Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

domingo, 13 de diciembre de 2015

Las vidrieras de la Facultad de Letras (UCM)


A este mende lerenda todavía le queda la dirección de una decena de tesis, que parece que ahora tienen un plazo fijo de terminación. Por esa presión burocrática este año sube el índice de tesis presentadas en toda España o, al menos, en Madrid. Me dicen que más de un millar en la UCM. Supongo que poco tiene que ver todo esto con las circunstancias particulares de cada uno; al menos en mi caso, la mayoría de los doctorandos que conmigo trabajan lo hacen a tiempo parcial, pues ya se ganan la vida, dentro o fuera de España, con otras actividades.
El caso es que ayer fui a un tribunal de una tesis doctoral en la Facultad de Letras de la Complutense (Madrid), el mismo lugar en el que yo había estudiado unos cuantos años; y hace bastante que no iba, por cierto.
Primero el metro, que en mis tiempos no existía hasta allí (solo hasta Moncloa o a Cuatro Caminos, en donde se podía coger un autobús), luego un paseo para entrar por los jardines del bar al edificio A, en donde cursé lo que se llamaban comunes, hasta primero de Filología, que luego seguí en Salamanca, para volver a doctorarme en Madrid, en la Complutense también. Lo explico porque viví poco, como estudiante, en la enorme jaula que era el edificio B. Lo hice adrede lo de entrar por el bar, porque así era como entraba cuando estudiante. La verdad es que encontré todo muy poco cambiado, y la vieja facultad con la misma austeridad de siempre, como obedece a una construcción de los años treinta del siglo pasado, es decir, que no le falta mucho para ser centenaria. El caso obligadamente me trajo recuerdos y nostalgias: por ese jardín del bar íbamos corriendo en la clase de gimnasia –porque era curricular esa asignatura, y la de religión, algo han cambiado los tiempos– Fusi, Pepe...–; en ese rincón del bar se sentaba L.M. Panero y su tropa; en aquella mesa final con un vaso de vino, Valbuena, que acababa de llegar de su exilio murciano y compartía claustro con una pléyade de "nombres"; desde esa barandilla de la entrada tiraba Aníbal los panfletos de la FUE; las clases de Lapesa, los Bustos, Mariner, Adrados, Romeu, Azcárate, Melón.... 


El centro de la facultad, el hall, el lugar de las asambleas, siempre estará asociado a los años convulsos y a la manifestación que apartó a los profesores más atrevidos (Aranguren, Montero, García Calvo...) o dañó el curso académico de mis compañeros más valientes, que estudiábamos latín, en segundo, con García Calvo, recién llegado a Madrid, que nos leía y explicaba a Catulo, entre otras perlas. Al final de ese año hube de irme, a Salamanca. En aquel pasillo hablé con Tovar para que viniera a la asamblea, que se hizo en el Paraninfo; detrás de esa puerta escondimos a García Calvo cuando entró la policía; por esa otra, cubierto con una gabardina, entraba medio disfrazado Tierno Galván.... que había venido disparado desde Salamanca, para no perder ni un ápice de la revolución. 


Por desgracia yo tenía entre mis compañeros una verdadera tropa de lo que hoy calificaríamos "de derechas", que no puedo nombrar porque luego iban a ocupar –o siguen ocupando– puestos de prestigio, algunos, por cierto, como figuras representativas de la izquierda actual. También he conocido la versión en dirección contraria. Podría servir de ejemplo, aunque no es el único: Eugenio Nasarre era uno de los estudiantes más combativos contra el régimen; luego le hemos conocido como director de asuntos eclesiásticos con gobiernos del PP, y cosas así. 


Y las aulas, la mayoría desangeladas y tristes, como siempre: la salita con el piano en donde daba clase Joaquín Rodrigo, con su mujer siempre al lado; el paraninfo, la conferencia de Bataillon, a quien todos iban a saludar; el cruce destemplado de Entrambasaguas con Dámaso Alonso, que nos explicaba románicas, el año de su jubilación, etc.
Ha cambiado muy poco, algo de los ordenadores y de los letreros, ahora también en chino y japonés; pero siguen siendo las paredes del piso bajo de una extraña cerámica azul, las inauditas escaleras a los lados de la entrada, hasta arriba y.... ha cambiado la vidriera de la fachada, que antes no estaba; también se han añadido algunas fotos –por ejemplo, en el bar– que explican mejor el origen de aquel campus y de las facultades, que siempre nos habían vendido como de "después de la guerra", hacia 1940. No, aquella foto, y otras más, documentan la inauguración del edificio en 1933; la comitiva de autoridades va presidida por Niceto Alcalá Zamora, y le acompañan, entre otros, Claudio Sánchez Albornoz y García Morente. A mí me lo explicaba, con su qué de misterio, mi director de tesis, Alonso Zamora Vicente, sobre todo en los años finales, cuando me llevó a dirigir, con él, Clásicos Castalia. La historia de Alonso Zamora Vicente merece, sin embargo, capítulo aparte.



Y así se explican las vidrieras de la entrada: se destruyeron durante la guerra y, por mecenazgo de un banco, se han reconstruido con planos y dibujos antiguos. Tienen, si se mira, la antipatía –y la gracia– del arte abstracto de aquellos años. 

Salí fuera. Este largo otoño está dejando todo amarillo. El campus entre Derecho y Filosofía parece un cuadro de algún impresionista; pero si uno se encamina al edificio B, que se puso en funcionamiento a mi vuelta de Salamanca, se encuentra en aquella explanada otros dos, el C y el D. 
Por los pasillos de los nuevos edificios –es día lectivo– muchos orientales. Hablé con algunos. "Ni hao".... Estaban comiendo hamburguesas y coca cola en un banco de la explanada. 


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