Una de las últimas tardes del verano que, quizá, se está escapando. Como es domingo, el Retiro se ha llenado, de modo que es difícil encontrar un banco tranquilo en donde leer o estudiar algo de chino, repasar, para que no se me olvide lo poco que sé y se mantenga en vilo para cuando vuelva –dentro de un par de meses– a algún lugar del sur, que todavía no he determinado, y en donde pueda sentirme lejos lejos. El caso es que voy serpenteando de un lado hacia otro, hasta que –como casi siempre a esta hora– me llama la atención el incendio lejano del horizonte, el resplandor de la vega. Atraído por aquella luz, me dirijo hacia el oeste, esperando poder ver el cielo velazqueño. Se abre una plaza con olivos centenarios, un coro de ¿cerezos silvestres? (ahora solo tienen los frutillos rojos) y un enorme pino, de los mayores del Retiro, que cobija una fuente. Y me he acordado de esa fuente (data de hacia 1960), que tiene ya más de medio siglo de antigüedad y recoge con sencillez el recuerdo de que en esta plaza, sobre todo los domingos por la mañana, se reunían los catalanes que viven o pasan por Madrid para bailar la sardana, mirarse y sentirse. Ahora no lo podrán hacer: vendrán con banderas a sabe dios qué. Si pudiera, prohibiría las banderas, todas, cuando como en el viejo romancero se convierten en astas. He visto muchas veces, con envidia, ese baile tan sencillo y hermoso al mismo tiempo. De vuelta a casa, rebuscaba entre mi música, una vez más, el piano de Mompou, que con tanta frecuencia recuerda los ritmos infantiles de Cataluña (sus "escenas infantiles" son de 1915-1918; las más evocadoras se titulan "Gritos en la calle", "juegos", etc. ) Mompou también musicó escenas andaluzas (en Suburbios) y evocó en "Paisajes" los "Carros de Galicia" (1960).... Universo abierto frente a universo cerrado.
Me cuesta mucho ahora perderme por los barrios de Barcelona, se ha vuelto demasiado cara para mi bolsillo, pero no me resulta difícil imaginarme la calle Verdi a una hora semejante, o el mercado de San Antón cuando se trajina, o el ruido de los tranvías que me llevan por la Diagonal, o la sabrosa elección de una de sus playas para ir al mar.... O pasarme el día en el Archivo de la Corona de Aragón (el moderno, no el viejo, claro) en la Biblioteca de Cataluña, en alguna otra biblioteca más o menos desconocida, entre papelotes, leyendo, por ejemplo el extraño manuscrito de época que conserva de Pedro de Ribadenyra (1590) o su colección de autógrafos. Hace un par de años, por la grata acogida de Manel Ollé, independentista acérrimo e investigador sobre la historia común de China y España, al que admiro, me hicieron huequecillo en la universidad Pompeu Fabra y desde entonces fiel soy a aquella universidad, aquella ciudad y aquellas gentes. En aquellos lugares encontró María (Hernández) un par de cartas autógrafas e inéditas de Quevedo, cuyas opiniones sobre Cataluña se airean ahora tanto: son de hace 500 años, de persona acorralada por la historia y por su propia ideología, y se refieren, normalmente, al convulso periodo en torno a 1640. Es anecdótico y gratuito esgrimirlas ahora; como cuando ese tal Rufián, encumbrado a vocero de yo no sé qué, disparata continuamente, por ejemplo usando la porra de "fascista" a troche y moche contra los cuarenta millones de habitantes de la Península.
Malos tiempos; pero yo no pienso dejar de decir lo que pienso, intentando equilibrar el juicio y enmendarlo, si hiciera falta y hubiera argumentos.
Al fin me he asomado al borde del lago grande. El monumento anda en obras, al parecer se va a abrir el mirador de arriba, y será un triunfo más de este nuevo ayuntamiento de Madrid, el de Carmena, que tan acertado me parece. Lo que veo ahora son las mansas y oscurecidas aguas del lago, alguna barca de retirada ya, mucha gente haciéndose fotos, bastantes músicos callejeros; han elegido –es lo que suena más fuerte–, "El Concierto de Aranjuez", de mi viejo profesor, en la Complutense, Joaquín Rodrigo. Tuvo la mala pata de subtitularlo algo del "imperio", pues se compuso en los primeros años de la dictadura franquista. La guitarra suena mal, debe de ser una grabación. Pero la tarde se ha encendido y el sol juega con el dorado de los castaños, que envejecen, como todo, con tiempos distintos.
Vuelta a casa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario