Son de febrero. Aparecen primero discretamente coronando los árboles, sobre todo las ramas que recibieron el sol invernal. Esta vez no las he descubierto en el camino, como otras veces, me han sorprendido, tempranas, como siempre, en un balcón de una preciosa tienda de la calle Asturias de Barcelona. Allí no podía olerlas, claro, de manera que cuando me las volví a encontrar a la entrada de un restaurante de barrio en Gracia, también en Barcelona, sí que pude olerlas.
Dentro de poco podré comprar un ramo –cuando haya más y bajen de precio– que dejará que su amarillo fresco y débil se torne poco a poco cobrizo. Y entonces, porque han cogido polvo, las quito: es otra manera de medir el tiempo, o que el tiempo mida mis estaciones.
Mimosas.
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