Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

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sábado, 7 de diciembre de 2013

Quevedos históricos

No se trata de las populares lentes que calzó el escritor y que se popularizaron con su nombre, aunque era un modo de calzárselas que tenía más de cien años, como alguna vez he explicado; se trata de la travesía por tiempos y lugares que la figura –entre real y legendaria– del escritor ha realizado dejando huella muy señalada casi siempre. Dice la crítica que la relativa grandeza de Quevedo es cosa de hace poco, más o menos de comienzos del siglo XX. No sé muy bien por qué esa extraña inquina ideológica contra personaje tan complejo, que se puede tomar como ejemplo de casi todo: de buen escritor, antifeminista, periodista, vocero de las verdades, político corrupto, asceta, enamorado pasional.... Vamos, prácticamente como lo que cada uno es, cuando se usa la lupa y se consideran los muchos años de una vida, que entonces fue de sesenta y cinco años (1580-1645). 


La popularidad de la época está más que probada, aunque solo sea por los retratos que nos quedan (y que han sido cuestión de otra entrada en este blog) y por los ataques que sufrió.
Luego se dice que vino la decadencia de varios siglos, y se hace puente entre Torres Villarroel –ahíto de Quevedo– y los grandes poetas de comienzos del siglo XX, desde el hosco Unamuno (Poesías, 1907) hasta el entusiasmo de los poetas del 27, a partir de los cuales la estela de Quevedo ha seguido creciendo.

Indagué hace poco la travesía del siglo XIX, y en uno de los casos me fui a los archivos del Museo del Prado, de donde me traje dos cuadros, de pleno siglo XIX, sobre temas o motivos quevedianos. Esta nota no tiene más objetivo que anotarlos, como jalón, para que se incorporen a los quevedos históricos, y que en cierto modo documenten su popularidad frente a la aparente travesía del desierto. 
En uno de los cuadros el pintor catalán Francisco Sanz Cabot representa una escena de los Sueños. Quevedo, a quien sirve de guía un diablo, mira desde bastidores a Lutero, en escena escabrosa, en el infierno. La obra se adquirió en 1859 para el Prado y se tendría que poder ver en en Barcelona (en la Real Academia de Bellas Artes de San Jorge).


En la otra imagen el pintor representa una escena goyesca, que titula una conjura contra Quevedo, en el Retiro, posiblemente la que dio con sus huesos en la cárcel del convento de San Marcos de León (1639). Es uno de los variados cuadros costumbristas de Antonio Pérez Rubio (+1888), que se expone en el Museo de la Rioja (Logroño), quien nos dejó escenas de El Quijote y del Madrid de los Austrias. La escalinata que decora el fondo del cuadro era la que llevaba a la ermita de San Antonio de Padua o de los portugueses, con el perfil del mendigo a su entrada. El cuadro lo adquirió El Prado en 1876.
Sería demasiado fácil documentar que el siglo XIX es muy quevediano, tanto por los intentos de obras completas y de recogida de documentación (Fernández Guerra, Castellanos, Valladares....) como por la utilización de su vida y leyenda en la invención literaria, cosa que ya se ha hecho, por otro lado.

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