Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 16 de marzo de 2016

Los abedules del botánico universitario


Ayer, al salir de un curso de especialización de la facultad de letras de la UCM, entré en un botánico –así se proclamaba– que se anunciaba en la rotonda cercana del campus, como "Real jardín Botánico de Alfonso XIII", y que ocupaba un amplio descampado que se extendía hasta la zona de colegios mayores y residencias. No conozco su incidencia histórica, el nombre dice que era idea vieja, la situación y el edificio de entrada, que es nuevo. 


La sombra del viajero que hace una de las fotos es hoy la sombra del profesor ocasional. 

Y lo que hay dentro, también es nuevo, pues todos los árboles, casi sin excepción son adolescentes y las plantaciones, bien ordenadas y, en general, cuidadas, apuntan a todo lo que es autóctono: olivos, encinas, castaños, espinos, olmos, madreselvas.... y reproducen las plantas aromáticas castellanas (santolina, romero, tomillo, etc.) 

espino albar
En medio de la marea juvenil que siempre ha sido la Universidad Complutense, aquel secarral era un oasis de tranquilidad, con caminos bien trazados, acequias y arroyos entre pedrerías, bancos, carteles que van perdiendo el nombre –el sol de agosto los borrará definitivamente– y un soto delicioso en donde los abedules asoman la blancura quebrada de su tronco abierto. 

El viajero, venido a participante de aquel Curso de Especialización, tan estupendamente organizado y llevado a cabo por Nuria Martínez del Castillo, se sentó, con la tarde casi primaveral al lado, a charlar un rato con el sol tibio –de tú a tú– y mirar cómo, en la avenida cercana del campo, iban y venían autobuses cargados de estudiantes. Inevitablemente recordé muchas batallitas, que no voy a referir, por lo mismo que el resultado de mi charla con el sol de marzo, y con la luz en los botones de una hilera de espinos blancos (el "espino albar" del romancero) fueron los versos que ayer colgué en este mismo blog, sobre los adverbios.

Todo esto es muy informal y está desorganizado, me parece; pero el placer de desordenar lo que nos han enseñado continuamente y nos han obligado a entender a la manera de termina por ser casi una imposición ideológica, una necesidad de recurrir a la sencillez y sinceridad como arma de lucha. Y así, por ejemplo, hay que destruir los lugares y modos en donde ocurre lo que se llama "literatura"; y hacer versos –que debería decirse "emplear un lenguaje especialmente apropiado"– donde, cómo y cuando uno quiera.
Me despidió una extraña escultura a la entrada del botánico, "la mujer del macho cabrío". Como no me gustaba demasiado la he reproducido en muy pequeño. Claro que mucho me gustaban las farolas, y también van en pequeño. Uno está lleno de contradicciones.
Y anduve hasta el metro cercano de "Ciudad universitaria". La línea circular no existía en mi época de estudiante. Uno volvía en el E o en el F, a Moncloa o a Reina Victoria. Yo iba a Cuatro Caminos.


Es posible que el extraño cariño que me produjo el reducto de plantas castellanas viniera de mi atracción hacia los abedules. En uno de mis primeros libros de versos (Sin embargo) hay un soneto, cuando los componía católicos –pero con la trampa del decasílabo, muy sonoro–, sobre algo relacionado con los abedules:

Un día como otro te proclamas
en bosque plantado de abedules
y vas y en invierno los azules
pasas por los huecos de tus ramas

luego das al tronco fortaleza
cruzas los paisajes que más amas
si piden la sombra     te derramas
si piden recuerdos     la corteza

del agua de los ríos te lavas
del agua de las lluvias suspiras
del agua de los pozos te creces

y mientras tanto la tierra cavas
el viento mueves   los montes miras
y al brotar tus hojas   te estremeces


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