Cuaderno de pantalla que empezó a finales de marzo del año 2010, para hablar de poesía, y que luego se fue extendiendo a todo tipo de actividades y situaciones o bien conectadas (manuscritos, investigación, métrica, bibliotecas, archivos, autores...) o bien más alejadas (árboles, viajes, gentes...) Y finalmente, a todo, que para eso se crearon estos cuadernos.

Amigos, colegas, lectores con los que comparto el cuaderno

viernes, 5 de noviembre de 2010

Esqueleto crítico, para vanguardias y otras búsquedas

Buena parte de la creación literaria –fundamentalmente la poética– está derivando y creando en territorio fronterizo, lo que podría calificarse como “vanguardia”, en el sentido de que busca expresarse –cuando lo busca– en lugar no trillado, con expresión virgen, lejos de la “apestosa sensación de Literatura” (parafraseo alguno de sus lemas) que, si se descuida, infecta su capacidad de decir verdad. Ese movimiento centrífugo es tanto más fuerte cuanto mayor es la conciencia de expresión gastada o, lo que es peor, de expresión traicionada.
Desde comienzos del siglo XX tales esfuerzos solían ir acompañados de predicamentos teóricos, que justificaban objetos artísticos y discursos literarios cada vez más difíciles para el público, acostumbrado a una tradición que le mantenía situado en un lugar determinado: el de la contemplación con su bagaje de parámetros evaluadores, también heredados.
De entre todos los discursos teóricos, el marxista fue el que dibujó de manera más nítida lo que estaba ocurriendo históricamente y el que construyó modelos de reflexión, que han venido rodando y perfilando otros muchos... ya durante más de un siglo.
Es curioso que en ambos casos –el trazado es enormemente simple, porque el panorama busca grandes líneas– ninguna de las dos actitudes ha terminado con la otra: renació y persistió el arte tradicional, que fagocitaba las nuevas manifestaciones, incluyendo las que provenían de su negación; se perfeccionó y acomodó la crítica de raíz marxista,  asimilando todas las variantes históricas por las que los nuevos tiempos la llevaban, particularmente y ahora, las del mercado como dios supremo.
Y se produjeron los panoramas históricos, que pivotaban en torno, finalmente, a  dos o tres etiquetas fundamentales: Mallarmé, las vanguardias, Kafka...

Página de "Els Jardins de Kronenburg", de Santi Pau (Barcelona, 1975)

La teoría –resucito las viejas páginas del Marta Hacneker, pongo en cursiva los conceptos usuales en este tipo de discursos– decía: la escritura (= la ‘literatura’) es una práctica social como cualquier otra (la política, religiosa,  corporal, etc.); es una práctica significante, detrás de la cual hay una ideología, que ejerce un determinado sujeto en una formación histórica; las prácticas significantes ofrecen versiones paralelas de las otras prácticas sociales y parece que tienen cómo función reproducir constantemente las relaciones de producción, de manera que los sujetos y las sociedades que se entregan a ellas no se plantean las condiciones reales de su existencia. Es más, la efervescencia con la que se renuevan las formas de estas prácticas significantes es uno de los modos peculiares que las sociedades burguesas tienen para mantener vivas las instancias reales del poder.
La renovación de las prácticas significantes se opera tanto “en” (lo que se dice, argumenta, etc.) como “con” (lo que se construye, la forma, etc.) el acto y el objeto de significar.
La escapatoria de quien asuma este discurso como suyo es: teóricamente, poner en evidencia ese funcionamiento perverso de las artes; prácticamente, destruirlo. La destrucción puede operar de dos modos distintos (con sus graduaciones): negarse a ser parte del proceso de esta práctica (no escribir ‘literatura’); intentar realizarla degradando, emborronando, deformando... la práctica teóricamente perversa.
Los resultados de esa actitud son: el discurso teórico, el silencio, la vanguardia transgresora.

Resultado tan simple y argumentación tan enteca y esquelética no concede nada a una casuística de millones de páginas y más de cien años de pensamiento; pero sirve para situar el pensamiento, sin enredarlo con sistemas filosóficos por el momento, y explicarse por qué ahora ocurre, de nuevo, la huida a los márgenes y las fronteras, por un  lado, y la reconstrucción de la historia de las prácticas significantes situando obras y hechos donde conviene. Por ejemplo, la negación del significado tradicional en Mallarmé, como hito, que no creo que se pueda casar bonitamente con el deseo consciente de no seguir siendo cómplice de prácticas significantes sometidas; más bien es la misma práctica llevada, dentro del sistema, a su resultado natural. Pero eso es harina de otro costal, que habrá de merecer otro trazado esquelético.

Y luego queda la otra pregunta inquietante. ¿Cómo y por qué siguen funcionando esas prácticas, esgrimidas aun y todavía, o disfrutadas y compartidas, aun y todavía, por quienes asumen como verdad que son modos tradicionales de ocultar la injusticia?


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