Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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viernes, 4 de octubre de 2019

El puerto de Santísima Trinidad

Keelung es un nombre que ha pasado por todos los idiomas, y al final anda desfigurado. ¿Quién diría que es el puerto que los españoles a comienzos del siglo XVII bautizaron como de "Santísima Trinidad"? Mal pudieron haberlo "fundado" o encontrado los portugueses hacia 1592, fecha que se da, porque para entonces Portugal formaban parte de la llamada Monarquía Hispana (desde 1580). El caso es que el viajero tomó el tren del norte desde Taipéi, en la estación de Guangnan (es decir:  puerto del sur) para ir en un tren "local", parando cada dos minutos en estaciones, apeaderos y lugares, porque quería ver alguno de los lugares en donde los españoles anduvieron, buscando oro, ya que había oído hablar de restos de castillos, fortalezas, incluso de haberse asentado en alguna de las islas cercanas. Van mapas, el primero de todos los lugares que he recorrido:




Una de las cosas típicas de la tierra de Taiwan es que, por mor de su orografía, pocas tierras hay deshabitadas, está todo lleno de casas, lugares, gentes, etc. Y así el recorrido hasta Keelung, que resultó ser un amontonamiento de calles y casas al borde de un puerto en donde había un enorme trasaltlántico, "Princess". El viajero, como es su deber, pateó todo aquello, intentó descansar en un parque, que resultó ser una montaña para la que había que subir unos 140 escalones –los conté– y buscó desesperadamente un buen café en donde, además de alimentar el cuerpo, desplegara mapas. Lo encontré, agotado, y vi que el lugar al que tenía que ir estaba a unos seis kilómetros. Una especie de península junto al mar del norte.  Fue en esos momentos cuando decidí darme un buen masaje de pies antes de emprender la caminata; era tiempo de no masajes, porque todos los masajistas –la mayoría hombres– discutieron ampliamente sobre las posibilidades de ir andando a aquel lugar. Decidieron que tomara el autobús 103, en la central de autobuses, y allí que me fui, junto a la estación de trenes, para esperar y subir al 103 (15 céntimos) y esperar que el camino me fuera abriendo el horizonte.

El camino no me abrió ningún horizonte: todo el camino, la península, el puerto, etc. estaba superpoblado, lleno de gente... Solo al encarar la península, al final, desembocadura del río y mar daban un respiro al espacio. Eso sí, el lugar –río, puente, barcos, sol de poniente...– era pintoresco, espectacular, muy hermoso, es con el que he intentado encabezar esta entrada. 




No pude ver las minas de oro; pero intenté hablar con la dueña del último restaurante que me ofreció comer todo tipo de crustáceos, vivos, que allí se exponían.  Le comenté "wo chi shu" ('soy vegetariano'), y se dio la vuelta riéndose y mascullando algo que no entendí.










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