Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

sábado, 6 de noviembre de 2010

POESÍA, POESÍA, POESÍA.... CREACIÓN Y VALOR.

No tengo capacidad para asimilar distintamente la cantidad de voces, ensayos, modelos, aventuras...poéticas que depara la actualidad literaria, de manera que, como en toda renuncia, he buscado la compensación de intentar mirar desde más lejos y más arriba, para ver si hay panorama o solo hormiguero. Porque hormiguero lo hay; y al haberlo no me resulta coherente con la realidad aplicar un etiquetado de “esta (poesía) sí”, esta no”, etc. porque ¿qué pasa con los millones de versos que asoman, se fijan o se leen, desaparece, renacen, mueren, se combinan y se borran, etc.? Nadie tiene la autoridad ni el conocimiento suficientes para decidir sobre valoraciones que impliquen triunfos "sobre" o destierros "en vez de". Siempre se podrá opinar de otra manera. Hay que buscar, por tanto, el soporte del juicio en otras circunstancias.


Para mí  la circunstancia esencial está siendo la del proceso de popularización –si se prefiere, de democratización de la cultura en su aspecto de creación–, es decir: en entregar a los cuatro vientos los pertrechos del creador. Pero no porque esa capacidad de crear haya pasado a todo el mundo. Lo que hay que enunciar y voy  a defender es otra cuestión mucho más sutil:  porque se ha dispuesto que cualquiera, con índices de preparación naturales, sencillos o acoplados, pueda entrar en el ámbito de la libertad que se trae del brazo la creación. Eso sí que es fundamental y eso además relega a tercer o cuarto plano el “valor” de lo que cada individuo produzca en ese ámbito; de hecho, incluso, nada mal le viene a la creación que se relativice su “valor”, que muchos habrán calibrado en términos de “gloria”, “dinero”, “mercado”, “éxito”, “publicidad”... y se subraye su pertenencia al espacio de la libertad. Libertad relativa, lo sé (esta entrada fue cuidadosamente preparada “después” de otra sobre crítica marxista, de antes de ayer); pero al fin y al cabo ensanchamiento de los lugares donde el espíritu del individuo se intenta proclamar, sale a paseo, contempla sus posibilidades, reconoce sus límites y ataduras, y forja sus castillos. Ahí es nada.


Por eso casi nunca juzgo mal la consulta sobre creación o vocación literaria o artística; puedo señalar defectos básicos (hay que saber dibujar, distinguir colores, enriquecer el léxico...); pero siempre aconsejo: “Sigue escribiendo...” Es decir: sigue cultivando el pequeño huerto de tu libertad, defiéndelo para que no sea privilegio de unos pocos y no te preocupes demasiado por los resultados en términos de mercado. Lo que de verdad sirve es esa sensación de plenitud que se atisba con la capacidad de crear.

Son las ilustraciones de dos libros recientes –de la semana pasada– de muy diverso signo; el de un poeta catalán, Miquel Lluís Muntané, en la tradición madura de la poesía moderna; el de María Salgado, una poetisa (me mataría si me oyera llamarle así) madrileña, que consume posibilidades de expresión a velocidad de vértigo, y a la que la libertad de creación a la que  nos referíamos antes le va llevando a los límites mismos de su universo expresivo, donde no  puede a veces más que la perplejidad y la vehemencia, que dejan un poso de melancolía. Nadie dijo que el acceso a la creación, y al reducido espacio de nuestra libertad, produjera gozo: produce, a veces, sensación de plenitud –hacer lo que más podemos hacer.

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