Sichuan
es, para entendernos, como Sevilla o Córdoba, ciudad de calor, pero con humedad
constante y cielo encapotado, como si adivinara que cerca anda el Himalaya. El viajero ha decidido no arredrarse y, calzado con pantalones cortos de HM y
camisas finísimas de las de a un euro en los mercadillos, de las que se empapan de sudor, se ha dado al viaje.
Al llegar la canícula, he recordado a los sacrificados turistas que
patean Madrid en agosto a la caza de un buen Velázquez o con su variopinta cola en el Reina Sofía; y he seguido, eso sí,
bebiéndome de vez en cuando y de un tirón esos refrescos de te con leche que se
venden por todos lados en China, o comprando fruta a los vendedores ambulantes, manzanas, melocotones y sandías.
Mi
programa incluía el Parque Cultural, que así se llama, y me daba vicio ese
matrimonio entre plantas y pedantería enjaulada; y el Museo provincial de Sichuan, del que sé que contenía ciertas
curiosidades, particularmente secciones dedicadas a la escritura y otras sobre artesanía en Sichuan. Había pensado ir andando a
todos lados, bordeando el río que cruza toda la ciudad y pasa por delante de mi
hostal; pero hubo tres cosas que me hicieron cambiar de plan: la primera, el
griterío repentino de las ¿chicharras?, tan estridente, sobre todo en los
sauces, que casi no permite hablar, y que se me antojó un clamor para que no
cometiera esa hombría (y voy a intentar colgar luego un par de videos con aquella estridencia); la segunda, que el desayuno que ofrecía gratis mi hostal era, como dios manda, vernáculo, chino, y se ajustaba a una sopa caliente, pisto picante, huevo cocido y baozis de carne....; y la tercera, que nunca me ha gustado hacer planes.
De manera que
primero hice un par de gestiones que necesitaba resolver: sacar billete de tren para el día 22, cuando quiero viajar al sur, a
Xichang –la tarea no fue nada fácil, pues primero hubo que localizar el lugar, luego porque en Sichuan revolotea un dialecto, que daña a mi pobre chino;
afortunadamente ya funciona en sus millones de teléfonos el traductor
automático, de manera que cuando el joven empleado me pidió lo que no entendí,
inmediatamente me enseñó la pantalla del teléfono que había reaccionado al gao tie (高铁) escribiéndolo en inglés….; sé que también existe en español, pero es
sumamente complicado convencer a un chino normal de que en Europa no todo e mundo
habla inglés. Obtuve el billete. Luego me entretuve un rato viendo al ministro Margallo jugar al ajedrez chino orillas del río; le aconsejé su siguiente movimiento, pero no entendió mi chino. Vaya.
Me pasé enseguida por la estación de
autobuses turísticos que llevan a los miles de lugares golosos de Sichuan, como
se verá por la foto que hice para estudiarla más tarde. Y hete aquí que al lado de la estación
había una boca de metro, y la gente entraba y salía de allí como si nada, y de allí salía
una bocanada de aire fresco…. Entré. Y
no era solo el aire fresco: todo el metro con aire acondicionado,
limpio, rápido, moderno…. jamás había visto un metro como este, ni siquiera el de Madrid que es, a distancia, de los mejores metros que conozco: Chengdu los ha construido con doble
entrada a los vagones, vigilantes en cada parada, información cuidada y exhaustiva (en chino y
en ingles, también la oral). materiales impecables, sistemas de control de seguridad.... Allí me quedé revoloteando y haciéndome el turista
despistado, hablando con los guardias, preguntando repetidamente lo que ya
sabía, comprando el billete de dos yuanes (30 céntimos) con moneda alta, para
hablar sobre el cambio….
Y así llegué
a mi boca de salida, desamparado al salir ante el ataque del bochorno. Desde allí anduve, anduve, anduve
(se me ha quedado de Azul, lo sé), hasta refugiarme en el Parque cultural, que así se llama, en donde busque sombra para poder seguir, como ya contaré. cuando me reponga.
[El sistema y la censura china no me dejan colgar más fotos]
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