Dos temas dominantes en este país: el fútbol, como siempre, y la política, con una sonrisa irónica de vez en cuando, porque este segundo dominio llega se quiera o no se quiera a todo el mundo chorreando vicios, los nuestros, de manera que el españolito escucha, discute, sonríe... y a veces vota y a veces pasa. Me ha venido tarde tanta materia encima, y ayer, después de las votaciones me acosté con una idea, que me ha sobrevenido nuevamente por la mañana, hasta el punto de que me he afiliado a un partido, así, a las bravas, manchando mi pureza de intelectual aséptico que no cree en casi nada. Diré al final a qué partido me he afiliado.
Antes, las consideraciones obvias. España es mayoritariamente vieja –como yo– y de derechas, sobre todo la parte de la población que suele votar. Y la derecha admite en su cuerpo casi todo tipo de gangrenas, más que la izquierda. Pero las sangrías no suelen hacer mella en el cuerpo de electores, que se aferran como lapas a sus creencias, sobre todo los que padecen de inspiración divina o religiosa. Educación, cultura, viajes, lecturas, charlas.... todo ello educa a la gente, que afila sus ideas y puede llegar a ver lo que se nos suele ocultar, sobre todo desde la esfera política. Mala cosa cuando ese ingrediente de la condición humana se menoscaba, se degrada o se recubre con otros menesteres, particularmente cuando se alía al dinero, que en nuestro universo se disfraza de mil maneras (liberalismo, capitalismo, etc.) Y mala cosa cuando el dinero suplanta a educación y cultura.
La gente vota, la gente pasa, la gente se entera de lo que le interesa o no.... y según eso vota, claro.
La maldición de la izquierda es la dispersión del voto. Suelen dispersarse porque no saben –no sabemos– integrarse en grupos, son demasiados quisquillosos con sus matices individuales, a los que les cuesta mucho trabajo renunciar para el rebaño del partido, en donde hay autoridad, jerarquía y renuncia a ser excesivamente puntilloso. Nuestra historia reciente –para el que la quiera conocer– suministra sobrados ejemplos de la dispersión de las izquierdas. Parece ser que es inevitable. Entre nosotros, llegó paladinamente a Íñigo Errejón –ese chaval tan listo y simpático–, que no supo atenerse a tamañas abdicaciones. Lo malo es que la acompañó en su aventura Carmena –cargada de experiencias–, con lo que la ilusión de un corralito de izquierdas reunidas (¿cuántas hay ahora?) se fue la porra. Y allí se quedará, sobando sus ideas sin alcanzar nunca el lugar de gobierno desde donde se pueden hacer cosas, eso dicen.
Y mientras tanto, la CUP se apagó. En aquel universo burgués, aquella gente no tenía mucho qué hacer. Hicieron mal en abrazar el independentismo, cuando su guerra era otra, muy vieja, la lucha de clases. A lo mejor, la vieja burguesía catalana (PDK, la más corrupta de Europa según Jiménez Villarejo, y le creo) intenta segregarse de la España pobre, castiza y miserable que se arrincona en Galicia, Extremadura, Castilla, Andalucía.... y que ahora va a ser gobernada en muchos lugares por el viejo fantasma de VOX, que le dará nuevos argumentos a los catalanes. La salvación podría estar en los socialistas y en la ERC; pero no estoy seguro de que pueda ser así. Se han desenterrado las viejas hachas de guerra.
Mientras tanto Pablo Iglesias se ha convertido en una especie de coro colectivo que canta verdades, al que no le van a hacer mucho caso, rodeado de confusión y gente desordenada, trabajadora, humilde.
Me he afiliado a Podemos.
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