En gentil intercambio de ideas sobre este cuaderno de pantalla –no diré en este caso con quien–, y al señalarle yo que la consulta del “blog” se había disparado durante la última semana, pero que seguían siendo las páginas más consultadas las que etiquetaba como “literatura y erotismo”, mi interlocutora opinó sensatamente sobre varios aspectos y me insinuó que la parte gráfica del cuaderno no era muy convincente, porque casi siempre parecía ilustrar con ese “erotismo de lencería” tan abundante en la red. Le dije, claro, que las ilustraciones en esos casos provenían no de experiencias del rapsoda –como cuando hablaba de libros o de flores– sino de haber ido buscando imágenes apropiadas en la red, sin mucho afán, bien es verdad, porque en esa búsqueda, además de especilizarse uno en camisones y escorzos eróticos –y en aparatos genitales de todos los tamaños– acababa uno agotado por una especie de agitación erótica sobre vacío, que amortiguaba lo mejor de estos planteamientos.
Y luego me quedé pensando que cómo podría, para en adelante, ilustrar, si es que hacía falta ilustrar, siguiendo mis propias teorías sobre el asunto. Mis propias teorías sobre el asunto decían (están en este cuaderno de pantalla) que para que haya erotismo tiene que darse movimiento de la imaginación en el espectador; con lo cual la tarea iba a resultar, al mismo tiempo que imposible de controlar, sumamente dificultosa.
Y luego me quedé pensando que cómo podría, para en adelante, ilustrar, si es que hacía falta ilustrar, siguiendo mis propias teorías sobre el asunto. Mis propias teorías sobre el asunto decían (están en este cuaderno de pantalla) que para que haya erotismo tiene que darse movimiento de la imaginación en el espectador; con lo cual la tarea iba a resultar, al mismo tiempo que imposible de controlar, sumamente dificultosa.
Yo podría sembrar de motivos –quizá huyendo siempre de situaciones explícitas– que supongo capaces de catapultar la imaginación de algún lector hacia esa parte nobilísima; pero el resorte de esta oleada hacia el cuerpo y sus bondades puede variar tanto como los posicionamientos, invenciones, recuerdos y ansiedades de las personas; de manera que mientras a perico el de los palotes no le “pone” pero nada la novia de Ronaldo desperezándose en la cama con unas braguitas de talla de adolescente, resulta que luego se asoma a una ventana, ve a la vecina del quinto en boatiné... y ya tiene gasolina erótica para un par de días. Y no digamos si de los objetos humanos –vamos a llamarlos así, respetuosamente– derivamos a los que por arte de birlibirloque se convierten en fetiches. Yo, ver a Françoise Hardy y perder el control de mi vida es todo uno. Y mira que F. Hardy hasta cantó con Julio Iglesias, pues nada; y si además la escucho; bueno, entonces, el universo se sublima y lo atravieso hasta el bing bang.
También la red suministra todo una batería –esa sí que es aburrida– de objetos fetiches, que suele ir precisamente en contra de la capacidad para convertir en erótico lo que, en principio, no lo es. Frente a ese menú bastante indigesto, uno se puede encontrar con situaciones infinitamente más sencillas y maravillosas en las que el erotismo se dispara como: el correr del agua, sol en rincón insospechado, alguien patinando con una bufanda al cuello, los dedos que rodean un vaso o una taza, el final de una mirada que se va, la boca que se quedó momentáneamente entreabierta por la sorpresa, el cansancio de haber estado sentado que se resuelve en un estiramiento repentino, una nota perdida de alguna canción atada a un recuerdo difuso, el ritmo del tren cuando vamos leyendo, aquella mano que voló un momento y creímos que se iba a posar en nosotros, Gema al atardecer, Le Prelude à l'apré midi d'un faune, Cospedal contraviniendo sus principios, la panadera que me expende el pan mientras se sacude la harina, la curva de una lechuga en una ensalada que va a ser regada por oliva y limón, el limón de antes cuando se lo lleva a los labios cualquiera de los mentados antes, tú que estás leyendo y te sonríes, el cuadro de Alonso Cano (esto va de fetiche), con la Virgen regando de leche al santo, todos los sansebastianes bien hechos, yo qué sé...
Y así.
Literariamente creo –también lo intenté explicar– que es distinto, e inmediatamente intentaré ejemplificarlo con un romance correntío a la dama de mis sueños.
Y así.
Literariamente creo –también lo intenté explicar– que es distinto, e inmediatamente intentaré ejemplificarlo con un romance correntío a la dama de mis sueños.
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