Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

miércoles, 29 de julio de 2015

De Kunming a Dali


Dali esta a unos cuatrocientos kilometros de Kunming. Elegí tren, casi siempre elijo tren; pero no me ocupé de los billetes, porque me los iba a sacar el propio hostal en donde estaba y advertí a la chica que los quería normales, no de lujo. Qué sorpresa tan grata ver que el tren salía de la estación central de Kunming a las 9,43 y que llegaba a la de Dali a las 13,51, cuatro horas, solo cuatro horas. Y allí que me fui al alba del día 26, porque me habían advertido que el transporte me llevaría más de una hora. 






No fue así, mi taxi (10 yuanes, un euro y medio) tardó veinte minutos; pero al llegar a la estación tuve nuevamente la sensación de que toda china, con todos los bultos y maletas posibles, iba a viajar en mi estación y en mi tren. Cómo será la masa de gente que se agolpa en la entrada y salas de espera de la estación (en Kunming había cuatro) que hay encargados de parar continuamente la corriente humana en cada puerta, control, acceso, etc. para dosificar el fluido de pasajeros. Media hora en total. La sala de espera, impresionante. Por cierto, allí, con buenas maneras, no se respeta a nadie: madres con los niños en los brazos, viejecitas con veinte bultos, damiselas de buen ver.... todos sin ceder un milímetro de espacio, y si se te ocurre ser gentil, el río te arroya y te deja fuera. No eres.




Como tenía una hora me fui a un Dicos, cadena muy conocida, donde sabía que me darían un café. La estación vende y suministra de todo. En Dicos, con mi café de medio litro, tomé asiento delante de la chica más guapa que vi, que se fue enseguida, pues la gente pasa, desayuna deprisa y corre a tomar su tren. De verdad que no le asusté. En frente de mí se sentó una dama elegante con pamela y tacones, a las que escribí el soneto que es de rigor. Cuando se acercaba la hora, volví a la sala de espera (e hice la foto): la cola para entrar al tren era interminable. El funcionamiento de los trenes es muy riguroso: nadie entra hasta que no se da acceso al andén, hay que dejar que desciendan los demás. Las autoridades chinas evitan, con buen sentido, el choque de masas; y lo suelen hacer bastante bien, habida cuenta de lo que hay que organizar.

Enseguida me di cuenta de que la batalla no había hecho más que comenzar, porque si no, ¿por qué se precipitaba la gente? En ese momento vi con estupor que mi billete no tenía ni vagón ni asiento, y me temí lo peor: era un billete sin asiento asignado y podría pasarme todo el viaje de pie. Fui preguntando a los revisores, que me iban señalando que atrás, atrás. Cuando llegué atrás y el revisor de la puerta me dijo que podía entrar en el wagón es cuando por fin me di cuenta de que era un billete sin asiento; además en aquel vagón mío ya había mucha gente de pie y otra tanta sentada en rincones y maletas; puse la mía en el maletero de arriba (es muy pequeña) y conseguí sentarme en un mal asiento libre. ¡Menos mal! Pero al rato observé que casi todos menos yo tenían el asiento asignado en su billete y el que no lo tenía, por ejemplo una chica de mediana edad embarazada, iba de pie en el pasillo. Pregunté a la chica que se sentaba enfrente de mí, leyó mi billete y me dijo que yo tenía el vagón 13, asiento 55.... ¡no era la hora! 


¿Y cuanto tiempo tardará en llegar a Dali?  Unas siete horas, me dijeron. En aquellos momentos llegaba sudando cargado de maletas un joven, me miraba y yo entendí de su mirada que estaba ocupando su asiento. En fin, todo se arregló y me dispuse a pasar mis siete horas en mi estrecho asiento de pasillo, rodeado de gente que iba de pie o se había sentado aprovechando un huequecillo del suelo, o mejor aun, sobre la maleta. 


Cuando alguien se levantaba para ir al servicio, estirar la piernas o charlar en otro lugar, los sufridos viajeros de a pie aprovechaban para sentarse un ratito y, si se podía, echar una cabezadita. En algún momento de mis paseos por el tren me asomé al vagón anterior, era de literas combinadas con asientos duros, arriba las literas y abajo los ocho asientos (cuatro en cada lado).
Siete horas después el vagón era una fiesta familiar con la mitad de la gente dormida en las más extrañas posturas y lugares, mientras la otra mitad jugaba a las cartas o volvía a investigar sabe dios que en el teléfono, artilugio que ha debido salvar a los chinos de la soledad y el tedio. Por mi parte, hice un montón de amigos e intercambié mi wechat con ellos. Con algunos quedé para Dali y al más simpático de todos le nombré mi "laoshi" (profesor).
Las fotos son de ventanilla de tren.




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