Clásicos Hispánicos va a publicar uno de sus números atrasados, el 43, que lleva ese título, en el que se ha cambiado lo de "poesía del siglo de Oro" por el más neutro que indica los siglos. Ha sido un proceso largo y algo complicado. Todavía Carlos Fernández estará imaginando su cubierta, que prometo avanzar; pero la edición está por fin terminada. Lo que sigue es la nota sobre "esta edición" que preceden al texto, en el que se cuenta la historia de la edición –daré a conocer también el índice detallado– y algunas cosas más.
Esta edición
Toda
antología sacrifica tanto como selecciona. En este caso ha sido mayor el
sacrificio que la selección, pues se trataba de hacer realmente accesible
nuestro tesoro poético clásico a un público lector medio. Téngase en cuenta que no se
ha podido dar cabida a todos los grandes poemas —en el sentido de «extensos»—
de la época (églogas de Garcilaso, epístolas de Aldana, grandes creaciones de
Góngora, toda la poesía épica...).
Obviamente,
he intentado seleccionar los mejores textos, aunque no siempre existen
ediciones actuales a las que acudir, de modo que, a veces, muchas, he leído y
cotejado fuentes originales. Tanto en uno como en otro caso, he modernizado los
textos según criterios convencionales de las ediciones al uso, es decir, sin
dañar su estructura fonológica. Por lo general, me he servido de los sistemas
de puntuación de las ediciones modernas más fiables, pues no parece este el
lugar para enmiendas e innovaciones de mayor calado, aunque la puntuación es el
aspecto en el que más he intervenido. En muchos casos, ofrecemos textos que
están siendo objeto de largos y sesudos estudios de crítica textual o de
interpretación filológica.
Para
la ordenación del conjunto se ha seguido la parte I de esta antología, es
decir, la teoría histórica, pero en cada apartado se ha procedido a una
ordenación cronológica generacional, por año de nacimiento, con pequeñas
enmiendas para no desbaratar la propia historia. Por ejemplo, hemos colocado a
Carrillo y Sotomayor al comienzo del periodo barroco —pues todavía seguimos llorando
su temprana muerte—, cuando Góngora ni
siquiera había dado a conocer las Soledades y el Polifemo. Tales
enmiendas son mínimas e imperceptibles.
Tanto
las notas al prólogo como la bibliografía han sufrido constantes procesos de
simplificación y allanamiento, para hacer accesible estos tesoros poéticos a
mayor público, sin el erizamiento erudito. Semejante criterio ha presidido la
anotación de los textos, en donde no suele faltar una indicación sobre su forma
métrica, la recuperación de léxicos y alusiones históricas y una breve
impresión de conjunto que permita abordar el poema con un mínimo sentido
histórico. Este proceso de simplificación jamás ha ido contra la pureza del
texto ni la calidad de la lectura: creo que son cosas compatibles.
El
origen de esta antología fue otra que Espasa
Calpe me encargó para su colección Austral,
en donde durante los últimos años se editaba y reeditaba; tengo conciencia de
más de veinte ediciones, pero que hace un par de años no renové y retiré de la
editorial, en donde, entre otras razones, los derechos eran algo así como del
3% y “no los podían subir”, es decir, una cantidad ridícula que no compensaba
–nunca lo compensó– el trabajo que comportaba, sobre todo ahora que quería
renovar la edición, ajustar todo, añadir y suprimir, etc. Eso es lo que he
hecho en la que ahora edito.
Muchas
cosas se han cambiado, y otras muchas se han ajustado; son nuevas por ejemplo
las entradas a Sa de Miranda, Jorge de Montemayor, Gil polo, Pedro Padilla,
Melchor de la Serna, Ramirez Pagán, los poetas de finales del siglo XVII, etc. Unas treinta entradas nuevas. He intervenido en
prácticamente todas; en bastantes casos para incorporar los textos de Clásicos Hispánicos ––de los que más me
fío–, de manera que los textos de Garcilaso son los de Ruffinatto y Maria Roso;
los de Cervantes, son los establecidos por José Luis Fernández de la Torre; los
de Cairasco (que es entrada nueva también) son los de García Linares, cuya
edición está por salir en Clásicos Hispánicos, y así sucesivamente. En otros
casos he seguido el dicterio de los mejore editores, de manera que sigo a A.
Carreira en el caso de Góngora, a Rejano
en el de fray Luis de León, etc. Cuando faltaba la guía, en casos como el de
Villamediana o el propio Lope (muchas veces voy a J.M. Blecua, pero es edición
de impresos), he acudido a fuentes originales, que he tratado con cautela, ese
es el caso, digamos, de Sa de Miranda o Lomas Cantoral, entre otros.
La
vieja edición de Austral llevaba un
apéndice, que hice con Mercedes Sánchez, mi querida y antigua discípula, apéndice
que también he reconvertido como final, para que no se pierdan aquellos
textos que ayudaban a entender el panorama y tampoco el cariño y afecto que
siento por Mercedes. Y ello me sirve para traer a esta nota no solo el nombre
de mi antigua discípula, que ahora y desde hace mucho trabaja en la RAE, es
decir, sino también el del grupo de alumnos que hace
años trabajaban e investigaban conmigo en la Biblioteca Nacional de España, en donde realizábamos muchas,
muchas tareas filológicas, y que andarán dispersos, idos como están a los cuatro
esquinas del mundo (canción de Moustaky), porque la universidad española –mafia
y decadencia– fue incapaz de retenerlos, prefirió en muchas ocasiones envenenar su camino: Luis
Peinador, Pedro Rojo, Delia Gavela, Mercedes Sánchez, Elena Varela, Enrique
Jerez, Pablo Moíño, Marta Ortiz, Diana
Eguía, Juan Escourido, Víctor Sierra, Jose Calvo, Paula Pérez, Ana Garriga, María Salgado, Jose Calvo, David
Castillo, Tibi…. Y así hasta más de una treintena. Es a ellos a quien dedico
esta nueva antología.
Madrid,
primavera (que no acaba por entrar) de 2018
Ilustro con dos libros recientes de CH, con la vieja portada de Espasa y con fotos de la última travesía por el Retiro, señoreado por los "árboles del amor".
P. J. P.
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