante y nuevo. Yo, sin embargo, y sin ánimo de adular, aquel año eché de menos tus clases.