Y eso es lo que, parcialmente, se encuentra si uno entra en el hermoso Palacio de Velázquez del Retiro, en donde va a seguir hasta finales de febrero. El párrafo inicial del tríptico para el público lo explica meridianamente: abrir y romper el arte tradicional para que en el campo de la creación pueda ir todo, particularmente porque el arte tradicional siempre fue o ha terminado por convertirse en un tiempo y un espacio acotado por las clases privilegiadas, es decir, un lugar de poder.
De tiempo, espacio y tema van las variaciones de esta donostiarra, que atraviesa en varios momentos el arte zaj y que elabora cuidadosamente sus "obras" para que el espectador cobre conciencia de las posibilidades de la creación. He ido acompañado a la exposición, y mi acompañante ha estado durante un buen rato recorriendo el interior del palacio moviendo sillas y sentándose en cada una de las siete que aparecían allí. Imposible delimitar las dimensiones de esta "obra", claro, en la que entre otros elementos, se juega con el cuerpo propio, con las sillas, con su disposición, con el tiempo que se emplea en realizar alguno de aquellos experimentos.
La gente deambula, y se detiene bastante en un piano –que el espectador puede tocar– o en el rincón de aviones, pistolas y otros artilugios de guerra, que terminan no con un cañón o tubo, sino sencillamente con un miembro genital masculino. No está mal esta versión de "haz el amor y no la guerra".
A mí me han interesado sobremanera las variaciones ordenadas desde supuestos matemáticos y geométricos: los números impares, los primos, los desarrollos geométricos, etc. Después de admirar a todos me pregunto si cualquier variación, cualquiera, tiene una razón, real u oculta.
Hay cuadros y mensajes que no son sino creaciones basadas en lo que se suele llamar "lenguaje fático" (repetir "sí" veinte veces, para terminar "no estoy en absoluto de acuerdo").
Toda la exposición realzada queda por el amplio espacio interior del Palacio, uno de los lugares emblemáticos del Retiro.
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