Enquistados en un universo de falsas creencias, hemos dejado que nos prediquen como dogmas el sedimento de una historia adulterada y rocambolesca, a pesar de que tantas veces –como ahora– se manifiesta como perversa. La naturaleza de las falsas creencias, sostenidas por la historia, la religión, la educación, la sociedad, la familia, etc. no nos permite enfrentarnos a la injusticia; a la desigualdad; a la corrupción; a la degradación de gentes, razas y pueblos; a la miseria y la explotación; por un lado el sistema refuerza constantemente las ataduras que nos mantienen inertes; por otro lado las falsas convicciones operan íntimamente con la misma finalidad.
Hace falta –¡y qué difícil resulta¡– liberarse primero de aquellos estancos que nos mantienen sujetos, que nos imponen falsas creencias y nos obligan a conductas desviadas; pero es necesario al mismo tiempo intentar que se liberen quienes nos rodean –allegados, sociedad, gentes–, para que su juicio sobre nuestra conducta no sea un resultado de aquella situación, y para que no se sientan traicionados o heridos, porque no entienden actuaciones y conductas que vayan en contra de aquel universo dogmático y equivocado. Qué difícil opinar al margen de esa retahíla de conceptos huecos que marcan inexorablemente nuestra vida diaria: nación, país, religión, creencia, familia.... qué difícil empezar a borrar la parafernalia fetichista de que alardean: banderas, ceremonias, fronteras, modos de agrupación social excluyentes, etc.
Nuestra frontera se traza por la distancia, la lengua y las tradiciones razonablemente asumidas y armonizadas; y ninguna de estas causas justifica injusticias, desigualdades, corrupción, abandono, miseria.
La historia, construida como relato engañoso, solicita el silencio de la escoria y se filtra –por la educación y el disfraz de conceptos falsos, tal "patria", "nación", etc.– como el relato de una aventura feliz cuyo final somos nosotros. De igual manera se contarán dentro de poco –ya se están contando– los asesinatos de inocentes en oriente medio, los campos de hambre y de miseria en las fronteras de europa, la lujosa degradación de los jerarcas de la iglesia, el robo generalizado de las castas políticas, la miseria y hambruna del tercer mundo.... como un episodio ínfimo que apenas se necesita recordar: pero detrás de cada uno de aquellos actos verdaderamente indignos late el dolor, el sufrimiento y la injusticia. Es mejor quemar una bandera que dejar morir ahogado a un niño. Porque la historia siempre termina limpiamente, escrita en una página o filmada en una serie o arreglada en la perorata de algún político, para que todo pueda continuar del mismo modo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario