Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

jueves, 3 de marzo de 2016

Rutina de la investigación (sobre China y Cervantes)



El campo de la investigación, bueno, del conocimiento somero y de la asimilación de la verdad histórica, se va abriendo poco a poco, y es entonces cuando quien profundiza lentamente en otra época, otro espacio, otra situación, ha de prepararse para acotar cada vez con mayor precisión lo que quiere saber y le interesa, para convertirlo en materia de conocimiento, es decir en abstracción que puede moverse, primero, intelectualmente, y luego, que pueda dialogar con quienes andan en la misma aventura. El resultado final de esa aventura –o al menos el que se busca– es un resultado social con un cierto grado de permanencia histórica: esto es lo que he podido saber, lo comparto con quienes habéis intentado el mismo camino, todos lo ofreceremos como un estadio de nuestro modo de ver, en este caso la historia, para que puedan seguir construyendo su soporte humano quienes nos sucedan.

El campo de la vieja historia, de las relaciones China-España, se abre históricamente de modo prodigioso a lo largo del siglo XVIII, a mi modo de ver todavía más rico e intenso que a lo largo del s. XIX y, a partir de entonces, modernamente. He desechado asomarme a ese siglo sistemáticamente, lo que sí que estoy haciendo cuando se trata del siglo XVI, con pinitos en la centuria siguiente, sobre todo a sus comienzos, cuando las órdenes religiosas, pioneras en este tipo de aventuras –agustinos, franciscanos, dominicos, jesuitas– inician ese proceso de propaganda que las identifique como los primeros, los mejores, los más, etc. en el descubrimiento del nuevo mundo, en este caso de las tierras del Pacífico y, específicamente, de la China.

Por nacionalidades –mejor: por idioma– fueron los portugueses los primeros en llegar, organizar e interesarse por aquellos mares; y no suele ser verdad que sus intereses fueran puramente comerciales, en Macao. En realidad los primeros frailes y evangelizadores también eran portugueses. La conjunción monárquica de 1580 provocó una confusión que no puede borrar aquella historia. De la misma manera que hubo también italianos y franceses atentos a lo que ocurría en lejanos mares.
La rutina de la investigación, ahora, cuenta con formidables pertrechos nuevos, que tienen doble cara: se puede acceder, incluso desde el ordenador familiar, a documentos, libros, muestras, etc. de todos los rincones del mundo que nos hablen de aquellas circunstancias; pero el campo se ha ampliado –casi al mismo tiempo– prodigiosamente para que un solo investigador pueda hacerse con él. Yo creo que, en estos momentos, desde el español, el portugués y el francés, al menos, se puede tener acceso a ese campo; pero que solo el portugués –a veces el latín– y el español suministran cobertura amplia.
Otro de los modos de acceso consiste en proyectar el conocimiento desde los lugares en donde se han terminado por depositar los testimonios, normalmente escritos, de esa historia; o desde los lugares donde ocurrió. La segunda opción no es del todo satisfactoria para China, en donde los cambios han sido tan enormes que es muy difícil alcanzar muestras arqueológicas de épocas pasadas.... si bien quedan, a veces, las naturales. Por eso he viajado a veces por allí, a Fuxian, por ejemplo; o a Qingdao; etc. Los escenarios naturales de Yunnan, el de Hangzhou como ciudad, etc. son más difíciles de destruir, son geográficos y no culturales.
Desde España, la rutina se puede proseguir a partir de los focos documentales que se conozcan. Grandes archivos nacionales (Indias, Simancas, AHN, Naval...). Archivos de las órdenes religiosas (filipenses de Valladolid, jesuitas de Alcalá...), que no están todos bien conservados. Lugares a donde se dirigían las relaciones o que solicitaban los mapas (Palacio Real y, desde allí, la BNE, por ejemplo). Lo que termina por la creación de un pequeño directorio, que el investigador ha de recorrer pacientemente, sin perder de vista documentos personales (AHP), nobiliarios (Tavera, en Toledo) y otros muchos que desperdigan la investigación.
En Madrid, este aficionado está intentando recolectar nuevamente las noticias sobre China en la BNE, en el Museo Naval, etc., teniendo en cuenta las recopilaciones anteriores ya hechas, que permiten avanzar más deprisa. Y en ese camino hay tres focos en los que estoy insistiendo: la biblioteca archivo del Museo Naval, que ya he trabajado; la Biblioteca del Palacio Real, con la que estoy; la Biblioteca histórica de la Complutense, cuya prospección intentaré completar enseguida, y que posee un precioso catálogo ("Cisne"), que permite su consulta previa, antes de intentar ver realmente los testimonios.


Una nota sentimental: los viejos conocimientos no se pierden en toda esta aventura, al contrario, sirven y traban mejor el conjunto. Al recoger documentos y libros en este último lugar, a donde fueron a parar las bibliotecas de los jesuitas (Colegio de San Ildefonso, Colegio Imperial....) me encuentro con que muchos de ellos se imprimen en la capital de España (Valladolid, circa 1600-1606) y narran las experiencias de los jesuitas en Oriente.... Y allí los leería con avidez Luisa de Carvajal, que poco después emularía aquellas aventuras y viajaría a Londres. Los autógrafos de Luisa de Carvajal –he dado noticia abundante de todo ello en este blog– se conservan en el archivo del Palacio Real, lo mismo que su cuerpo. 

Otro personaje nos mira entre divertido y curioso en aquel Valladolid de 1604, en donde Luisa de Carvajal ha decidido desarraigarse y llegar de incógnito a Londres para convertir herejes: Miguel de Cervantes. Pero el escritor, que asiste asombrado a la detención y registro de la casa del Brocense, ha decidido desarraigar a un personaje –don Quijote–, que no se irá a la China ni a Londres, sino a la Mancha, no a convertir infieles, sino a convencer a caballeros.


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